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Carlos Morán
Domingo, 30 de junio 2019, 14:45
Tomasa (el nombre es figurado) subió dos veces al altar con el mismo hombre y en ambos casos su marido la bajó a golpes de él. Esta no es una historia de amor, sino un relato de sometimiento, violencia y machismo que está recogido ... en una reciente sentencia de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo que regula el segundo divorcio de Tomasa y Luis (tampoco es su nombre real). La resolución judicial, favorable a los intereses de la mujer (contrariamente a lo que había dictaminado la Audiencia de Granada), detalla con precisión notarial la tormentosa relación de la pareja, las dos bodas que celebraron el maltratador y la víctima, y cuyo final fue idéntico:agresiones y separación.
Dice el profesor de la Universidad de Granada (UGR) y forense Miguel Lorente, una autoridad en violencia de género (fue delegado del Gobierno en esa materia entre 2008 y 2011), que es un caso que se sale de lo normal. «Puede ocurrir que el maltratador y la víctima sigan conviviendo aunque ya exista una denuncia, pero casarse dos veces con el agresor no es habitual», refiere.
No obstante, el experto enmarca este episodio en la 'costumbre social' que, a pesar de los indudables avances, sigue considerando este fenómeno criminal como asumible, una rutina dramática que todavía impide a las mujeres alejarse de los agresores. «Un 44% de las víctimas de violencia de género dicen aún que no les parece lo suficientemente grave como para denunciar. Es lo mismo que me decían a mí en 1988:mi marido me pega lo normal», recuerda Lorente.
Tomasa y Luis contrajeron matrimonio por primera vez en 1987 y ese mismo año tuvieron un hijo.
Casi dos décadas después, en 2006, un juzgado especializado en violencia de género abrió una investigación por la presunta existencia de malos tratos. Tomasa se decidió a dar el paso de divorciarse de Luis tras 19 años de convivencia, lo que da una idea de lo complejo que resulta para las víctimas dejar atrás a su agresor. De hecho, y así lo refiere el fallo del Supremo, la pareja siguió viviendo en el mismo domicilio pese a que el vínculo matrimonial ya estaba formalmente disuelto merced a una sentencia fechada en diciembre de 2006, una conducta que el profesor Lorente ya señalaba en el comienzo de esta información.
Sin embargo, esa situación se prolongó sólo durante apenas un mes. Tomasa abandonó la casa en enero de 2007. Dos años más tarde, en 2009, la mujer y su exmarido reanudaban su relación y volvieron a casarse.
La resolución del Supremo no explica qué sucedió para que Tomasa y Luis decidieran contraer de nuevo matrimonio:se limita a dar cuenta de los hechos más relevantes desde el punto de vista legal, pero en el fondo del aséptico texto late el trauma de la violencia machista.
Seis años después de la segunda boda, ya en 2015, el hombre agredió a su mujer y, en 2017, fue condenado «a varias penas de prisión que, sumadas, ascienden a cinco años», refleja el Supremo el desenlace de la historia de Luis.
Un año antes de que la justicia mandase a prisión a su maltratador, Tomasa había presentado la demanda que debía traducirse en su segundo divorcio del mismo hombre y, entre otras cosas, reclamó que se le atribuyese el uso de la vivienda.
Él se opuso a las pretensiones de ella, pero el juzgado de violencia dio la razón a la víctima. «Tras considerar que el interés de la esposa era el más digno de protección para otorgarle el uso de la vivienda –recuerda el Supremo el primer fallo–, valoró también que el divorcio suponía para la esposa un desequilibrio económico en atención (...)a la edad de la mujer, 58 años, su falta de cualificación profesional, su dedicación a la familia durante el tiempo de matrimonio, su condición de víctima de violencia de género...»
El agresor presentó un recurso ante la Audiencia de Granada y cosechó un éxito parcial. Pero ahora, el Supremo ha tumbado la decisión del tribunal provincial y ha ratificado punto por punto la primera sentencia, la que respaldó los intereses de Tomasa.
Lorente reitera que este caso no es común. «Parece como si la segunda boda sirviera para blanquear todo lo anterior. Una especie de empezar de nuevo, olvidando el pasado. Este tipo de relaciones tóxicas son así», dice el especialista.
Con todo, el profesor de la Universidad de Granada reitera que el trasfondo de estos episodios es un machismo estructural que impregna también a la justicia. «Ahí está el caso de 'la Manada': pasamos de abusos a una violación. Incluso un juez llegó a decir que aquello fue una juerga, que no hubo nada. Sin embargo, y por fortuna, el Tribunal Supremo los ha condenado por violación. Ydice se les podrían haber imputado diez violaciones», enfatiza Miguel Lorente.
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