-k2nC-U1305750498319YF-1968x1216@Ideal.jpg)
-k2nC-U1305750498319YF-1968x1216@Ideal.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Pocos sabían que era la última tarde de Granada bajo llave. Aunque, de haber sabido que era el fin del cierre perimetral, el plan hubiera sido el mismo. En las mesas de Plaza de Gracia, a las cinco en punto, había tantos cafés como cervezas. «Uno no sabe que tomar ya, con estos horarios nuevos», bromeaba Antonio, acompañado de su pareja. La temperatura era muy agradable e invitaba a quitarse mangas y a lucir gafas de sol. En el bar de la esquina, cuatro señoras tomaban cuatro gin tonics en copas de balón. Una de ellas, tras consultar el móvil, informó al resto de la noticia: «Que ya podemos salir. ¿Queréis que vayamos este finde al Nevada?».
Ayer, si hubiéramos abandonado a alguien amnésico en Recogidas o Reyes Católicos sería incapaz de averiguar la estación correcta: abrigos gordos, chaquetillas, camisetas, gorros, botas, sandalias... Por la acera del sol, tres chicas caminaban con unos helados de chocolate; por la de la sombra, otras tantas bajaban con cafés hirviendo en vasos de cartón. Desde el medio día, los bares estuvieron funcionando a 'pleno' –lo más pleno posible– rendimiento. Elena, Carmen y Ainhoa, estudiantes de Fisioterapia, salieron de prácticas y se fueron de tapas. «Y aquí hemos acabado, como caracoles», suspiraba con una sonrisa Elena, en las escaleras de la Catedral, iluminadas por un rayo de sol divino que les atravesaba el alma. «Había ganas de buen tiempo, ya pegaba esto», confirmaba Ainhoa.
Con el toque de las seis, los grupos que seguían en los bares se levantaban con cuerpo de madrugada. Al mismo tiempo que jóvenes visiblemente afectados por el alcohol daban tumbos por Pedro Antonio (algunos vestidos como si acabaran de celebrar fin de año), otros, cargados con mochilas, se adentraban en el Parque García Lorca. El clima invitaba a disfrutar del parque. Y, como si alguien lo hubiera organizado, cada zona del gran recinto verde parecía destinada a un tipo de visitante. Nada más bajar, en un espacio de césped que se curva por los caminos, había decenas de jóvenes disfrutando del aire libre, perfectamente separados y en un ambiente nada molesto para el resto. Allí estaban Carmen, Josep, Ivan y Dario, cuatro croatas haciendo el erasmus más raro jamás conocido, jugando un partido de voleibol. «¡Un poco aire es bien, bien!», decían, alegres.
Más allá, tras pasar el camino principal, una música estridente brotaba por los recovecos de los arbustos. Quince veinteañeras cargadas con litronas, latas, una silla de camping, patatas fritas y humo, cumplían con la definición gráfica de 'botellón al aire libre'.
–¡Vaya fiesta tenéis montada! –les gritaron dos paseantes.
–¡Para nosotras queda! –respondieron a carcajadas.
Desde allí y hasta los columpios, por el margen más cercano a la autovía, había varios botellones más, alrededor de los bancos. Al fondo del parque, con los toboganes y los balancines recubiertos por cintas, familias con niños jugueteaban con la tierra, aislados del jolgorio. «Tampoco podemos hacer nada. Nosotros estamos aquí un rato, que hace buena tarde, y nos vamos. Eso nos llevamos», explicaba Javier, con su hijo en brazos.
En la zona de los patos reinaba una melodía de guitarra. Amelia, Arturo, Eva, Ana, Carlos y Paula –todos rondando la veintena– son estudiantes de Música en el Conservatorio. Tras acabar los exámenes, hicieron un mocho y se compraron una enorme manta con forma de mandala para irse al parque. «La salud mental también es importante –dijo Eva–. El tiempo, aprovechar un poco el sol, hacer piña, hacer grupo...». Llevan refrescos, pipas y frutos secos. Y mascarillas. «Ahora estábamos tocando una milonga de Jorge Cardoso, ¿queréis escuchar?», propuso Arturo. La música se fue colando en el resto en grupos que rondaban el jardín. En concreto, veintitrés grupos perfectamente separados, alrededor de mantas y toallas, con los pies al aire. Muchos jugaban a las cartas –al 'Uno'– y otros al marciano o a la pelota. Entre todos, una pareja leía tumbada, cabeza con cabeza. Él, Juan, sostenía entre sus manos 'En el Blanco', de Ken Follet, en papel. Ella, Mónica, 'El corredor del laberinto', en digital. «Cada uno como le gusta», reían.
Al atardecer, con el cielo levemente nublado, el centro se fue llenando como una acequia en día de lluvia. Zacatín, Mesones, Alhóndiga y Bibrrambla se convertían en arterias vivas. De un balcón de Reyes Católicos, tres chicas vestidas de fiesta y vasos en la mano cantaban –chillaban– a todo volumen. «¿Hoy hay manifestación?», preguntó una de ellas, a voces, a dos tipos que había en la calle. «¡Vemos mucha gente! –siguió– ¡Que si hay que salir se sale, pero que si no nos quedamos aquí!».
Luego las tres rieron hasta caer de espaldas, dejando las piernas estiradas y las medias al aire. «Vaya pelotazo llevan», resoplaban en la calle.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Lucía Palacios | Madrid
María Díaz y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.