![Navidad en Lopera, el viejo sabor a aguinaldos y serenatas](https://s1.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/202212/25/media/cortadas/TFG_NAVIDAD%20LOPERA%203-kdYH-U19069447843TGI-1248x770@Ideal.jpg)
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Sandra Martínez
Domingo, 25 de diciembre 2022, 23:59
La Navidad en Lopera es sinónimo de reencuentros. De reencuentros con los hijos y los nietos, pero también de nostalgia. Una nostalgia que se observa en el rostro de María Dolores cuando habla sobre cómo celebraban estas fiestas cuando eran niñas. Un recuerdo que queda ... lejano en el tiempo pero no en su memoria, lo que le permite describir a la perfección los días que vivía entonces junto a muchas de sus vecinas. «En el puente de la Concepción empezaban los preparativos de la comida, las zambombas y la decoración de las calles», afirma. Las matanzas marcaban la seña de identidad de la Navidad en Lopera. El olor que emanaba de sus casas indicaba que las fiestas se acercaban. «Estos alimentos, caseros y frescos, se repartían en el aguinaldo. Después, nos juntábamos para comerlos hasta que nos daban las tantas de la madrugada», añade Antonio Huertas que, lejos de perder la tradición, la ha mantenido viva hasta nuestros días.
El fin del miedo a la covid está permitiendo que este año disfruten con más ganas que nunca de sus celebraciones: una típica chocolatada tras la misa del gallo el día 24 y una verbena improvisada en un local del pueblo. Pequeñas reuniones en las cocheras de sus casas jugando al dominó o las cartas al calor de una buena chimenea y el olor de un buen vaso de anís completan sus planes para finalizar y empezar el año con buen pie.
Un brindis de champán inaugura la Navidad, desde hace décadas, en la pequeña pedanía del municipio de Cortes y Graena. Sus vecinos se reúnen en torno a un pequeño bar del pueblo cada 23 de diciembre para abrirse paso entre las fiestas. Unas fiestas que a día de hoy siguen celebrando juntos y que tienen como objetivo mantener su espíritu intacto, y que, «como desde el puente de la Concepción hasta San Antón, pascuas son», se mantienen hasta mediados de enero porque en Lopera «cualquier celebración se vive a lo grande». Es lo que tiene residir en un pueblo donde casi todos son familia.
Por ello, María del Mar y Ana insisten en seguir saliendo a pedir el aguinaldo, un hábito que se repite desde que son niñas. El tiempo de los años pasados se refleja en las marcas de sus manos y su piel, pero todavía mantiene la expresión de ilusión de sus caras. Si alguien se negaba a abrir las puertas de sus casas e invitarlos a dulces o alguna copa, lo castigaban quemándole la leña. «Lo seguimos haciendo porque es parte de la historia de nuestras vidas, porque es una tradición que hacíamos con nuestros padres y abuelos, pero que también hemos enseñado a nuestros hijos y nietos», explican. «Es cierto que ahora somos menos. Muchos se han ido a vivir a las ciudades y otros han fallecido, pero los que quedamos, nos seguimos juntando», añaden.
Tortas de pasas y azúcar, roscos, pestiños o turrones hechos por ellas mismas adornaban la porcelana de sus casas, una costumbre que sigue en pie a día de hoy y que preparan cada año con ilusión –aunque ahora ya no en hornos de leña– para recibir a sus familiares. Hijos procedentes de toda Andalucía y otras comunidades. Nietos que vienen del extranjero porque no pueden perderse una Navidad con sus abuelos.
Gambas, surtidos de patés y embutidos varios, ocupan el centro de sus mesas para servir como entrantes a los platos principales. Unas «modernidades», como indica María, que en su época no existían y en la que se tenían que conformar con un arroz o un pollo casero, pero donde no faltaban los villancicos, las zambombas, las castañuelas o las panderetas. «La vida ha cambiado, pero nuestra esencia sigue siendo la misa. Ahora todo es más moderno, pero la tradición del aguinaldo, los villancicos o los dulces está intacta».
Sus fiestas de Nochevieja estaban repletas de amor. En ellas, nacieron muchos de los matrimonios que hoy siguen en el pueblo, como el de Puri y Torcuato, allí presentes. De esa forma también se iniciaban sus romances, los jóvenes se declaran de madrugada con serenatas en la puerta de la casa de cada muchacha. «Estabas durmiendo y, de repente, escuchabas una música. Salíamos corriendo para ver quién era», afirma María.
Aunque ahora ya todo eso haya desaparecido, aunque ya no quede rastro de las matanzas en el pueblo, ni tampoco de las declaraciones de amor bajo la ventana, todavía les quedan los niños. «Queremos atraer a cuantos más jóvenes, mejor. Esta es nuestra última oportunidad para enseñarles lo que es vivir una Navidad de verdad y hacer que, ojalá algún día, ellos también puedan contarlo a sus nietos». Y así, mientras todos recuerdan sus fiestas soñadas hace décadas, mantienen vivo el espíritu de lo que significa una Navidad en el pueblo.
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