La loca olimpiada de los pueblos de España

El otro día, en la piscina, dos padres charlaban animadamente mientras vigilaban a sus hijos. Uno decía que se había enganchado a una serie de un niño con cuernos, como si fuera un ciervo humano. El otro confesaba que no hacía más que ver documentales, que estaba aprendiendo más que en el colegio y que le gustaba verlos solo, cuando la familia se iba a dormir. «Para enterarme mejor», añadió. Justo en ese momento, uno de los niños pegan un resbalón y da un tremendo culetazo contra el suelo. Al ver que no se ha hecho daño, los adultos no pueden evitar la risa. El chico, de unos diez años, se levanta rápidamente y vuelve al agua.

–Oye –dice el primero, con los ojos hacia arriba, como si buscara algo en el disco duro–, ¿cómo se llamaba el programa ese de los pueblos, el del verano y la vaquilla?

–¡El Grand Prix! –responde el segundo, dando una palmada.

–¡Eso es! Me he acordado por el culetazo del niño. Qué golpes daban...

Lupión es un pueblito pequeño de Jaén. Tiene pocos habitantes, es collejo y sus gentes son la mar de simpáticas. Todavía sigo sin entender por qué no participó en 'El Grand Prix del Verano', uno de los programas más carismáticos de nuestra televisión. De 1995 a 2005 se convirtió en signo indudable del inicio y del final de las vacaciones. La cosa iba tal que así: dos pueblos se enfrentaban en una serie de pruebas que parecían sacadas de un tebeo de Astérix y Obélix. Los municipios elegían a 30 concursantes (siempre quise saber cómo harían esa selección. Me gustaba pensar que organizaban retos en la plaza del pueblo y que salían los vecinos de sus casas, sacando músculo, para demostrar que ellos eran los dignos representantes) que acompañaban al alcalde. Además, al pueblo le tocaba un famoso que hacía las veces de padrino o madrina: de Bertín Osborne a Marianico el Corto, valía todo.

Y los que no estaban en la selección del pueblo, podían asistir como público al programa. Eso también tuvo que ser divertido. Para participar, por cierto, las localidades no podía tener más de 50.000 habitantes y siempre llevaban cosas típicas de la tierra, para hacer promoción. Aquello se convirtió, también, en una improvisada clase de geografía: Cudillero, El Bonillo, Suances, Falces, Sabiñánigo, Gerindote, Puerto Mingalvo, Llers, Benahavís, Chelva, Picón, Haría, Utiel, Sotés, Teboyas... Decenas de pueblos que no habías escuchado en tu vida. De hecho, todavía hoy me pregunto por qué había tan pocos pueblos andaluces... ¿Hubo alguno?

Con un cierto regusto a 'Humor amarillo', las pruebas del 'Grand Prix del Verano' obligaban a los participantes a demostrar todo tipo de habilidades. Habilidades que, en caso de fallar, terminaban con un magnífico trompazo en pleno prime time. Las pruebas con vaquilla eran algo así como la marca del programa, pero luego estaban 'Los troncos locos', 'La cucaña', 'Corazón explosivo'... Y mis favoritas: 'Los bolos' y 'La patata caliente'. Qué risas.

El programa seguía los cánones de la época y Ramón García era uno de ellos. Ramontxu fue el presentador por excelencia. En invierno lo invitamos a cenar con '¿Qué apostamos?' y nadie se hubiera atrevido a empezar un año nuevo sin verle en la Puerta del Sol. Tenerle en verano, con esa sonrisa socarrona y sus bravuconadas de chico del norte, era señal inequívoca de que estábamos en casa.

El año pasado se celebró el 25 aniversario de su estreno, con un recuerdo especial que se emitió en Youtube. Si volviera el programa otra vez, como antes, aunque fuera sin vaquilla, para evitar polémicas, apunten a Lupión, por favor, que llevo veinticinco años con la idea en la cabeza y me encantaría verles por allí. Venga, a jugar.

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