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Juanjo Cerero
Granada
Domingo, 14 de julio 2019, 01:59
Cada año, cientos de granadinos se marchan de la provincia para comenzar una vida distinta. Sea por motivos laborales, personales o por el simple gusto de la aventura, la migración es un camino de dos sentidos. Unos se van, otros llegan. A lo largo de ... la última década, la crisis económica ha jugado un papel fundamental a la hora de determinar e influir en los flujos migratorios. En los últimos años, sin embargo, algunas de estas tendencias están cambiando.
En muchos de los países que de manera tradicional se han asociado con niveles destacados de inmigración ha descendido con fuerza la aportación de nuevos ciudadanos a la población de Granada. Quizá los casos más notables sean los de Rumanía, China o Ecuador. Por ejemplo, en 2008, según los datos que proporciona el Instituto Nacional de Estadística (INE), 1.152 personas inmigraron desde Rumanía. Diez años después, en 2018, la cifra ha descendido hasta los 373. Es decir, que en ese período del tiempo se perdieron dos tercios del volumen de migrantes. En China, el número total ha pasado de los 166 anuales a sólo 60. Sin embargo, la caída más notoria en términos porcentuales se ha vivido en el intercambio de ciudadanos con Ecuador. El año pasado, 53 ecuatorianos se declararon residentes en la provincia granadina. Una década antes fueron 250. Un descenso del 78% en ese lapso de tiempo.
Entre los países donde más ha aumentado el ritmo de inmigración hacia Granada también hay algunas sorpresas. Por ejemplo, en la década que acabó en 2018 creció con fuerza la llegada de ciudadanos de otros grandes países de la Unión Europea, cuando España había solido ser más bien fuerza exportadora que importadora cuando se ha relacionado con los países más ricos del continente y el resto de Occidente. Por ejemplo, se ha duplicado la llegada de personas desde Estados Unidos; la variación es del 126% entre 2008 y el año pasado, cuando fueron 127 los norteamericanos que se afincaron en la provincia.
En este lapso de tiempo también aumentó de manera significativa el número de inmigrantes desde Bélgica, aunque en este caso hay un segundo factor que puede influir en los datos. Por lo general, los fenómenos migratorios suelen imaginarse como personas jóvenes que se marchan en busca de mejores oportunidades o una vida diferente. Sin embargo, el INE también contabilizaría como migración el retorno a su lugar de origen de alguien que llevara mucho tiempo fuera y se hubiera naturalizado y empadronado en otro país. Es esta situación, por ejemplo, la que impulsa el crecimiento de la inmigración desde Bélgica, uno de los lugares a los que más granadinos se fueron durante las décadas que siguieron al final de la Guerra Civil y el comienzo de la dictadura franquista. Entre 2008 y 2008, la llegada (o retorno) de estas personas ha pasado de 38 a 88 casos. En términos porcentuales, un incremento del 138%.
En otras ocasiones, el motivo para lanzarse a migrar no es de carácter económico sino político. Es lo que ocurre en los casos de países como Nicaragua, Honduras o Venezuela, los tres lugares desde donde más ha aumentado la inmigración que llega a Granada. Destaca sobre todo el caso del país nicaragüense, sumido en serios problemas políticos desde que comenzaron los enfrentamientos entre el gobierno de Daniel Ortega, representante de una rama del sandinismo, y colectivos civiles. Hace diez años, mucho antes del estallido del conflicto, apenas llegaron ocho nicaragüenses a vivir a la provincia granadina. El año pasado, la cifra había pasado a los 73. Y no poco a poco. En 2017 habían sido 23, lo que indica con meridiana claridad que la evolución de la afrenta política, que continúa pese al cambio en su Ejecutivo, se ha cobrado decenas de vidas y promueve un ambiente de represión, es el principal motivo que ha instigado esta ola de migraciones. En solo año, la llegada de estos ciudadanos a Granada casi se triplicó.
