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Despertarse una mañana y saber que no puedes volver a casa. La huida de su país de origen es solo el comienzo de un largo camino hasta encontrar paz y autonomía en un nuevo lugar. En Granada, muchos refugiados buscan un sitio seguro donde poder ... empezar una vida. Con las heridas del pasado aún abiertas, pero con ganas de mirar al futuro, se enfrentan al reto de lograr empleo, una red en la que apoyarse, independencia, vivienda y estabilidad económica.
Tan solo en el último año, Granada ha recibido más de 1.500 solicitudes, siendo la quinta provincia andaluza en peticiones, según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Además, entidades sociales como Cruz Roja atendieron a más de 1.600 personas refugiadas en sus distintos programas en la provincia. Por segundo año consecutivo, Andalucía se convirtió en la comunidad autónoma con mayor número de solicitudes de protección internacional solo por detrás de la Comunidad de Madrid.
Millones de desplazados
Siguiendo las tendencias de crecimiento, en Andalucía se han superado las cifras del año pasado, que se situaban en 11.722. Del 1 de enero al 31 de diciembre de 2023 se contabilizaron más del doble, 25.948.
En el resto de la región andaluza, Málaga es la que mayores cifras registró (10.517) de la comunidad. Datos que, además se triplicaron respecto a 2022 (3.418). Posicionándose también como la segunda provincia con más solicitudes, solo por detrás de Madrid. Sevilla registró 4.060 solicitudes, mientras que Almería fueron 3.032, Cádiz 2.392, Huelva 1.790, Córdoba 1.544 y Jaén tan solo 1.033. Pese al boom de solicitudes en esta comunidad autónoma, CEAR señala que España se ha situado a la cola de la Unión Europea en cuanto a tasa de reconocimiento de asilo. En el país se resuelven favorablemente apenas el 12% de las solicitudes totales y este año aproximadamente, según datos de Cruz Roja, se han producido cerca de 163.220 peticiones.
Sin embargo, las peticiones crecen exponencialmente. Las guerras, la violencia y las amenazas han provocado un nuevo récord de 120 millones de personas desplazadas forzosamente en el mundo, según los últimos datos de ACNUR.
A conflictos enquistados como los de Ucrania, Siria, Afganistán o Sudán, entre otros, se unen dos nuevas grandes emergencias humanitarias, como el genocidio en Gaza o la creciente inestabilidad sociopolítica en Senegal y en los países del Sahel.
De acuerdo con las estadísticas de Cruz Roja, la mayoría de las personas solicitantes en España provienen de países latinoamericanos por emergencia humanitaria, guerras o conflictos inacabados. Son personas que huyeron de la emergencia humanitaria en Venezuela, la violencia y el conflicto inacabado de Colombia y las violaciones de derechos humanos y persecuciones en Perú o en Honduras. Más de 86.000 son hombres, y 77.678 personas de entre 18 y 34 años.
Con motivo del Día Internacional del Refugiado, celebrado el 20 de junio, IDEAL entrevista a varias personas solicitantes de asilo procedentes de distintos países que han dejado atrás lo que eran por seguridad. Para todos ellos Granada es su lugar seguro.
Olha y David. Refugiados de Ucrania
Lo que más le costó a Olha, de 44 años, y madre soltera, fue dejar todos sus planes y la casa que había estado amueblando tanto tiempo. Ella y su hijo David, de ocho años, vivían en Rivne. Cuando empezó la invasión rusa supieron que era hora de marcharse, querían vivir en paz. Huyeron en tren, autobús y avión en un periplo en el que se recorrieron media Europa para acabar en Málaga.
La primera parada fue Torremolinos. Durante cuatro meses su casa fue el hotel Costa Andaluza de Motril hasta que pudieron acceder a una vivienda. Atrás solo se quedó la madre de Olha. En Ucrania no hay nadie del círculo de la familia y no se plantean volver. Es «doloroso» para ellos. «Allí solo me queda mi madre, que tiene 57 años pero se ve muy mayor para venir. Es lo que conoce. Tenemos amigos repartidos por todo el mundo, hasta en Egipto. Nos hemos ido todos», cuentan.
David es medio motrileño. Su nueva vida le encanta. Tiene muchos amigos en la escuela y absorbió el español como una esponja. «Estoy genial», explica. A su madre solo le falta el trabajo. En Ucrania era psicóloga y aquí, aunque homologará el título, su nivel de español no le permite ofrecer este servicio.
Ha hecho varios cursos de formación, entre ellos de ayudante de cocina y le gustaría poder dedicarse a la hostelería. Agradece infinitamente la ayuda recibida. «Lo mas importante es el corazón, no donde naciste», sentencia.
