Paula Fuica es psicóloga clínica del Hospital Universitario San Cecilio y atiende a sus pacientes en el centro de salud del Zaidín. El número de personas que les llega no para de crecer y se ven obligados a establecer prioridades, porque no dan abasto. Al ... principio de la pandemia, les preocupaban los más pequeños, que sin embargo se adaptaron bien a los meses de confinamiento. Ahora, el foco está en las personas más vulnerables, los que han visto su economía muy mermada. Y también en los jóvenes, que afrontan una etapa de cambios sumidos en muchas incertidumbres. Fuica hace hincapié en la necesidad de ampliar las plazas de formación para psicólogos, una rama de la salud a la que considera que habría que prestarle más atención.
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–¿Cómo han afectado estos dieciocho meses de pandemia a la salud mental?
–Sobre todo en que la gente está muy cansada y algo triste también. El cambio vital es inevitable. El aislamiento ha sido muy importante y las condiciones socioeconómicas de muchas familias se han visto muy desfavorecidas y eso ha hecho que problemas de salud mental que ya había antes se agraven al encontrarse sin trabajo o en un ERTE. La sobrecarga a la que se enfrenta la gente los hace más vulnerables. Un grupo de gente sí ha priorizado su salud mental, pero hay otro grupo que está centrado en necesidades más urgentes, como conservar su casa o su trabajo, y la salud mental la han dejado de lado. Y luego hay un gran grupo, del que al principio esperábamos más problemas, porque ya son pacientes, pero ha habido una respuesta más favorable. Quizá porque ya estaban en una rutina de cuidar su salud. El aumento lo hemos visto en cuestiones que tienen que ver con asuntos cotidianos.
–¿Cuáles son esas consultas que han crecido?
–Han crecido las consultas personas que se enfrentan a una transición vital en estas circunstancias. Por ejemplo, alguien que pasa por un divorcio, y que antes de la pandemia no hubiera consultado y ahora sí busca ayuda. Estamos teniendo muchos duelos difíciles, de familiares de primer grado o alguien muy cercano, que no se ha podido despedir porque estaba en aislamiento y realizar los rituales oportunos. Esto ha generado un impacto importante. En muchos hospitales se crearon equipos para atender a profesionales y a familiares de las personas fallecidas. En esos primeros duelos sí hubo una mala evolución, porque la gente no se podía explicar lo que había pasado. Gente sana, deportista, que no se esperaban que falleciera.
–¿La gente espera mucho antes de pedir ayuda?
–Las personas a las que atendemos, siempre han intentado otras soluciones antes. Vienen cuando ya no pueden, aunque han estado meses o años soportando.
–¿Cuáles son las principales consultas que os llegan?
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–Ansiedad sobre todo, cuestiones de transición vital. En jóvenes y adolescencia, hemos visto un aumento de trastornos de la conducta alimentaria. El impacto más importante fue tras el primer confinamiento. En el desconfinamiento llegaron casos que se detectaron cuando ya eran graves. Suelen ser problemas que se detectaban en el colegio o en el pediatra, pero al no estar en esos círculos, se agravaron. Los jóvenes vieron reducida su actividad social y eso ha tenido un impacto en ellos, en cuanto a la ilusión por actividades o proyectos, una mayor sensación de aislamiento.
–¿Os preocupa especialmente la gente más joven?
–Los jóvenes tienen unas necesidades que los mayores no tenemos. Hay que preocuparse de que tengan una relación social, porque los mayores hemos mantenido nuestros trabajos y ahí hemos tenido un círculo social. Entre los universitarios, por ejemplo, se les han dado clases online y eso ha hecho que los jóvenes que ya tenían problemas de relación se quedaran más pegados a las redes sociales. Además, es una etapa de la vida en la que se toman decisiones importantes. Y en esta incertidumbre es difícil decidir dónde quiero vivir, qué quiero estudiar. El proyecto vital de muchas personas se está viendo resentido.
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–Durante mucho tiempo ha existido la creencia de que hablar de los suicidios alentaba a que hubiera más. ¿Qué opina, cree que habría que visibilizar más esta realidad?
– Efectivamente, se trata más de una creencia o un mito asociado a la salud mental que de un hecho en sí. Los suicidios son una realidad dolorosa que ha existido, existe y existirá en todas las sociedades del mundo. Por eso no tiene mucho sentido intentar no comunicar o relatar algo que existe. La cuestión esencial pasa más por el qué y el cómo comunicar estas cuestiones. Debemos tener en cuenta que cuando comunicamos algo también lanzamos un mensaje. Que no será lo mismo que alguien escuche un relato morboso de un hecho suicida que escuchar los relatos de personas que han atravesado esa experiencia y han sobrevivido contando con la ayuda necesaria. Lo que es bueno es sensibilizar sobre que, cuando uno está en un momento de mucha crisis, hay otras herramientas: psicólogos y psiquiatras, los profesionales de atención primaria, las urgencias hospitalarias, el teléfono de la esperanza... Hay muchas formas posibles de contar con ayuda. En definitiva, mostrar que todos somos vulnerables al malestar emocional, centrándose en las estrategias de prevención y sensibilización concretas que son tan necesarias.