6.658 migrantes llegaron a la provincia de Granada a lo largo de los doce meses de 2018
2014 es el año en el que se registraron datos de migración más bajos en la última década, en plena crisis
El caso de Marling Balmaceda, periodista nicaragüense de 31 años afincada en Granada desde el pasado mes de marzo, es un ejemplo de esta situación. Como buena parte de los compatriotas que han llegado a España en el último año, es solicitante de asilo político internacional. Había llegado a Madrid cinco días antes, pero la perspectiva de Granada, ciudad que conocía gracias a una estancia previa en España durante sus años de formación, le atraía mucho más. Le habían dicho que la gente de aquí era «más tranquila y accesible» y tenía referencias de una pequeña diáspora de nicaragüenses. Apenas cinco días después de aterrizar en Barajas se instaló en la capital granadina, desde donde sigue ejerciendo su labor como periodista en un diario de su país, pero «a este lado del mundo». «Allí también hay una ciudad llamada Granada», recuerda.
Marling Balmaceda | Migrante nicaragüense
Hasta decidirse a venir a España, Marling había pasado casi un año sopesando sus opciones. Finalmente, explica, fue su familia quien decidió por ella. Dos compañeros suyos habían sido detenidos por informar, un hecho que se ha repetido cuando ella ya viví en Granada, y había narrado en directo la marcha del Día de las Madres, el 30 de mayo, donde había visto asesinatos a manos de las fuerzas del orden. «Había perdido el miedo a que me mataran», asegura, «y sentía que, por mi trabajo, le estaba quitando la paz a mi familia». Fue sobre todo por ellos por quienes decidió exiliarse en España.
La de Ramón Navarrete, administrador de empresas de 37 años, es una historia similar. Fueron las amenazas por parte de los fieles al Gobierno de Daniel Ortega las que le hicieron tomar la decisión de marcharse de Nicaragua. Tras la misma marcha del 30 de mayo de 2018, «cuando las cosas se pusieron muy violentas», fue su mujer la primera que hizo el viaje hasta Granada, animada por una excompañera de Ramón que ya vivía aquí y les recomendó vivamente la ciudad, en septiembre del año pasado. Luego, en noviembre, Navarrete malvendió su coche, agarró todos sus ahorros y se encaminó al aeropuerto con sus dos hijas de cinco y diez años. Habían amenazado con quemarlas vivas y hacerle a él lo mismo. La decisión estaba tomada. Antes de marcharse, tuvo que sobornar con 300 dólares a funcionarios del país para que le permitiesen embarcar.
Marisolda Oviedo | Migrante venezolana
«Marcharte sola a otro país es como volver a ser un bebé», afirma Marling Balmaceda. Una experiencia parecida a la que narra Ramón Navarrete, que sigue intentando homologar sus estudios para poder ejercer en España. Pero están, en general, satisfechos con la vida en Granada. «Me encanta la ciudad», dice Balmaceda, que destaca en positivo «el respeto hacia las mujeres de la gente de aquí» en comparación con su país de origen. «Me sigue maravillando por mucho que la pasee», remata.
Además de ejercer sus profesiones, todos colaboran con la pequeña diáspora nicaragüense que existe en la ciudad, colaborando entre ellos no sólo con medios materiales, sino también con trámites burocráticos. «Me genera muchísima satisfacción poder ayudar a compatriotas», asegura Ramón Navarrete. A pesar de todo, la idea de volver no se les ha ido de la cabeza, aunque todas las personas consultadas coinciden en señalar que la situación política sigue siendo muy convulsa y no es el momento de regresar. «Si me dejan quedarme, planeo ver cómo evoluciona el país y estar aquí unos cinco años», afirma la periodista.
Otra de las comunidades en las que se han intensificado los flujos migratorios es la de los venezolanos, asediados por una complicadísima situación política en el país y graves problemas económicos derivados de la debilidad del bolívar, los problemas en el sector petrolífero y la escasez de algunas materias primas y productos de primera necesidad. Hace diez años, en 2008, los 75 venezolanos que habían venido a vivir a Granada suponían apenas el 1% de toda la inmigración. La cifra había aumentado hasta los 395 el año pasado, lo que supone quintuplicar los registros. Una de cada veinte personas que inmigraron hacia la provincia en ese período procedía de este país.
Ramón Navarrete | Migrante nicaragüense
Marisolda Oviedo, de 43 años, llegó hace apenas dos meses a España procedente de París, donde había sido retenida durante dos semanas por las autoridades francesas. Sólo pudo salir cuando arguyó motivos de Derechos Humanos y declaró su condición de exiliada. Granada fue su ciudad de destino porque una hija suya vive en la capital desde hace años y está casada con un español. Sin embargo, dos de sus hijos se encuentran todavía en Venezuela y su objetivo actual, como el de la mayor parte de quienes han migrado en fechas recientes, es obtener cuanto antes un permiso de trabajo para poder buscar un empleo y comenzar a ahorrar para conseguir traerlas.
