Catherine Myronyuk mira fijamente una pequeña bandera de Ucrania. La sostiene fuertemente y la besa repetidas veces. En su mirada se nota el cansancio, la angustia, la desesperanza. Es difícil imaginar todo lo que ha dejado atrás, en ese adiós indefinido al huir de la guerra ... . Acaba de llegar a Granada junto a sus tres hijos de 7, 10 y 15 años y sus dos sobrinos de 11 y 22 para comenzar una nueva vida. En la estación de autobuses la espera su cuñado, un sacerdote ucraniano que los acogerá en su hogar todo el tiempo que necesiten. Él ha sido quien le ha dado la bandera a modo de recibimiento. Es algo simbólico, pero ayuda a que se sientan en casa. Aunque sus corazones están en Kiev, su ciudad natal.
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Son los seis primeros refugiados llegados a Granada. No serán los únicos: ayer partió un autobús hacia Polonia y regresará en unos días a la provincia con más gente. La de Catherine es una de tantas historias dramáticas que se repiten estas semanas. Se despidió de su marido sin saber si volvería a verlo. Él ayudó a llevarlos hasta la frontera con Polonia y cruzaron, mientras que él se fue a combatir para «defender Ucrania y frenar la invasión rusa». Habla con él casi a diario «de forma secreta» durante un par de minutos. Y piensa en él todo el tiempo. «Cada mañana me despierto y rezo por él. Hoy está bien, pero nunca se sabe, solo pido que esté a salvo», señala.
Le invade un cúmulo de sentimientos. Por un lado, la alegría de haber llegado a Granada, una ciudad a la que no para de darle las gracias. Por otro, la tristeza de abandonar forzosamente su país. Ya sueña con volver. «Nuestros corazones están en Ucrania», asegura. Aquí podrá empezar de cero. Aún no sabe de qué trabajará, pero no le importaría mantener su empleo anterior, soprano. En Ucrania era cantante profesional y tocaba el instrumento nacional, la bandura. «Quién sabe, quizás pueda dedicarme a eso aquí», cuenta emocionada a los pocos minutos de llegar. En su situación, tener esperanza y deseos de futuro es lo que la mantendrá fuerte.
Desde que se baja del autobús, la frase que más repite es «thank you very much». «Gracias a todos los que nos acogen aquí y gracias por la ayuda que recibimos los refugiados en la frontera, en Ucrania y ahora en Granada», apostilla Catherine. Admite que el viaje ha sido «muy largo» y «complicado», pero está satisfecha tras haber pisado suelo español. «Siempre soñamos con viajar por toda Europa y el mundo, pero no por estos motivos. Llegamos con alegría pero también una gran tristeza en el corazón por los que se han quedado allí», admite.
Aquí los ha recibido su cuñado, el sacerdote Svyatdslav Myronyuk, que imparte misas de rito bizantino en la Parroquia del Santo Ángel Custodio. También estaban los dos hijos de este, Marta y Ostap, que esperaban ansiosos la llegada de la familia. Al bajar del autobús se han fundido en un largo abrazo con ellos. Les han ayudado a bajar las maletas y han caminado hacia la calle. Allí han subido a dos coches que mostraban un cartel con el lema 'Ayuda para Ucrania. Operación Trizub'. La familia se ha alejado mientras seguía dando las gracias. Dentro del vehículo, Catherine sostenía la bandera de su país. Y la seguía besando mientras se alejaban, por fin, a su nuevo hogar.
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