–¿Han crecido esos intentos de suicidio?
–Desde hace muchos años, en las urgencias de salud mental, estamos viendo un aumento de personas que consultan por cuestiones relacionadas con el suicidio. Pero esto lleva pasando muchos años. En ese sentido, no podemos decir que es resultado único de la pandemia. Sí que es cierto que entre los grupos más vulnerables la pandemia ha sido un factor que ha afectado especialmente a la salud mental. Por ejemplo, se está viendo un aumento importante de este tipo de consultas en la población adolescente y de adultos jóvenes. Parece que lo más jóvenes están encontrando en eso, y en las autolesiones, una salida a su malestar.
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–¿Cuándo se produce un intento de suicidio es porque ha fallado una cadena previa?
–Depende del caso. No todos los intentos de suicidio tienen el mismo sentido para la persona concreta que lo hace. En muchas ocasiones, parece que pueden tener que ver a nivel social con una sociedad en la que prima la inmediatez y la resolución rápida de los problemas. La tolerancia a la frustración se ha reducido. En ese momento, las personas sienten que no hay otra solución posible. Pero esto es solo un factor. En cada caso, habrá que analizar con mucha cautela todos los factores psicológicos, sociales y culturales que han contribuido a esa realidad tan dolorosa.
–¿A qué síntomas tienen que prestar atención los padres?
–La primera recomendación tiene que ver con la comunicación en casa. Al principio de la pandemia pensábamos que los niños no iban a poder atender la situación, adaptarse. Pero se adaptaron mejor de lo que habíamos pensado. Es muy importante compartir la información, la experiencia, ser sinceros con ellos para que ellos sean sinceros con nosotros. En esta pandemia muchas relaciones familiares se han resentido, por aislamiento, por sobrecarga de padres que ahora no pueden contar con abuelos o con otros familiares en los cuidados. En cuanto a síntomas, hay que vigilar si los niños no quieran salir de casa, no quieran estar con amigos, pasan poco tiempo en zonas comunes, o verlos preocupados, nerviosos. La irritabilidad, porque a veces se manifiesta así la tristeza. Ante la duda, está bien poder consultar con los pediatras. Y ver cómo se sostienen en el tiempo esas situaciones. Es muy importante pensar en estrategias de prevención que ocurran en el ámbito en el que más tiempo pasan los jóvenes, sus centros escolares. Porque muchas veces son los otros chicos los que se dan cuenta que uno lo está pasando mal. Pero sigue habiendo mucho estigma.
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–¿Hay mucho pudor aún en contar que uno va al psicólogo?
–Aún se esconde, sigue habiendo estigma. Recibo pacientes que temen que el justificante que le puedo pone que es una consulta de salud mental, y no quieren explicarlo en el trabajo porque piensan que los va a comprometer. En otras sociedades es muy común ir al psicólogo. La gente tiene miedo a que te digan que has perdido la cordura. Pero no hace falta haber perdido nada para ir al psicólogo. Uno puede consultar porque está más preocupado de la cuenta.
–Tenemos identificadas muchas estrategias de prevención de la salud física, pero ¿cómo cuidamos la salud mental?
–El problema es que no son estrategias tan generales como las de la salud física. Una de las principales es escuchar las necesidades que uno tiene. Escucharse y prestar atención. A veces hay procesos que van muy ligados a cómo va la salud. Hay quien se da cuenta, al parar, que tenía un dolor desde hace mucho tiempo y ni había tomado conciencia. A veces son dolores, falta de sueño, retraimiento, aislamiento, síntomas que no había percibido. La recomendación básica es dedicar un rato a las cosas que de verdad nos gustan. Este ritmo de vida nos obliga a dedicar mucho tiempo a muchas obligaciones, pero hay que dedicarse tiempo a uno mismo. Y en caso de duda, también informarse
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–Los psicólogos tienen lista de espera, ¿se le presta más atención a la salud mental?
–Los confinamientos han hecho que bajemos el ritmo de vida y nos hizo contactar con lo que nos estaba pasando, sumado a esa nueva realidad. Ahí ha habido personas que han tomado más conciencia. Pero todavía hay gente que está en otras cuestiones, la salud mental rara vez es una prioridad. Creo que ha habido cierta concienciación. Pero no nos podemos relajar porque hay mucha gente que lo pasa mal y no consulta nunca. En España estamos a la cola en la ratio de psicólogos por habitante. Y sobre todo en Andalucía, tiene que haber un impulso en el aumento de profesionales en sanidad pública para poder acoger a más pacientes. Tenemos que limitar nuestro trabajo y solo podemos atender los casos más graves.
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