Algunas de las personas que han pasado la madrugada de este viernes en la Plaza del Carmen, junto al Ayuntamiento. RAMÓN L. PÉREZ

Una noche sin techo bajo el pleno de Granada

Un centenar de personas pasan la noche en la Plaza del Carmen para denunciar la situación que pasan las personas que duermen en la calle, tras el cierre del albergue de calle Varela

Viernes, 19 de abril 2024, 07:15

Las luces del camión parpadean en mitad de Gran Vía. Son las doce y veinte de la madrugada del viernes 19 de abril, y los operarios han cortado el tráfico para colocar los toldos en la calle. Sentada sobre unos cartones, Paula observa en silencio ... el proceso, totalmente abstraída, como el que descubre por primera vez las Meninas de Velázquez. De repente, la mujer aparta la mirada con un latigazo del cuello y resopla un «hay que joderse» que resuena por la Plaza del Carmen. A lo largo de la fachada del Ayuntamiento hay un centenar de personas tumbadas como pueden. Para algunas -la mayoría- dormir así, sin techo, es lo normal. Para el resto, es una cuestión de principios. «La calle mata», exclama un cartel.

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Anoche, a las 21.00 horas, unas 150 personas se congregaron en la Plaza del Carmen en una velada con cierto aire a 15-M. El pasado 24 de marzo se cerró el albergue de la calle Varela, que acogía a más de 50 personas. «Ante la falta de respuesta del Ayuntamiento, se nos ocurrió hacer algo más llamativo: pasar la noche como la suelen pasar los que duermen en la calle», explicó Loli Ortiz, representante de la plataforma La Calle Mata, formada por asociaciones y voluntarios de Granada. «Una oportunidad -añadió- para escucharles, para saber cómo se sienten, qué desean, qué solución proponen ellos... a ver qué sale».

Momentos de la asamblea. R. L. P.

Fue un pleno sin techo. Una suerte de terapia grupal, todos colocados en círculo a las puertas del ayuntamiento. Una oportunidad tan bella como dura para escuchar y entender la difícil rutina de los que no pueden abrir ninguna puerta. «Yo quiero trabajar. El pan que me como lo quiero ganar, no quiero vivir de la pobreza. Pero nadie me da trabajo, ¿qué problema tengo?», se lamentaba Gustavo, que suele dormir en los Jardines del Triunfo. Francisco, de 38 años, sabe que la culpa de todo la tiene la droga. «Empecé con 12 años. He estado preso hasta hace menos de cinco años. La exclusión social desde entonces... no me sale ninguna oportunidad... En la cárcel, por ejemplo, me saqué el título de acceso a la universidad. Pero ahora duermo en el Arco de Elvira y me faltan herramientas donde agarrarme».

«En la cárcel me saqué el título de acceso a la universidad. Pero ahora duermo en el Arco de Elvira y me faltan herramientas donde agarrarme»

En Granada hay más de 300 personas viviendo en la calle. La plataforma reclama cuatro puntos de urgencia: habilitar centros de acogida en cada barrio; tener un centro disponible todo el día, los 365 días del año; contratar educadores sociales que les atiendan con humanidad y eficacia; y facilitar su empadronamiento para que puedan acceder a derechos y servicios que necesitan.

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Yoni y Juan son pareja. «No recibimos ayuda de ningún lado», contaban. «Pido ayuda al Ayuntamiento, pero no responden. Y en la calle te miran como si fueras basura. ¡Somos personas! ¡Personas!», gritaba Yoni, dolido, que además tiene una discapacidad del 67%. Lorena, tras escucharle, asintió con un sentido «la calle mata». «¡La calle me mata!». José confesó que ha pasado 19 años y 9 meses en prisión. «Y ahora me veo en la calle y no creo en la rehabilitación. ¡Todo es mentira! Me obligan a delinquir, a hacer cosas malas porque no me dan lo que me prometieron. 20 años en la cárcel y ¿dónde está la reinserción? En Semana Santa, cuando se supone que Dios ablanda los corazones, cerraron el albergue de Varela... Que Dios mire a cada uno y que cada uno mire a Dios».

«En Semana Santa, cuando se supone que Dios ablanda los corazones, cerraron el albergue de Varela... Que Dios mire a cada uno y que cada uno mire a Dios»

Víctor Manuel fue uno de los usuarios de Varela que se vio en la calle. Se fue a dormir con un colchón cerca de la estación de autobuses, pero le echaron de allí rápidamente. «No me puedo quedar en ningún sitio. Me echan de todas partes... ¿Por qué no me dan ya la soga y terminamos?». El silencio fue estremecedor.

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R. L. P.

«¡Que no nos juzguen por estar en la calle!», gritó Felipe. Y no fue el único grito. La noche, aunque cordial y en un ambiente familiar, fue de alguna manera un grito unánime, un lugar de encuentro para los que viven en la calle y los que intentan cambiar la situación. «Acogemos a todos los que vienen y hacemos lo que podemos. Llevamos 34 años pidiendo un albergue para Granada y no lo hemos podido conseguir», dijo dolida Ana Sánchez, de Calor y Café.

Juan, de la asociación Tiempo de Dios, contó que llevan dos años saliendo cada viernes para llevar comida y compañía a la gente necesitada. «Faltan medios y no se escucha nada», afirmó. Como Israel, de Existe Más Mundo, asociación que lleva siete años repartiendo alimentos a las personas sin techo. «Cada año es peor que el anterior, pero es que este último ha sido mucho peor».

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«Cada año es peor que el anterior, pero es que este último ha sido mucho peor»

Merche, voluntaria de La Calle Mata, escribió en una gran rollo de papel todo lo que se dijo en la asamblea. La idea es que este viernes, a las 10.00 horas, se lo entreguen a la alcaldesa, Marifrán Carazo, con la esperanza de que les dedique un rato antes del pleno, tras pasar la noche en la Plaza del Carmen. «Se ha creado una sociedad que se llama Amigos de la Alhambra, que es buena cosa, la de cuidar del patrimonio», reflexionó Luis Rodríguez, del partido Por Un Mundo Más Justo y miembro de la plataforma La Calle Mata. «Por contraste -siguió-, ¿necesitamos hacer una fundación de amigos de las personas sin hogar para que les hagan caso? ¿Si lo hacemos con un monumento, por qué no con las personas?».

R. L. P.

Antes de irse a dormir, Calor y Café llevó un carro con bocadillos y fruta gracias al grupo La Mamunia. Y, por la mañana, La Cueva les servirá el desayuno. Paula, recostada en unos cartones, miraba las luces parpadeantes del camión que colocaba el toldo sobre sus cabezas. «Nadie quiere estar en la calle, hay muchas cosas malas. Solo pedimos un albergue. Un lugar para que no pasemos lo que estamos pasando. Yo creo que se puede».

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