Francisco es conductor. Tiene un manejillo con el volante del camión de recogida de basura de carga trasera que pa qué. Es greñúo de la antigua corrala de la placeta del Hospicio Viejo, actual Centro de Lenguas Modernas. «Mis padres se mudaron al Zaidín, pero yo me crié en el Realejo», cuenta orgulloso mientras frena, embraga, acelera, a lo largo de la calle Párraga, primer destino de un jueves cualquiera de agosto.
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A Francisco, que todo quisqui le dice Paco, le acompañan dos peones de recogida, Luis y Javier, veteranos en este viejo oficio. Los tres forman un buen equipo que se dedica a recoger la basura de las calles de la ciudad de Granada mientras todos los demás descansan. Duermen, el que pueda con esta calor de agosto que tiene a la ciudad en un sin vivir y sin dormir. Es el sueño de una noche de basura de verano.
Enfundados en sus trajes de faena, están organizados cual comando de asalto de élite. EJecutan la maniobra a la perfección. Pim Pam Púm y la calle Párraga se ha quedado expedita de basura. Todos los contenedores han sido vaciados y como que aquí no ha pasado nada. Apenas han sido cinco minutillos y ya enfilan por la calle Recogidas para retornar a la calle Puentezuelas, de donde sale un dédalo de calles flanqueadas por contenedores verdes que hay que vaciar.
El turno ha comenzado en Albolote. Francisco se traslada hasta la sede central de Inagra en su vehículo particular. Allí recibe el parte de ruta y las instrucciones pertinentes. A las 22.30 horas o clock sale rumbo al punto limpio del polígono El Florío, el ecoparque. Ahí le están esperando esta noche que noche nochera de ferragosto Luis y Javier, dispuestos para la misión del día.
«Ahora en verano es más sencillo, porque hay mucha gente de vacaciones y se genera menos basura». El dato lo confirma Javier, uno de los encargados de los turnos de limpieza y recogida de basura. «Ahora pueden sacarle al invierno hasta tres cuartos de hora, y para las tres de la madrugada pueden volverse a casa».
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Todos no. Francisco, el conductor, devuele a sus compañeros al elcoparque de El Florío y entonces se encamina con su camión con la barriga llena de basura hacia el vertedero de Alhendín. «Nosotros le decimos el vertedero de La Malahá, porque se entra por ese pueblo y está más cerca», explica. «Para ello empleo algo más de una hora en vaciar el camión».
Pero ahora en verano no se queja.«Apenas hay tráfico, se conduce bien porque la ciudad está vacía y tranquilita». Otra cosa es en invierno, durante el curso lectivo. «La ciudad está llena y es difícil por el tráfico y porque los coches aparcan un poco como les da la gana y no nos dejan realizar bien nuestro trabajo». Es entonces cuando los coordinadores de rutas tienen que solicitar a presencia de los agentes de la Policía Local para retirar vehículos. Granada debe estar limpia.
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La noche está tranquila, decimos. Apenas hay gente en estas calles del Centro y la mayoría de los locales comerciales y de los establecimientos hoteleros están cerrados por vacaciones. «Por eso tardamos ahora un poco menos, pero lo que nos ahorramos ahora nos lo devuelven a finales de agosto con creces». Entonces, relata, «vuelve la gente de las vacaciones, empieza con las limpiezas de los pisos y otra vez se llenan los contenedores hasta los topes».
«Ocurre lo mismo en el mes de junio, cuando se van los estudiantes de la universidad y dejan todo lleno hasta arriba». Son días de muchísimo trabajo, no como ahora», confirman. Ya estamos con los picos de trabajo, que los hay para todos los oficios, profesiones y encomiendas.
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Francisco se recoge finalmente a las cinco de la mañana. «Acabo bastante cansado. La noche para trabajar en sí está muy bien, se trabaja mejor que de día, pero para tener una vida familiar o tener amistades es complicado», se confiesa. Pone sus ejemplos. «Pierdes las amistades, porque aunque la jornada la empiezo el lunes a las diez de la noche, el viernes empiezo a esa misma hora y te llaman los matrimonios amigos para tomar una cerveza porque el viernes por la noche descansa todo el mundo, pero yo no puedo. Eso se lleva fatal».
De día, se encuentra con otro tipo de problemas. «Si me apetece echarme una cerveza a las siete de la tarde no puedo, porque luego tengo que conducir el camión de la basura. La noche es muy jodido, ya te digo. Aquí en la empresa hay una tasa muy muy muy alta de separaciones, de matrimonios que no logran superar los turnos de noche».
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Las jornadas son diabólicas y la organización familiar se resiente. Francisco está casado y tiene dos críos de 23 para 24 y otro de 18 años. Se acuesta a las cinco y media o seis de la mañana y se despierta a las once y media o doce de la mañana. «Duermo cinco horas. Es que si no lo hago no tengo vida familiar. Si duermo ocho horas me despierto a las dos de la tarde, tampoco tendría ganas de comer y no comería con mi familia en la mesa. Así que apuro, como en familia, una siestecilla y a preparase para currar de nuevo».
Francisco para el camión. Ahora hay un momento de respiro. Prende un cigarrillo y se recuesta contra una pared. Reflexiona. «La noche es muy jodida, es bonita para trabajar porque es más relajada, pero para tener vida social es malísima. Es lo peor. Esto no está pagado por nada del mundo mundial, pero es lo que nos ha tocado, qué le vamos a hacer. Cada profesión tendrá lo suyo».
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Ante Francisco y sus reflexiones se han apostado Luis y Javier, los dos peones de recogida de basura que le acompañan. Javier es todo un veterano, lleva en Inagra desde 1992, lo que suman 31 años en el desempeño de todos los puestos de trabajo que ofrece la empresa. Es decir, que se las sabe todas. Se enciende su cigarrito, que fuma a toda pastilla para no perder tiempo, y se confiesa. «Me ha tocado ser basurero. No hay nada bonito en todo esto. Tampoco en la noche». Terminan de fumar, arranca el camión y siguen la tarea. No han tirado las colillas al suelo.
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