Ahora que está tan de actualidad podría haber escrito esta crónica desde Hong Kong. Allí pasé hace años un inolvidable fin de semana y también encontré algo de Granada. Allá donde voy siempre busco a Granada. Pero mi pasado glorioso a veces ha dejado ... paso ya a un futuro cierto, o sea, al adiós implacable, y más ahora que se acerca el día de los crisantemos.
Publicidad
Bueno, pues voy a contarles que, de cuando en cuando, es bueno acudir a la aventura, en este caso, al Amazonas, el río mas caudaloso del mundo. Más que el chino Yangtsé, que también conozco; el Nilo, que navegué en su tiempo; o el Mississippi, que recorrí en una de esas salas de juego flotantes que e mueven con una rueda gigantesca (lleva el motor escondido) y que salen en muchas películas o series de Neflitx o HBO, que también veo para disfrutar
Pero de las muchas tierras y aguas que visité cuando yo era feliz y desconocido, sobre todo recuerdo, lo que dijo Gabo (además de Premio Nobel, admirable reportero) volando desde México a Panamá, con parada en Costa Rica, en el llamado avión lechero: «Compadre, que sepas que yo no he tenido que inventarme nada. No te olvides que es la historia la que copia de la vida misma. Lo digo porque he sido reportero de sucesos de un periódico en Colombia, cerca del Río Magdalena».
Y es verdad no hay novela mas grande que la vida misma.
Total, que aquí me tienen a bordo del Fitzcarraldo, que es el nombre, de aquel alemán medio loco medio héroe que, entre otras maravillas, se propuso levantar un teatro en Manaos, en la Amazonía brasileña. No es fácil navegar por el Amazonas. Hay que protegerse con cortinas antimosquitos, que forman verdaderos ejércitos; ventiladores en el techo aunque haya aire acondicionado...
En la vertiente culinaria hay, por ejemplo, caimán asado, que es una delicia. Sabe mitad a cerdo, mitad a langosta. O los huevos de tortuga, que ya conocía servidor de la taberna del capitán de Tegucigalpa y que es un bocado de dioses. Que me perdonen los animalistas que también son buenos lectores y llevan casi siempre la razón...
Publicidad
En fin, que hay una carta variada que la proporciona la agencia que nos trae has este lugar donde hay chinchorros especiales, o sea, cómodas hamacas pendientes de uno y otro lugar del camarote. Por cierto, siempre por cierto, yo tenía una maravillosa con el nombre del general Omar Torrijos, al que entrevisté largamente en su casa oceánica, y que llevaba bordado en sus flecos su nombre y su apellido.
Total, que salimos, desde Manos, pero podríamos haberlo hecho desde Perú, donde nace el río bien alto, a mas de cinco mil metros, o desde Colombia, cómo no, donde navegue con la Infanta Cristina. Eran tiempos mejores para ella. Servidor la nombró, eso sí, sin permiso, Princesa del Amazonas, título que le recuerdo que puede usar, si quiere, ahora que le han prohibido utilizar el de Duquesa de Palma por razones que todo el mundo conoce.
Publicidad
Pero, bueno, a lo que voy, el Amazonas es el río mas caudaloso de la Tierra, que hay mucha España dentro y en las riberas, puesto que lo descubrió un tal Orellana, que, por lo visto, y nunca mejor dicho lo de por lo visto, perdió un ojo en estas tierras hoy pobladas de descendientes de aquellos indios de entonces. Yo me acuerdo a diario de ellos puesto que tomo una píldora guaraná, que es un producto que se vende en la farmacia sin receta y que proviene de una planta que cultivaron los guaraníes, que todavía llevan el pelado a la moda franciscana, esto es, con un flequillo que les da la vuelta a la cabeza. Este guaraná legítimo no sé si me sirve para algo, aunque yo creo en el espejismo de lo que se debe creer, incluso lo que no se debe. Forma parte de mi cultura fetichista, que es algo que me apasiona.
Dicho lo cual, ya me tienen a bordo, toc, toc, toc, que no tiene nada que ver con el top, top, top, de los sonidos terribles de los helicópteros en tiempo de guerra. Como los que escuchaba cuando estuve en Bagdad, en la ultima del Irak. Me lo jugué casi todo. No pude encontrar a nadie que me hiciera un seguro, ya que tenía entonces más de setenta años, la salud incierta, menos que ahora, claro. Acompañaba en una misión heroica al padre Ángel, mi viejo amigo de siempre, que acaba de felicitarme desde no sé dónde, jugándose la vida por lo demás. Como siempre.
Publicidad
Vale. Volvamos a bordo con algún aventurero de los de verdad, de esos que uno a veces encontraba en el Archivo de Indias de Sevilla y que lo que hacían era lo contrario de lo que decían, siempre en el salón de los mapas para poder estudiar a fondo dónde se podían encontrar hundidos los galeones españoles que volvían, no que iban, cargados hipotéticamente del oro, la plata y las esmeraldas que nos traíamos de las Américas.
El caso es que allí íbamos, con la brisa amazónica de cara y la proa llena hasta la bandera, generalmente alemanes. Eran otros tiempos. También había algún oriental. Los primeros japoneses, esos que hoy inundan España como puede verse en la Alhambra de Granada, siempre noticia.
Publicidad
Alguno se identificó. Fue el caso de una americana que venia buscando, ni más ni menos, que el tiburón rosa, que dicen que vive en el gran río de más de seis mil kilómetros. El tiburón que, según la leyenda, era capaz de preñar a las indias ribereñas, incluso a a las amazonas, aquellas «fieras guerreras» que a veces asaltaban a los españoles de las barcas de la Cruz de San Andrés en la tela blanca que venían desde tan lejos a conquistarlas.
A muchas de ellas, muchísimas, no les venía luego la regla y echaban la culpa al tiburón rosado, que las había asaltado en la noche, aunque luego se descubría que el bicho no hacía mas que asustarlas. Quien había sembrado en su matriz, el niño o niña próximo, había sido un paisano de otra tribu en la noche del aguardiente de caña.
Noticia Patrocinada
El que si era un bicho que había que verlo en su sitio era el pez piraña, al que echábamos carne de no sé qué (que te daban como regalo turístico) y que hacía hervir el agua todavía dulce y la teñía de color sangre.
De hecho, y según los astronautas, el río más grande del mundo se ve desde el cielo de un color más bien amarillo, aparentemente sucio, pero poblado, eso sí, de un montón de especies marinas, por que, a veces, el Amazonas parece un mar, ya que no se ven las costas. Río mítico al que ahora queman sus bosques, sus altos árboles, una catástrofe que ha llamado la atención del mundo entero. Termino, porque se me acaba el tiempo y el sitio, y de seguir así no es difícil que naufrague. Todo sea para decirles que también allí sembré, estilo conquistador de nada, el nombre, de Granada, como siempre, ¡ay mi Granada!
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.