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Pocos elementos hay tan diferenciadores de la realidad arquitectónica granadina como el empedrado. Una solución constructiva que une la utilidad con la estética. Aunque a veces varias funciones no confluyeran. El arquitecto Fernando Acale y el arqueólogo Ángel Rodríguez Aguilera han escrito juntos 'Empedrado granadino. Historia y arqueología', un libro de colección editado con lujo por el Ayuntamiento de Granada y a Consejería de Cultura y Turismo de la Junta, y cuyo contenido se completa con una serie de planos de Julia Rodríguez Aguilera.
La génesis del volumen tiene que ver, según Ángel Rodríguez, con el hecho de que en muchas de sus excavaciones aparecía indefectiblemente este arte, a veces superpuesto en varias capas, y con grandes diferencias en la factura de unas y otras. «De esa diversidad nos surgió la duda de cuándo había aparecido el empedrado granadino, y qué había tras él, o si lo que hoy conocemos como tal fue siempre igual», comenta el arqueólogo.
El trabajo de recopilación ha sido arduo, y de él se extraen varias conclusiones. La primera, que el apellido 'granadino' tiene que ver con el hecho de que se ha convertido en una seña de identidad capitalina. La segunda, que no tiene un origen medieval, ni nazarí, y tampoco es una modalidad constructiva que se incorporara en el siglo XIX. Surge en el siglo XVI como un elemento renacentista y luego barroco. «No deja de ser un mosaico de inspiración romana, que se hace con cantos blancos y negros. Cuando se recupera la tradición clásica, reaparece este arte», añade Rodríguez. «Pero también tiene un uso. Y vemos cómo desde los espacios privados salta al espacio público».
Fernando Acale señala que, fundamentalmente, se distinguen dos tipos de pavimento. Uno de carácter decorativo, que mezcla colores y forma dibujos, autóctono, y luego un empedrado grueso, común a otras ciudades, con la función de acomodar el paso de carruajes. «Bajo el pavimento que vemos hay redes sanitarias, de abastecimiento, que en origen eran muy precarias, y se mantienen desde el medievo hasta el siglo XX, cuando se acomete la reforma», destaca. El tráfico de carruajes se intensificó a partir del siglo XVI, y su paso levantó los antiguos pavimentos de 'alcatifa', compuesta básicamente por cascajo apisonado. En las calles del centro se instaló este empedrado grueso al que se refiere Acale, El peso de los carruajes provocaba cesiones en dicho empedrado, lo que generaba frecuentes reparaciones, a veces no hechas con el necesario cuidado, lo que generaba nuevos problemas. «Toda la higiene pública de la ciudad estaba relacionada con la calidad del pavimento», afirma el arquitecto. Todos estos problemas se superaron cuando se colocó como base un firme más sólido, algo que ocurrió después de que el consistorio, a mediados del siglo XIX, se empeñara en ello. «Poco a poco se fue introduciendo el hormigón como elemento de base, y a partir de ese momento, todo mejoró», recuerda Acale.
Con todo, el uso del empedrado no se abandonó. En los años 20 hubo una propuesta para empedrar la calle Elvira al completo, a pesar de que la vecina Gran Vía se había adoquinado. «El problema del adoquín era que había que traerlo de Málaga, así que solo se usó en vías principales», dice el arquitecto. «En el resto se siguió empedrando, usando la subbase de hormigón».
Este trabajo, destaca Ángel Rodríguez, ha servido para censar cuántos empedrados históricos quedan en la capital, algo de lo que no se tenía constancia. En esta publicación se pormenorizan los conservados desde el siglo XVII al XIX. Hay en torno a 60. También se ha identificado una seriación en los motivos decorativos a lo largo del tiempo. Quizá el más grande de los que se mantienen es el de la entrada del Monasterio de Cartuja, calificado por Rodríguez como «excepcional». También destacan los del atrio de la iglesia de San Pedro y San Pablo y el compás de Santa Isabel la Real.
Es interesante destacar que, a pesar de que no se puede atribuir con certeza un empedrado a algún artista, porque nunca firmaban, sí que existía una nómina de estos. Entre ellos figuran familias como los Girela, que acudieron a procesos de licitación –muy similares a los que hoy se ejecutan– en obras como el empedrado de la plaza Bib Rambla., posteriormente transformado. Los empedrados más antiguos se identifican con espacios aristocráticos o nobiliarios, como el Palacio del Conde de Tendilla en el Partal, o en casas nobiliarias como el Palacio de los Vargas, donde se han documentado obras del XVI. A partir de ese momento, se fueron haciendo más comunes, invadiendo las antiguas casas moriscas a partir del XVII. «Los diseños primigenios son radiales, con fondo de lascas negras y cantos blancos. El siguiente paso, entre el XVII y el XVIII, lo constituyen empedrados más robustos, con cantos de mayor tamaño y formas geométricas, pero muy elegantes. Ya en el XIX, se incorporan los elementos vegetales, que perduran hasta hoy», dice el arqueólogo. El del empedrado es un arte que conecta nuestro pasado con el presente y el futuro.'
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