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El incendio se controló a una hora de las campanadas y se extinguió el 1 de enero. GONZÁLEZ MOLERO
Navidad en Granada | Aquella Nochevieja en que la Curia fue pasto de las llamas

Aquella Nochevieja en que la Curia de Granada fue pasto de las llamas

El 31 de diciembre de 1982 la ciudad se sobrecogió por el incendio que consumió parte del Palacio Arzobispal e hizo temer por la supervivencia de una parte vital del patrimonio local

IDEAL

Granada

Lunes, 30 de diciembre 2019, 13:48

Maravillarse con la visión de la plaza Bib Rambla con la Catedral asomando al fondo es natural y casi obligatorio para cualquiera. Se trata de una imagen icónica de Granada que oculta, sin esfuerzo, una herida en el patrimonio local que estuvo a punto de cambiar la estampa para siempre. Cuando el año 1982 tocaba a su fin, en vísperas de Nochevieja, el edificio color marrón que completa tan singular imagen fue pasto de las llamas. El Palacio Arzobispal ardió.

En el año en que el mundo ha temblado al ver al fuego consumiendo Notre Dame en París, en Granada recordamos que, hace ahora 37 años, uno de sus edificios más emblemáticos también se incendió. El Palacio Arzobispal, que alberga la Curia y al propio Arzobispado, estuvo a punto de verse reducido a cenizas por culpa de un suceso fortuito que tuvo lugar en Bib Rambla. Tal y como contaba entonces el periodista Andrés Cárdenas en las páginas de IDEAL, una caseta de juguetes fue el origen del desastre.

La misma empezó a arder muy temprano y de manera inesperada. Sobre las siete de la mañana, Bomberos y Policía recibieron el aviso de que la fachada posterior del Palacio Arzobispal estaba ardiendo. Monseñor Méndez Asensio, el arzobispo de Granada entonces, había bajado a la Plaza de las Pasiegas a ver atónito, y sin casi tiempo para cambiarse de ropa, que la Curia se estaba quemando. Sin saberlo, Méndez Asensio estaba simbolizando con su gesto la impotencia de los granadinos que observaban también estupefactos.

«Era como ese capitán que no quería abandonar su nave», escribía Cárdenas. El arzobispo no quería marcharse de allí y aquel frío 31 de diciembre no resultaba un aliado para permanecer mucho tiempo al aire libre. Alguien le convenció de que había que apartarse del lugar y dejar a los Bomberos hacer su trabajo. Y casi al mismo tiempo, un grupo de personas, entre ciudadanos y personal de rescate, se organizaron para salvar todo el patrimonio que estaba en peligro.

Las campanadas

Entre la improvisación, el nerviosismo y la heroicidad, los bomberos se afanaron por apagar unas llamas que no lo pusieron fácil. De hecho, cuando todo parecía controlado, se empezó a ver fuego por los ventanales, lo que obligó a actuar rápidamente para evitar que el drama fuera aún mayor. Con los vecinos de la zona evacuados, el incendio quedó controlado a las once de la noche, a una hora de las campanadas. Las llamas no se extinguirían por completo hasta el año siguiente, siendo ya 1 de enero de 1983, en realidad tan solo algunas horas más tarde de quedar controlado.

Tras el fatídico incendio, el Palacio Arzobispal quedó gravemente herido y los alrededores de las Pasiegas y Alonso Cano quedaron desiertos durante el tiempo en que la zona quedó acordonada. La cubierta del palacio había desaparecido por completo y su espectacular escalera no era más que un bonito recuerdo. El Ministerio de Cultura de la época procedió a actuar con rapidez para arreglar el techo y evitar que la lluvia hiciese mayor mella en la tragedia, pero todo lo demás tardó más tiempo en recuperar su esplendor.

Explican las crónicas que la mayor parte del patrimonio pudo ser rescatado. Sin embargo, la Curia no abriría sus puertas hasta el año 2002 cuando el trabajo de rehabilitación finalizó. Precisamente uno de los técnicos que participaron en aquellas obras fue el arquitecto y experto en restauración, Pedro Salmerón. Él mismo recuerda para IDEAL que el incendio se propagó «desde la cubierta hacia el suelo gracias a la escalera». Al ser ambos elementos de madera, se incendiaron con relativa facilidad.

«Cuando entré –recuerda Salmerón– ya se había intervenido la cubierta, aunque me produjo desconcierto ver el palacio así». El experto en conservación asegura que «la potencia del incendio fue tal que la fachada hacia la plaza de Alonso Cano tenía deformados algunos de los elementos de hierro». Precisamente elementos de ese tipo fueron los que ayudaron a poder restaurar la imponente escalera principal a su estado previo al fuego.

Pese a la gravedad de lo sucedido, «se conservaron muchas cosas, el patio seguía siendo perceptible en su integridad y la Curia mantenía el suyo». Otras estancias del palacio cambiaron para siempre. Salmerón explica que «buena parte de la cubierta ya no es de madera sino de acero». Un ejemplo que pone de manifiesto que «hoy es más difícil que un incendio así se pueda producir, por los propios medios de alerta que tienen los edificios y por las obras que se le hicieron al palacio». Las llamas, que dejaron su huella en el tiempo, también sirvieron de aprendizaje de lo que nunca debe volver a ocurrir. La Granada que no lo vivió, debe evitar ser testigo de algo similar.

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