Sin lista de espera para ver la Alhambra
El Albaicín sin turismo. Crónica de una mañana estival en el barrio, prácticamente vaciado de turistas
Javier Morales
Granada
Domingo, 19 de julio 2020, 00:54
La Policía Local tuvo que acordonar el mirador de San Nicolás. Deportistas y caminantes de toda la ciudad empezaron a acudir en tropel a la ... plaza que mira de tú a tú a la Alhambra: una meta con vistas de postal para los primeros paseos de la desescalada. Después de dos meses y medio de confinamiento, estirar las piernas frente a las murallas y sin esperar a que los turistas se hicieran el 'selfie' de rigor al atardecer, era una experiencia por la que, seguro, alguien estaría dispuesto a pagar. Quizá no tanto como los 600 euros de multa con los que los agentes advertían a quienes intentaban hacer cumbre en el Albaicín con foto y descanso en el bordillo.
Ya sin restricciones, la estampa en San Nicolás es la misma:ciclistas, caminantes y ni un sólo turista. Son las diez de la mañana y la colina Patrimonio Mundial de la Unesco ofrece dos caras. Su plaza más turística es un remanso de paz, mientras que las entrañas del barrio bullen. Los vecinos bromean en la calle Agua, dos obreros trabajan en una casa de la Cuesta de Alhacaba, Berna sella primitivas en Plaza Larga, los fruteros pregonan el precio del melocotón, Maruja y Bernardina se saludan al lado de La Porrona y el músico acaricia la guitarra en el Arco de las Pesas sin tener quien le eche unos céntimos en la gorra.
La pregunta es la siguiente:«¿Cómo se vive en el barrio sin turistas?». Y tras varias charlas, la conclusión es que hay tres réplicas que predominan:mal, no tenemos de qué comer; bien, pero necesitamos el dinero de los visitantes, y mucho mejor, el barrio ahora es nuestro. Con muchos matices y añadidos, desde luego, este es el espectro de opiniones entre los vecinos del histórico laberinto de casas blancas. Padece o disfruta –según a quien se pregunte– el fenómeno turístico pero, de buenas a primeras, con la crisis del coronavirus ha vuelto a ser un pueblo en miniatura dentro de Granada.
Las asociaciones de vecinos denuncian desde hace una década que nadie ha hecho nada por evitar que el barrio sea un parque de atracciones para turistas. Sus habitantes han ido dejando casas que se han convertido en 454 apartamentos de fin de semana con capacidad para 2.179 personas. No hay regeneración:los jóvenes no quieren vivir en un barrio de difícil conexión en el que hay que coger el coche para salir a comprar o trabajar, y modernizar las viviendas es entrar en los embrollos burocráticos.
Esta falta de relevo motivó la desaparición del colectivo Bajo Albayzín. La asociación de vecinos del barrio, presidida por Antonio Jiménez, sigue entregada a pedir políticas destinadas a facilitar la vida a quienes habitan aquí con la afluencia de visitantes. Pepe Bigorra, vocal de la asociación, apostaba mediado el confinamiento por reconvertir los pisos y bajos turísticos en pisos para atraer a gente joven al barrio. Es solo un ejemplo de sus propuestas.
El paseo comienza en Calderería Nueva, 'la calle de las teterías', un corredor que antes tenía comercios y ahora es una sucesión de tiendas de souvenirs que poco tienen que ver con la historia del barrio, como ha denunciado en alguna ocasión el colectivo vecinal. Aunque por allí ya se deja escuchar alguna maleta –una pareja busca su alojamiento móvil en mano–, el turismo es aún una actividad anecdótica. Por eso, ninguno de los puestos de pieles, alfombras y lámparas ha levantado la persiana.
El descubrimiento
San Gregorio hacia arriba está el Café 4 Gatos, como una cascada de agua fresca en el desierto, o esa gasolinera que aparece cuando queda una gota en el depósito. En el sitio justo. Son muchos los turistas que hacen parada allí en su escalada hacia la parte alta del Albaicín. Ahora son los vecinos los que han descubierto la cafetería. Lo cuenta Valeriano, su dueño, vecino del barrio:«Por un lado facturo menos, obviamente, pero por otro lado, muchos vecinos han recuperado espacios que antes estaban colapsados. Ahora tengo mucha vecindad que antes no venía porque esto estaba lleno de turistas. Económicamente no compensa, pero emocionalmente se recupera el barrio».
