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El Carmen de los Mártires estaba cerrado por un rodaje. «No se puede pasar. Estamos grabando un anuncio para Turismo», decían en la puerta. «Yes! We are tourists!», respondieron al unísono dos jóvenes británicos con cara de llamarse James y Alison. «No. Closed. Cerrado. Sorry. ... Lo siento». La pareja, triste y cariacontecida, se dio media vuelta y retornó sobre sus pasos. Alison, sin embargo, observó un entrañable banquito frente a una ventana de rejas que permitía observar el skyline granaíno. «Darling», dijo ella, «its beautiful». Y como a James también le pareció precioso, se sentaron en el banco, entrelazaron sus dedos y se hicieron un selfie para la posteridad.
Recuerdo perfectamente la primera vez que me fijé en ese mirador. Era marzo de 2020, los primeros días del confinamiento. Salí a escribir un reportaje sobre el silencio que inundaba las calles de Granada. En mi camino a la Alhambra, me desvíe y llegué hasta la entrada del Carmen de los Mártires. Entonces leí la frase que había escrita sobre las rejas y, enmudecido con la mascarilla y obligado a mantener la distancia de seguridad con todo bicho viviente, me pareció terriblemente hermosa: «Estando aquí sentado, te imaginé a mi lado y te regalé todas las aves del mundo».
Esa frase ya no está. En cambio, ahora hay un centenar de frases que corretean por la pared como hormigas en un picnic. «Cuando miro la Luna te veo a ti». «Rocío, te amo». «Veo mi reflejo en tus ojos». «Somos lo que dejamos en el corazón de las personas». «Al mirarte comprendí que mi sueño era tu sueño». «Siempre te amaré». «Somos la magia que nos une». «Granada, eres mi la, la land...».
Ya lo siento, pero no puedo con tanta ñoñería y tanto romanticismo de Aliexpress. ¿En qué momento hemos convertido todos los muros de Granada en muros de Facebook? A ver, ¿de verdad la chavalada se cita para escribir frases en 'rincones con encanto'? «Nos vemos a las ocho en el mirador. He encontrado la rima perfecta. Vais a flipar». Aunque, repasando la originalidad de las frases, no me extrañaría que en realidad solo haya un único autor: ChatGPT.
Aquí el problema es que un montón de idiotas como yo le hicimos una foto al mirador y la compartimos con el mundo porque nos había parecido bonito. Y como reina la filosofía «puedo ser lo que yo quiera ser, no me cortes las alas», pues nada, todos a escribir frases y a ensuciar la ciudad. Es que están por todas partes. Si pasean cerca de algún colegio o instituto, fíjense en las paredes que tienen a su alrededor: es una invasión. Hemos convertido Granada en el reverso de la puerta del baño del pub. No debe quedar mucho para encontrarnos las frasecitas en el Patio de los Leones o los jardines del Generalife...
Cuando era chico, había una pintada en la calle Puentezuelas. La veía todos los días y siempre me llamaba la atención. Eran dos palabras escritas con un rotulador verde, en uno de los laterales de una cabina telefónica. «Carmen, llámame». Me hacía gracia pensar que alguien le había dejado la nota a la tal Carmen con la esperanza de que la chica pasara por ahí, reconociera la letra y, efectivamente, la llamara por teléfono. La pintada estuvo allí muchísimo tiempo hasta que una tarde, volviendo a casa, vi que habían tachado la elle y en vez de «Carmen, llámame» se leía «Carmen, ámame».
Lo mismo Carmen terminó llamando al autor de la frase. O incluso amándole. Quién sabe, a lo mejor un día se subió a una escalera y deseó regalarle todas las aves del mundo... Aunque lo más probable es que Carmen, en este momento, piense que las frases que escriben los amigos de sus hijos en las paredes de la calle son una horterada de campeonato.
James y Alison se marcharon muy complacidos con el descubrimiento. Se fueron con cara de «ya verás cuántos corazones nos plantan en la story de Instagram». Ojalá la campaña de Turismo que rodaban en el interior del Carmen –llámame– de los Mártires funcione tan bien.
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