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Mirar el futuro
Postal en Navidad ·
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Postal en Navidad ·
Nueva vida para Lújar, un deseo de NavidadGotas de agua semiescarchada empapan las gruesas cortezas de corcho, rugosas capas vegetales generadas con el paso de los años y el influjo húmedo de las nubes que la montaña retiene a solo un paso del mar. Los árboles centenarios levantan sus ramas hacia el cielo para buscar la luz entre las nieblas permanentes en los otoños e inviernos de Lújar, donde los viejos alcornoques habitan las quebradas laderas azotadas por los vientos cálidos del sureste, donde el matorral mediterráneo mantiene aún el ecosistema original de los cerros litorales de Alborán, vegetación acompañante de un denso alcornocal habitado por palmitos, acebuches, aladiernos y jarales, especies bioindicadoras de los pisos climáticos termo y meso mediterráneo, que hacen de la sierra del Jaral, un singular espacio natural casi único en el sureste ibérico, un territorio a salvo de la presión urbanizadora del hombre, donde el continuo canto de herrerillos, carboneros, tarabillas y un sinfín de aves forestales solo cesa ante el agudo chiar de las rapaces llegado desde el cielo. En los recónditos barrancos, a través de estrechas sendas, caminan parejas de zorros que buscan madrigueras de conejos, mientras cabras montesas recién llegadas de las altas cumbres de Sierra Nevada deambulan junto a los cortados. Desde el suroeste llegan nubes cargadas con la humedad del mar, pero quedan atrapadas por las laderas del Jaral para alimentar los grandes alcornoques, que junto a sus hermanos del Haza del Lino, en cotas más altas, son los únicos bosques de Quercus suber, al este de las sierras húmedas de Grazalema. (...) Lújar, Navidad de 2014.
Es una crónica en el tiempo, el reflejo escrito de lo que fue el acontecer diario en un privilegiado territorio consumido por el fuego solo siete meses después. El 8 de julio de 2015, las llamas arrasaron el alcornocal de la sierra del Jaral, pero el gran incendio no logró acallar la voz de la naturaleza. Las nubes de invierno logran verdear la tierra. Tres años después, un manto vegetal oculta las cenizas. Ha vuelto el canto de los pájaros, en las sendas quedan marcadas las huellas de las montesas que poco a poco vuelven a retomar sus viejos caminos entre la montaña y el mar.
De los viejos troncos semicalcinados brotaron pronto tímidas ramas que se poblaron de hojas verdes y rojizas que fueron ocres en el otoño y han caído ahora, en el inicio del invierno, para fertilizar la tierra.
En una década el alcornocal de Lújar será una arboleda que apuntará formas de bosque. Se habrá hecho realidad el deseo expresado en esta Navidad de 2017, en la que escribimos en pasado una crónica que refleja el futuro.
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