![Leyendas y verdades de la muerte en los cementerios de Granada](https://s3.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/2023/10/31/cementerios-granada-krlG-U210569835087dJE-1200x840@Ideal.jpg)
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Noviembre, el mes de los muertos, cobra todo su protagonismo el día uno con los cementerios como actor principal de una obra que oscila entre el recuerdo y las calabazas de Halloween, el sentimiento y el jolgorio. Es un comienzo de mes de leyendas y de color negro en el que una vez caído el velo se encuentran historias más prosaicas en la que todos los borrachos en el cementerio juegan al mus, como recuerda la pintoresca canción. A lo largo de los últimos años los cementerios han cobrado vida por sí solos y además de guardar los restos mortales de los seres queridos, también son escenario de ritos satánicos, profanaciones de tumbas, invocaciones de Lucifer, de tráfico de cocaína a la venta en los nichos o coto de caza de pokemons. Un recorrido por la leyenda y la realidad de la muerte en los cementerios de la provincia de Granada permite descubrir que albergan todo tipo de historias que están vivitas y coleando.
Todo va a empezar ahora en la Alpujarra, en el Barranco del Poqueira. Allá arriba, entre Sierra Nevada y el Mediterráneo discurre un camino real no lejos del camposanto donde cuentan los mayores que se aparece la Gallina de Bubión con sus doce polluelos. Leyenda importada de Galicia a imagen y semejanza de la Santa Compaña, al igual que los nombres del valle –Poqueira, Pampaneira o Capileira–, cuentan que el destino cambia cuando se cruza al paso y el desdichado termina en el cementerio.
Quien igualmente ha terminado en el cementerio es el nuevo fraile de la orden de los Hermanos Fossores de Guadix. En efecto, a finales del verano se incorporó el hermano Juan, que viene a suplir las ausencias por fallecimiento que habían mermado a la pintoresca congregación religiosa dedicada a enterrar los muertos. En efecto, el carisma de la orden se basa en el cumplimiento de las dos últimas obras de misericordia: enterrar a los difuntos y orar por vivos y muertos. El fundador se inspiró especialmente en el Libro de Tobías, concretamente en el pasaje 1, 16-18, en el cual se narra como el piadoso Tobit enterraba a los muertos pese a las prohibiciones de su rey.
Sin salir de este siglo, en el año 2008, estas páginas contaban que el monstruo de Cogollos de Guadix seguía suelto y que los vecinos estaban cansados. Se refería a los ataques en una espiral obsesiva y macabra que daba cuenta de la personalidad del autor de estos hechos, que se dedicaba a incendiar nichos y destrozar lápidas de una familia de la localidad.Debe ser que para algunos, profanar tumbas tiene su puntito. A otros, desde otro punto de vista, lo que les va es realizar ritos satánicos e invocar a Lucifer. Esta vez ocurrió en el cementerio de San José, en la capital granadina. En aquella ocasión, los miembros de una secta, pomposamente autodenominados 'los luciferianos', profanaron tumbas y realizaron oscuros rituales satánicos en el año 2006. Entre sus actos, destacó la aparición de animales muertos a los que maltrataban y torturaban con todo tipo de vejaciones, incluidas las sexuales.
No todos los camposantos tienen experiencias paranormales. El responsable técnico de los tres cementerios lojeños, narraba hace unos años en la revista El Corto de Loja que este cementerio no albergaba leyenda o misterio alguno. Eso sí, no sin humor, recordaba que los mayores del lugar siempre contaban que antiguamente, cuando iban a realizar las labores propias del campo por aquellos contornos, al pasar por la puerta siempre, se llevaban su susto, «pero que no eran más que bromas que se gastaban, o personas que se refugiaban de las inclemencias del tiempo en la puerta».
