Valle Peinado, en el patio del colegio LaPresentación, en Granada. J. E. CABRERO

Las monjas granadinas que dan su vida por Venezuela: «Cuando se pone amor todo cambia»

Valle Peinado Barragán, misionera ·

La religiosa de La Presentación y su hermana, Loyola, llevan cincuenta años trabajando en uno de los rincones más pobres de Suramérica

Domingo, 14 de agosto 2022, 23:53

Los vecinos de Palmarito del Alto Apure, uno de los pueblos más pobres de Venezuela, se presentaron hace unos días en la casa de las monjas para cantarle feliz 82 cumpleaños a Loyola. Loyola no se puede mover, está muy enferma. Tiene cáncer de abdomen, ... fibrosis pulmonar y artrosis reumática. «Está mal, se tiene que despedir», dice María del Valle Peinado Barragán (Granada, 1944), su hermana, con el estómago encogido en una de las salas del colegio LaPresentación. Valle está aquí, en su ciudad natal, esperando a que la llamen para operarse la cadera. En cuanto se cure volverá allá, a seguir trabajando. Las dos hermanas granadinas han dedicado su vida a salvar al que tengan al lado. Y nadie lo sabe.

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¿Cómo empieza su historia?

–El cuento de mi vida es un poco largo, pero tampoco es interesante. Mi vida es muy simple pero muy bonita porque es verdad. Da lo mismo el tipo de vida que elijas, cuando se pone amor todo cambia, aunque sea para hacer algo simple.

Pocos dirían que ir por los lugares más pobres del mundo sea algo simple.

–He trabajado lo que he podido y he hecho lo que he creído mejor, aunque me haya equivocado. Y, claro, cuando he podido reparar, he reparado. Lo importante es que sigo amando a la gente, que me siento unida a los que han pasado por mi vida y a los que no, porque sé que el mundo es de todos. He pasado por muchos sitios y me siento muy integrada en el mundo.

Valle, en la entrada del colegio La Presentació. J. E. C.

¿Por dónde?

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–Empecé aquí, en Granada. Y luego por España, Uruguay, Guinea... y los últimos 25 años en Venezuela, con mi hermana Loyola, que es tres años mayor que yo. Ella lleva allí 50 años. Y siempre comprometidas con la educación.

¿Cómo es educar en esos sitios?

–Un poco diferente en cada sitio. Y digo un poco porque, al final, cuando uno da lo que sabe es igual aunque sea diferente el sitio. Trabajé en preescolar 26 años, después en Primaria. En Guinea, por ejemplo, hacías lo que hiciera falta porque la realidad es otra. Enseñábamos lo que más necesitaban y jugábamos con ellos, que también es importante.

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«La iglesia estaba tan en ruinas que los burros pasaban por las grietas de sus muros»

Y este largo tiempo en Venezuela ¿dónde, exactamente?

–Loyola pidió ir allí. El obispo le preguntó dónde quería ir y ella respondió que al sitio más abandonado, donde más falta hiciera. La mandaron a Palmarito del Alto Apure, el pueblo de Venezuela donde no quiere ir nadie a vivir. Nadie. La casa donde vivimos estaba fatal porque llevaba muchos años vacía y la gente del pueblo la usaba para resguardarse cuando había inundaciones. Lo siguen haciendo, claro. Y la iglesia estaba tan en ruinas que los burros pasaban por las grietas de sus muros. No había carreteras, el río se desbordaba, aquello estaba muy mal... Y allí nos fuimos este par de abuelas (ríe).

¿Cómo está ahora?

–¡Por el estilo! Allí las autoridades no quieren hacer nada.

¿Por qué no?

–Porque no les interesa. Hay dejadez. Pero gracias al esfuerzo de Loyola, sobre todo, se han conseguido muchas cosas: teléfono, atención... incluso la carretera de acceso. Loyola ha luchado, peleado y enfrentado con alguna autoridad. Ella ha dado la cara mientras otros no lo hicieron. Ha hecho todo lo que ha podido. Todo. Y también visitábamos enfermos, a familias... nos hicimos amigos de todos.

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J. E. C.

¿Qué dejáis en Palmarito?

–Lo que más hemos hecho son talleres formativos. Muchos. Como ochenta y tantos tipos distintos. Secretariado, cocina, costura, electricidad, carpintería, computadoras... Cosas muy útiles, lo que nos iban pidiendo. También manualidades y arte, que usaban para hacer muñecos y vender en mercados ambulantes. Y no se han hecho más porque se nos terminaba el tiempo y los años.