Daouda. Refugiado de Mali
Daouda tiene 25 años y huyó de Mali. Escapó de un país en conflicto que además está afectado por el terrorismo islámico. Además, para hacerse cargo de su familia en la distancia decidió emigrar a Europa. Llegó en patera a Adra en el año 2022, donde pasó un tiempo con Cruz Roja y comenzó a tomar contacto con el idioma. En su país era fontanero y electricista. Se mudó varias veces por su porvenir y el de los suyos tras la muerte de su padre. En Motril, donde reside desde hace año y medio, trabaja en la agricultura y cambia plásticos en invernaderos. Explica que es lo único que puede hacer hasta que consiga regularizar del todo su situación. Además, necesita el empleo para enviar dinero a su madre y a sus hermanos, que pasan por momentos complicados en Kalabankoro, ciudad situada junto al río Níger. «A mi ciudad vino el terrorismo yihadista. Somos islamistas, pero no extremistas. Piden que combatamos al gobierno o nos matan, reclutan a hombres jóvenes. Yo quería trabajar y ser independiente», cuenta. Para arribar costas españolas, el joven tuvo que arriesgar su vida en una travesía en patera por la que pagó 3.000 euros. Antes de eso, atravesó su país y Argelia. «He arriesgado mucho», simplifica. El trabajo le deja poco tiempo libre. Su círculo social en Motril no es fuerte, pero agradece la acogida a las organizaciones que le han ayudado. Como quiere aprender bien el idioma, lee y pasea por la ciudad. Sueña con poder sacar a su familia de Mali.
Anónima. Refugiada de Colombia
ntes de huir definitivamente de Colombia, esta mujer, que era defensora de los derechos humanos en su país, activista y administradora pública, se enfrentó a varios desplazamientos forzados dentro del país.
En el primero de ellos, a principios de los 2000, se escondió con sus hijos en un camión que transportaba café y dejó las tierras que arrendaba para que las guerrillas, que necesitaban soldados, no los secuestraran. A un primo suyo lo mataron por rehusar unirse y no quería que sus retoños tuvieran la misma suerte. Los demás desplazamientos han sido ocasionados por amenazas y atentados al exponer lo que pasaba en la región donde vivía en Norte de Santander, formado por 40 municipios controlados por más de 37 grupos armados.
Ella, de 50 años de edad, era la presidenta de un grupo de organizaciones que colaboran con Acnur o Amnistía Internacional. Las amenazas por las denuncias y su trabajo comenzaron en 2016. Se convirtió en un objetivo, al igual que los suyos. Secuestraron a su hijo mayor, lo torturaron y lo dejaron en la cuneta de una carretera. Vivió para contarlo y él, que es trabajador social, sufrió un segundo atentado donde violaron a su esposa y los dos acabaron en el hospital. La mujer, que se refugia en Motril, también fue víctima de violencia sexual. La seguían a diario, pese a que el Gobierno le concedió cierta protección, y continuaban las amenazas e intentos de atentados.
Su informe donde exponía las miserias de la región se hizo público y tuvo que salir definitivamente del país. Solo pudo llevarse a uno de sus hijos, que padece una enfermedad rara. Trata de reconstruir su vida en Motril, es voluntaria en Cruz Roja y confía en reunir el dinero suficiente para sacar a todos los suyos de Colombia. «Sigo teniendo miedo de salir a la calle».
Óscar. Refugiado de Venezuela
Óscar, a su edad de 65 años, es entusiasta y optimista. Fantasea con dedicarse un tiempo a la hostelería antes de abrir su propio negocio en Motril, la ciudad que ya siente su segunda casa. Lleva en España un año y cuatro meses. No pudo sostener más la extorsión de los colectivos, grupúsculos en Venezuela que extorsionan a los ciudadanos con el beneplácito del Gobierno, que echa la vista a un lado mientras imponen su orden.
Óscar, chef y propietario de algunos negocios, estaba obligado a pagar la 'vacuna', un montante que fue subiendo y asfixiando al empresario. Primero 300, después 500... Se hartó y denunció los hechos en la Fiscalía, le expropiaron locales y la funcionaria de la justicia, ante la fuga de información que había en la institución, le recomendó salir del país. Él y sus hijos, ahora repartidos por distintos países, se fueron.
Óscar, afincado en Motril, se ha apuntado a formaciones y a los talleres de envejecimiento activo. Ayuda a los jóvenes refugiados con los que convive a aprender español, necesita «sentirse útil».
«Tuve que colarme en el aeropuerto y en el avión para salir de mi país. Fue mucha emoción y miedo juntos. Actualmente lo único que quiero y que me gustaría es que se pudiera agilizar la documentación y esos permisos de trabajo porque no me quiero sentir ningún parásito. Quiero ser independiente y desempeñarme por mi cuenta», señala. El vecino motrileño se siente muy bien acogido en España, donde ya tiene amigos y una pequeña comunidad que le arropa. «Agradezco mucho toda la ayuda que he recibido. Soy afortunado y me siento bendecido por Dios».
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