Los exiliados venezolanos consultados coinciden en remarcar que la principal razón por la que decidieron marcharse del país es una mezcla de una complicada situación económica, con grandes dificultades para tener acceso a alimentos y otros productos básicos como medicinas. «He llegado a hacer colas de 13 o 14 horas para comprar arroz, me iba de madrugada y en la tarde del día siguiente tal vez podía comprar. La situación se ha vuelto un todos contra todos», resume a bocajarro Marisolda.
Vicente Marín | Abogado experto en extranjería
La historia es muy similar a la que cuenta Mariela Guedez, contable de 32 años que llegó a la capital nazarí en febrero para estar junto a su esposo e hija de once años, que habían venido unos meses antes. Las amenazas por parte de las autoridades por oponerse al Gobierno de Nicolás Maduro se sucedían y la situación se volvía difícil de soportar. En este momento se encuentran viviendo en la Casa Madre del Ave María, en la capital, a la espera de que Mariela tramite un permiso para poder buscar un empleo. «Al principio no nos llegaba el dinero y nos ayudaron con comida y otros enseres; mi marido ahora ha encontrado trabajo y yo espero hacer lo mismo pronto», afirma.
Otros venezolanos consultados ni siquiera quisieron aparecer con su nombre y apellidos en este reportaje por miedo a posibles represalias por parte del Gobierno si regresaran a su país de origen.
Muchos de ellos se ayudan y mantienen en contacto a través de la Asociación Venezolana Amigos del Mundo, que preside Xioleida López. Gracias a estas redes de apoyo de las diásporas en la ciudad, los migrantes pueden sentirse un poco más como en casa, hablar de sus propias historias, reconciliarse con ellas mientras esperan volver a sus casas.
Como resume Ramón Navarrete, cuando te marchas, «tu país te acaba haciendo falta como respirar».
En términos absolutos, los países del mundo desde los que más ciudadanos vinieron a vivir a Granada el año pasado son Marruecos, Reino Unido y Colombia. El país limítrofe no ha experimentado cambios de especial significación y sigue aportando un volumen muy alto de migrantes cada año. En 2018, el 28,6% de todos los inscritos, siempre según los datos del INE, provenían del reino marroquí. Del Reino Unido procedían el 7,4% del total, y de Colombia, el 6,6%. Más de la mitad de los 6.658 migrantes que llegaron a Granada en 2018 (el 54%) provenían de uno de los cinco países que mayor aportación hacen. La lista la completan Rumanía y Venezuela.
Vicente Marín es un abogado granadino que lleva una década al frente de parainmigrantes.info, un portal considerado de referencia en España en asuntos relacionados con extranjería e inmigración. En su experiencia, los dos principales motivos por los que gente de otros países viene a España son el económico y el de seguridad pública y político. Uno afecta más en algunas regiones del mundo; en países como los mencionados, ambos coinciden para provocar una ola de migraciones.
Para Marín, la situación económica española es el principal factor que determina el discurrir de los flujos migratorios. A pesar de la mejoría en los indicadores económicos españoles en los últimos años, explica, la situación está todavía muy lejos de alcanzar un punto en el que vuelva a ser necesario incorporar a trabajadores extranjeros al mercado laboral. «El paro tendría que bajar hasta un 9% o un 8%», aventura el experto, «para que volviese a haber una demanda suficiente de empleados de fuera para ciertos perfiles».
De momento, y por la manera en que está articulada la ley española, el sistema público de empleo rechaza la mayor parte de peticiones para venir a España con un contrato de trabajo porque ya hay españoles inscritos para esos puestos en las listas del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) o pueden formarlos rápidamente. «La crisis sigue haciendo mella todavía», resume Vicente.
Mientras, muchos migrantes que llegan a Granada a intentar hacer una vida mejor, o al menos tranquila, siguen esperando a regularizar su situación. Y, al menos la mayor parte de ellos, a esperar a un momento más propicio para regresar a casa.
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