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Usted que la ha vivido por dentro ¿cómo es Venezuela?

–Venezuela es una preciosidad. A Dios se le fue la mano y echó toda la riqueza que pudo y más. ¿Qué ha pasado? Que todo se ha venido abajo. Hay muchas manera de guerra y ahora no habrá tiros, pero está abandonada y las cosas se pierden y la gente tiene hambre y se tienen que ir a otros lugares a buscar algo que echarse a la boca... Y hay un gran problema con los niños, que están muy solos porque los padres no están. Niños de 10 años al cuidado de sus hermanos de 3 o de 4... ¿Qué hacen? Irse a la calle, a buscar comida en la basura. Es horrible. Los políticos no se han dado una vuelta por el país...

«A Dios se le fue la mano y echó toda la riqueza que pudo y más. ¿Qué ha pasado? Que todo se ha venido abajo»

¿Qué tal volver a Granada?

–Muy a gusto, qué quieres que te diga. A veces me da remordimiento, no es posible que tenga de todo aquí... Intentaré llevar algo de alivio cuando pueda, aunque la oración es lo que más hace.

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¿La oración?

–Hay mucho mal en el mundo y yo no puedo con todo. Llevaré cosas para aliviar a las familias que pueda, pero es tan poca cosa que no es nada. Lo único que puedo es orar por ellos y ofrecer las pequeñas cosillas que haya. ¿Crees que podría hacer más?

Lo que hace es extraordinario.

–(Ríe) No, no. Es poca cosa. Hay que aceptar que somos limitados. Si son limitadas las autoridades, ya verás una pobre monja infeliz. Humanamente, nada. Espiritualmente, lo que puedo.

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¿Por qué se hizo monja?

–Te respondo con otra pregunta: ¿por qué te casaste?

Por amor.

–¡Ajá! Estamos en las mismas. Si no se hacen las cosas por amor es imposible. Así de sencillo.

¿Se ha arrepentido alguna vez de la decisión?

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–No. Uno siempre tiene que seleccionar lo que hace y dejar de lado otras opciones. Para ser periodista tienes que dejar de ser informático. Pero estás contento con lo que tienes, entonces no deseas otra cosa.

¿Cómo lleva las críticas a la Iglesia?

–La Iglesia es como tú y como yo y como todo el mundo: santa y pecadora. Pero su santidad vale más. ¿Qué es santificar? Ayudar a que otros conozcan la parte de la vida hermosa, las cosas bellas que Dios ha creado. Y eso no es llenar la vida de normas o angustias ¡la Iglesia debe ser liberadora! Pero muchas veces queremos una libertad que no es tal. La Iglesia quiere el bien de odos y nosotros preferimos el bien personal. Así no nos ponemos de acuerdo. Más que pensar en qué necesito yo, sería pensar qué puedo dar yo de lo poco que tengo. Qué puedo hacer por el bien de mi vecino. Compartir. Pero seguimos anclados a que unos tengan mucho y otros nada o menos de nada.

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¿De quién es la culpa?

–Ni la Iglesia ni los gobiernos tienen la culpa de todo. Somos nosotros. La Iglesia ayuda en todo lo que puede, aunque dentro habrá quien ayude más, menos o quien solo vea su parte, como en cualquier sitio. Pero como institución hace todo lo más que puede. Mira las hermanas Teresas de Calcula, expulsadas de Nicaragua porque a Daniel Ortega no les conviene tener gente que le diga a los jóvenes que piensen por sí mismos, que el futuro está en sus manos... Pero claro, la mayoría de comunidades no pregonan lo que hacen y hay muchísimas por todo el mundo. ¿No se nota? No importa, no lo hacemos para que se note, estamos dando la vida.

«¿No se nota? No importa, no lo hacemos para que se note, estamos dando la vida»

Valle y Loyola.

Como Loyola.

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–De Loyola te digo que no habrá mucha gente como ella. Ha luchado todo lo que ha podido. En el pueblo se acuerdan de ella todos los días y los vecinos siempre dicen que es la que más ha hecho por ellos.

Ahora en Granada, ¿le queda algo de tiempo para usted, para sus gustos?

–(Ríe) Cuando una lleva tantos años sin pensar en qué me gusta... No, me gustaría que todo el mundo pudiera tener trabajo y una familia que se quiera. Eso me gustaría, que todo el mundo fuera feliz. ¿En lo personal? Me da igual, llevo muchos años sin querer algo personal mío, ya no sé decirte nada (ríe).

Bueno, que el amor es la clave.

–¡Ea!

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