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Cumbre europea en Granada
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Cumbre europea en Granada
Negocios granadinos en la frontera de la cumbre: sobrevivir a medio gasJesús pide un cortado y un zumo de naranja ajeno a que Pedro Sánchez acaba de entrar en el Palacio. Le pregunta Marta si tomará algo de comer y le advierte en tono cariñoso: «¡Hoy no vayas a hacer nada malo, que te pillan!» ... Jesús, que suele desayunar en Muchamiga, no tiene, en efecto, intención de llamar la atención de ningún agente. Mas bien está por pasar desapercibido y se cuestiona qué ocurriría si necesita salir del barrio. «No te preocupes, tú me llamas y yo voy a por ti», se ofrece ella.
Es camarera y él uno de los vecinos de Poeta Manuel de Góngora. Ambos pasan la mañana en la frontera de la cumbre. Todo el círculo alrededor del Palacio es un espacio vallado, con controles de seguridad para los acreditados, a modo de aduanas salpicadas alrededor del círculo, unos vehículos azules que se asemejan a un tanque y policías de paisano en cada esquina. Hacia fuera, la calma es absoluta: granadinos que entran y salen del ambulatorio, gente con la barra de pan bajo el brazo y un vecino que va a depositar ropa usada en un contenedor y se encuentra con que está precintado. Se escuchan las conversaciones de la acera de en frente y de vez en cuando la hélice de un helicóptero. Nada más. Ni un coche. Recuerda, dice Rafael por teléfono, «a cuando estábamos confinados».
Y esta calma chicha afecta a los negocios, mucho más vacíos que de costumbre. Cuenta Marta que tienen la mitad de clientes que un jueves normal. A renglón seguido, relata los problemas que tuvo ayer. Avisaron de cambios en las líneas de bus metropolitanas el jueves y el viernes, pero no de que el miércoles ya habría modificaciones. Tuvo complicado ir a Ogíjares. Además, hoy tendrá que quedarse a comer y no volverá a casa: «¿Ese dinero quién me lo da?»
El perímetro de seguridad queda a apenas cuatro metros de otra cafetería, Los Jardines. El ajetreo de los últimos tres días ha dado paso a una calma absoluta hoy, cuenta Joaquín. Algunos periodistas en la terraza, un par de vecinas que se han acercado a ver qué pasa en el barrio y un policía local en la barra son los únicos clientes en este local donde nace la Avenida de Dílar. El silencio en toda esta zona, sin coches y con solo algún peatón, es, valga la expresión, estruendoso.
Como las comitivas que atraviesan bajo tierra la rotonda del helicóptero, eje de paso desde la Feria de Muestras de Armilla, donde son recibidas las delegaciones, hacia el Paseo del Violón. Un taller de lunas de automóvil, un gimnasio y una clínica de estética quedan en territorio de nadie. No pueden entrar ni salir vehículos, lo que dificulta la labor del taller, y para entrar al gimnasio a pie o en bici hay negociar con la Policía Nacional y pasar junto a una imponente tanqueta. También en las lindes de la cumbre, pero con una imagen bien distinta, la pequeña ermita de San Sebastián está abierta de par en par y llena de visitantes, a ratos.
Aquí no suenan tanto los helicópteros. El zumbido es más agudo, más continuo, más difícil de ubicar. Como ese mosquito que acecha a la oreja. Hay que mirar al cielo y entornar los ojos para reconocer un dron minúsculo que escruta las terrazas y los balcones junto al recinto. Y otro suspendido sin moverse un milímetro sobre el Alcázar del Genil.
Más hacia Puerta Real, donde crece el bullicio, hay quien ha optado por bajar la persiana. Una gestoría en la calle Verónica de la Virgen luce un cartel: «Con motivo de la cumbre europea celebrada en Granada, esta oficina permanecerá cerrada de lunes 2 de octubre a viernes 6 de octubre». Solo a unos metros, el restaurante Oleum es el punto de encuentro de policías nacionales y guardias civiles, unos 500 que se turnan para pasar por el comedor y reponer fuerzas.
Es otro ejemplo del contraste entre tres anillos: el Palacio abarrotado, la frontera a medio gas y el Centro, como en cualquier mañana de jueves, a reventar. Jesús apura el cortado y bebe el zumo sin respirar antes de acercarse al kiosco a por el periódico. «En un rato veré pasar a Zelenski, que no sé quién le ha invitado»» anuncia a Marta.
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