Niñico, niñico, toma un caramelo
Verano IDEAL | Granada en el alma ·
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Verano IDEAL | Granada en el alma ·
Tardará en nacer, si es que nace, un político de su categoría humanaTito Ortiz
Jueves, 1 de agosto 2019, 00:33
Gafas oscuras y voz 'afillá', como los cantaores buenos, con semblante de buena persona y mejores hechuras, Juan Tapia, paseaba su figura por la Granada de la Transición, con el talante de un hombre 'machadiano', en todos los sentidos… bueno. A los periodistas nos tenía ... surtidos de caramelos pictolines, de buen mentol, con los que él combatía su afición por el tabaco y la carraspera crónica. Con la sonrisa franca y el abrazo sincero, Juan Tapia nos tenía ganados para la charla sabia y el razonamiento lógico. Socialista desde la cuna, sorprendía por sus razonamientos mesurados, respeto por los adversarios políticos y su fe ciega en el triunfo del diálogo, ante cualquier contraste de pareceres. Con él, no había nada que no se pudiera solucionar, sentándose en una mesa, sin guardarse cartas en la manga, a pecho descubierto y buscando siempre lo mejor para la sociedad. La vocación de servicio al ciudadano era su única razón de ser y estar.
Juan Tapia Sánchez, histórico militante granadino del PSOE y concejal del Ayuntamiento de esta ciudad, vino al mundo en Almería, el año en que el mundo se enfrascó en su primera gran guerra, aunque pronto llegó a la ciudad de la Alhambra, donde desarrolló su vocación política en el partido fundado por Pablo Iglesias, hasta el punto de que en la Segunda República, ya fue concejal socialista, compañero entre otros de Manolo Fernández Montesinos, cuñado de Federico, que fue fusilado en las tapias del cementerio. Tras sufrir una penosa depuración, se puede asegurar que milagrosamente vivió, para ver el final de la dictadura que vio llegar en primera persona, y al fallecimiento de Franco, junto con otros compañeros, se encargó de la reorganización de los socialistas granadinos, que más tarde lo nombrarían presidente honorífico. Siempre fue un hombre de consenso, que aplicaba su gran experiencia en todo; no en vano, llevaba sobre sus espaldas, la ingrata circunstancia de haber vivido las tres guerras más importantes de nuestra historia. Por eso sabía cómo nadie relativizar lo trivial y exponer la trascendencia de lo realmente importante, priorizando siempre el servicio a los demás y el interés colectivo, frente incluso, a lo partidista.
Durante los años que fue responsable de los parques y jardines de Granada, la ciudad sufrió una gran transformación en positivo, como hacía décadas que no se recordaba. El tratamiento de plantas y árboles, para conservar la vegetación urbana, tuvo en su mandato un revulsivo sin precedentes desde los tiempos de Gallego Burín, que fue otro enamorado de Granada. Juan se hizo rodear de un equipo de profesionales, a los que él llamaba amigos y compañeros, que hicieron florecer una nueva ciudad, siguiendo las directrices que él marcaba desde la plaza del Carmen.
La instalación de nuevos sistemas de riego, y el tratamiento cuidadoso de flores, que hasta entonces eran escasas, porque se recurría casi siempre a plantas de hoja verde, que necesitaban menos cuidados, mientras el viejo socialista optó por la inclusión de otras especies, de hoja multicolor, que dieron gran vida a nuestros setos y maceteros, cosa que en aquellos años ochenta no estábamos acostumbrados a ver. Su visión de Granada como ciudad de las flores, afortunadamente, aún perdura, y que sea por mucho tiempo.
En 1979, el entonces alcalde, Antonio Camacho, dimitió de su cargo, y por su posición en la lista, le correspondía a Juan Tapia asumir las funciones de presidente del Ayuntamiento de Granada, pero ni él estaba por la labor, ni las circunstancias lo propiciaban, así que, para nombrar a Antonio Jara, nuevo alcalde, había que cumplir la ley y el protocolo. Sucediendo que Juan Tapia fue nombrado alcalde por el pleno, pero a los cinco minutos presentó la dimisión para que fuera su compañero Jara quien asumiera la alta responsabilidad, cosa que hizo con gusto y una sonrisa amplia como era la suya. Esto dio para muchos chistes y chascarrillos, al convertirse en el alcalde más breve de toda la historia. Asunto que llevó con excelente humor hasta su muerte en 1986. Su ayuntamiento le ofreció entonces la más alta distinción de la ciudad, y los granadinos perdimos a un hombre afable y conciliador, de aquella hornada de políticos con vocación de servicio a los demás, que ahora es tan difícil encontrar.
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