De igual forma, el mayor de los sustos se lo llevaron algunos lojeños que otros que, al despistarse de la hora al estar con sus seres queridos, alguna vez quedaron encerrados dentro del cementerio. No es para menos, claro está, ante la perspectiva de tener que pasar una noche al raso en medio de un cementerio.
En Motril los borrachos no jugaban al mus, pero a través del concurso de un empleado municipal el camposanto sirvió de base de operaciones para trapichear con cocaína. Entre el chiste y el sainete, la Policía Nacional detuvo en la localidad costera hace diez años a tres personas, dos hombres y una mujer de 46, 45 y 32 años, que formaban un grupo supuestamente dedicado a la distribución de cocaína. Tras la detención, entraron en prisión.
Los arrestados fueron acusados de tráfico de drogas y uno de ellos de conducir sin licencia, según informó en su día un comunicado la Policía Nacional, que inició la operación tras conocer que un empleado municipal del cementerio de Motril utilizaba estas instalaciones para la provisión, manipulación y distribución de la droga.
Estaban bien organizados, y entre la quietud y el silencio del cementerio motrileño, los agentes encargados de las investigaciones lograron identificar a dos ciudadanos colombianos residentes en Las Gabias como los suministradores de la cocaína, los cuales disponían de un piso 'guardería' donde ocultaban la sustancia estupefaciente.
La operación cementerio terminó con un registro domiciliario en el que se encontró medio kilo de cocaína, 1.500 euros en efectivo, una prensa hidráulica y moldes de compactación para confeccionar planchas de cocaína, un coche de alta gama, ocho terminales telefónicos y diverso utillaje para la manipulación y preparación de la droga. Los detenidos iban a tumba abierta.
En Santa Fe tienen una anécdota más lúdica y tecnológica, que refleja el periódico 'Santafedigital', al entrevistar al responsable del camposanto municipal en vísperas de Todos los Santos. «Cuando cae la tarde los visitantes van saliendo poco a poco por la cancela de metal. Como cada primero de noviembre el cementerio se volverá a llenar de los que van a visitar a sus muertos. Luego serán muy pocos los que se acerquen por aquí. Ahora vienen los jóvenes a cazar Pokemon, pero no tenemos wifi».
En Maracena no había pokemon pero sí abejas. Fue Jesús Yeguas, policía local del municipio encargado de retirar el enjambre. Ocurrió el año pasado. El agente llegó al camposanto y enseguida descubrió que los insectos habían 'colonizado' un nicho. Con su conocida y ordenada laboriosidad, las abejas habían construido una sólida colmena en el hueco funerario. Yeguas, que ya había retirado panales en varias ocasiones anteriores, nunca había actuado en un escenario tan especial. «No, jamás había quitado un panal de un cementerio», reconoció. Tras su actuación, el nicho quedó libre de abejas. Quizá para evitar un susto más de la cuenta.
Lo que no pase en los cementerios de Granada... Hace seis años, en la vecina localidad de Peligros una persona dio con sus huesos en el psiquiátrico por abrir un ataúd para aplicar al difunto «poderes sanadores». Como lo leen. La defensa aceptó esta medida de seguridad para el acusado, cuya esquizofrenia le hizo oír voces de ultratumba al pasar por el cementerio de Peligros
Este recorrido por los diversos cementerios de la provincia de Granada termina en la puerta de la Alpujarra, en el municipio de Lanjarón, donde vive y trabaja 'El niño de las sepulturas', como lo bautizó el año pasado el corresponsal de este periódico, Rafael Vílchez. El enterrador Cayetano Martín comenzó a dar sus primeros pasos en el camposanto de este municipio de La Alpujarra mientras su padre José y su madre Carmen abrían hoyos a pico y pala para enterrar a los muertos. A Cayetano le encanta estar en su 'segunda casa' para ejercer la profesión de enterrador lo mejor posible y tener siempre a punto el cementerio. Mientras no se le cruce la Gallina de Bubión.
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Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
Inés Gallastegui | Granada
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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