Equilibrio. Es lo que, a su juicio, habría que buscar. Un balance entre los intereses de los empresarios, los vecinos, los que a la vez son vecinos y empresarios, y los visitantes. Un acuerdo tácito entre todas las partes después de años de «descompensación» entre ellas.
A mitad de la conversación saluda la vecina que habita un carmen cercano. Es reacia, primero, a sumarse a la entrevista;y luego, después de contar su historia, pide omitir su nombre. Pero deja datos curiosos. Por ejemplo, la enumeración de comercios cercanos:«En el barrio no hay tiendas: yo tengo que irme en coche a los grandes almacenes o bajar al mercado, aquí no hay nada, no puedes comprar ni pan. Esto era una tienda, en esa placeta de ahí había dos, ahí había otra (señala). Eran tiendas precarias, pequeñitas, pero la gente compraba en el barrio».
Ahora, añade, la zona ha cambiado mucho: «No hay ni niños». Pero es partidaria de que el turismo vuelva, poco a poco, para dar vida al Albaicín. «Se les echa de menos». La saturación, dice, no es sólo cosa del forastero: hay botellones de jóvenes que cada noche suben al barrio, lo ensucian y llenan de grafitis.
En las calles se escucha el canturreo de algún pájaro y, a lo lejos, una chicharra que pregona los 30 grados. En San Nicolás, dos ciclistas, Celia y Sara, descansan tras el ascenso desde Armilla:«Esto es único. Yo nunca me había encontrado el bordillo así. Es histórico». Aparece un hombre con gorra y una cámara: falsa alarma. Es un habitual de Granada, ciudad en la que vivió y a la que visita de cuando en cuando para tomar alguna foto. Ninguna como la del mirador vacío en una mañana de julio.
No, no hay turistas
Y de pronto, una chica con rasgos asiáticos que se sienta en el bordillo y saca otra cámara –esta más discreta– para guardarse la Alhambra en los dos centímetros que mide una tarjeta de memoria. «¿Eres turista?». «No, qué va. Llevo ocho años en Granada». Nada: el mirador de San Nicolás sigue siendo para los locales.
Por poco tiempo. Los primeros turistas nacionales empiezan a llegar con cuentagotas a Granada. Este finde se espera que crezca la ocupación de los 32 hoteles que permanecen abiertos.
En Plaza Larga, el Albaicín late mucho más fuerte. Dos puestos de fruta añaden algarabía a la mañana y a simple vista hay más de medio centenar de vecinos por la zona. En el Covirán, Miguel cuenta que no come del foráneo, pero sí que se nota el efecto en la caja. «Si nos quitan a los turistas iremos cada vez a peor. A veces es verdad que se masifica un poquito esto, pero es lo que nos da la vida, que se mueva gente y salga. Es un barrio viejo y cada vez hay menos personas».
Manuel es más incisivo. «Aquí no se vive bien. Es una pena todo ya. No hay 'guiris' y cuando no hay 'guiris' no puede trabajar nadie. Los flamencos no podemos trabajar, yo toco la guitarra y ahora estoy más parado que la llave 10/11».
Paquita, Bernardina y Maruja hacen la compra y alimentan la charla de cada día. Así mantienen activa la cabeza y el cuerpo, que no pasan por los de mujeres de su edad. «Soy la séptima generación en el Albaicín, tengo 90 años», dice Maruja. «Y el Albaicín es muy tranquilo. Ni botellones, ni pitos, ni flautas, lo único que pasa es que el barrio está abandonado de la mano de Dios. Los que mandan, aquí no mandan. ¡Que nos arreglen el barrio, que es lo que tienen que hacer!». Sobre los turistas –hay que reencauzar la entrevista–, Bernardina dice que nunca ha tenido problemas con ellos. Que incluso le echan una mano para llevar la compra.
Las vecinas cargan con las bolsas por unas calles inusualmente vacías, pero vivas, pese a todo. Sigue la mañana en este Albaicín en el que no son necesarios apellidos porque todos se conocen. Y no hay lista de espera para ver la Alhambra.
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