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Kim Pérez fue una mujer de una fortaleza extraordinaria porque se pasó los primeros cincuenta años de su vida luchando contra sí misma. No hay ... pelea más dura. Hasta que no superó el medio siglo fue un señor alto, con voz grave y cara de despistado, un profesor de instituto que enseñaba ética y filosofía a adolescentes. Después dio el paso de abrazar su verdadero yo y se convirtió en una maestra para todo el mundo, salvo para los botarates, claro, esa especie tan abundante en estos tiempos disparatados en los que la intolerancia, el odio y la ignorancia se consideran méritos. Kim, una dama de misa diaria y humor travieso, se enfrentó a los primeros embates de esa turbia marea de fanatismo con estoicismo y huelgas de hambre, que lo cortés no quita lo valiente. Eso sí, en su rebeldía no había ni un atisbo de revancha. Más bien, parecía que sentía compasión por los mentecatos que deshumanizan a la humanidad.
Ni siquiera cuando los achaques la obligaron a sentarse en una silla de ruedas, perdió el vigor indestructible que nació de su conflicto interior de saberse mujer dentro del cuerpo de un tímido caballero de provincias.
Conversar con ella, además de una delicia, era aprender. Sin salvar las distancias, porque no las había, Kim fue como Ghandi o Martin Luther King -'uyyy, te has pasado', estará diciendo desde el cielo en el que ella creía, seguramente porque conoció el infierno-. No es una exageración. Su coraje tranquilo para defender los derechos civiles fue un ejemplo para los que tuvimos la suerte de tratarla.
Erudita e interesada por los misteros de la historia y de su propia familia, nunca dejó de estudiar y denunciar, que, para las gentes de bien, es lo mismo. Tras encabezar el movimiento que logró que Andalucía fuera la primera comunidad de España en incluir en la sanidad pública el proceso completo de tratamiento y cirugía genital de reasignación de sexo, un hecho histórico, Kim miró más allá de nuestras fronteras para clamar contra el «genocidio» que sufrían las personas transexuales en otros países del planeta.
Todas sus conquistas, que siempre parecían quijotescas cuando las planteaba, le valieron numerosos reconocimientos y homenajes institucionales, que ella agradecía con una recatada elegancia que emocionaba.
Descanse en paz Kim Pérez. Ya te estamos echando de menos, compañera del alma, compañera.
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