Sara Bárcena
Miércoles, 10 de enero 2024, 17:39
Eran las doce del mediodía de una fría mañana de enero. En la plaza de La Caleta de Granada, la gente iba y venía de un lado a otro, centrada en sus quehaceres. Mientras tanto, otros con menos prisas aprovechaban para sentarse en un banco ... a disfrutar, al menos durante unos minutos, de los rayos de sol. La mayoría de los que se permitían este lujo llevaban tiempo gozando del descanso de la vejez, pero eso no era llamativo. Resulta que uno de esos afortunados alumbrados por Lorenzo, un anciano con sombrero y bastón, estaba acompañado de una vieja conocida: la mascarilla.
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El famoso tapabocas cuyo uso en España se popularizó a raíz de la pandemia de coronavirus en el año 2020 había vuelto a Granada. Descansaba bajo su mentón sin renunciar -cómo no- al tirón de orejas. El hombre parecía necesitar ese ratito de 'libertad'. Miraba al cielo azul valorando cada segundo de aire fresco. Aunque lo cierto es que el libre albedrío no duró mucho; enseguida, levantó una mano para devolver la mascarilla a su lugar original -es decir, cubriendo por completo la boca y la nariz-.
Aunque de primeras pudiera resultar un tanto extraño -principalmente por la falta de costumbre-, él no era el único en Granada que este miércoles había decidido sacar a pasear la mascarilla. A escasos metros, otro hombre de avanzada edad, que llevaba un rato caminando en círculos por La Caleta con el único objetivo -aparentemente- de mover un poco las piernas, también la tenía puesta. En su caso, quitársela no era una opción, ni siquiera mientras cumplía con su ejercicio matutino. Protegerse era más importante.
Con el mismo lema por bandera, dos mujeres mayores pasaban por delante del Hospital Universitario Virgen de las Nieves, con la mascarilla puesta y con la convicción de que no era necesario renegar de la misma teniendo en cuenta la 'sopa' de virus que está circulando por el país este invierno. Allí mismo, en la puerta de entrada a urgencias, acababa de concentrarse el personal del servicio, que desde el pasado viernes 5 de enero sale cada día, durante cinco minutos, para denunciar el colapso del sistema -consecuencia, según los trabajadores y los sindicatos, del aumento de contagios y de la falta de recursos humanos y materiales-.
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Una estampa familiar
Todo aquel que entraba en el centro hospitalario echaba primero la mano al bolsillo y sacaba una mascarilla para cubrirse la cara. El que salía, por contra, no tardaba en apartarla y desecharla en el cubo de basura más cercano. La estampa también era inusualmente familiar en los alrededores. En el centro de salud Salvador Caballero, el personal de administración recibía a los usuarios con el tapabocas preparado. En la parada del Metropolitano, unos pocos aguardaban ataviados con el mismo. En las farmacias, sin embargo, los farmacéuticos aún no habían abogado por su uso, a pesar de que algunos clientes cruzaban sus puertas bien armados.
La constante continuaba en la Avenida de la Constitución, donde varias personas admiraban la belleza de una selección de obras del Prado, de autores como Goya, Velázquez, El Greco o Sorolla. A medida que avanzaba la exposición en el bulevar, camino a Jardines del Triunfo, se hacía patente la escasez de la mascarilla, pero también que la posibilidad de infectarse de covid, gripe o cualquier otro virus respiratorio no ha dejado indiferente a los mayores. Por lo que se puede ver en las calles de Granada, ellos son los que más concienciados están sobre la utilidad de la mascarilla tanto para no contagiar a los demás como para no contagiarse uno mismo.
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