Hiperactivo, sí, pero ingeniero también
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«Pablo es un terremoto de ocho grados en la Escala de Richter, se mete con otros niños y sus notas son para echarse a llorar»Nuestros solidarios | Federación andaluza de ayuda al TDAH ·
«Pablo es un terremoto de ocho grados en la Escala de Richter, se mete con otros niños y sus notas son para echarse a llorar»Lunes, 26 de octubre 2020, 01:03
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Pablo es un terremoto de ocho grados en la Escala de Richter. Estudia Primaria, tiene nueve años y la 'seño' lo ha sentado en la primera fila para tenerlo controlado. Da lo mismo. Cada dos por tres se levanta de la silla sin ningún motivo ... aparente y molesta a sus compañeros de clase, que ya están hartos de él. Y eso que el curso no ha hecho más que empezar... En el recreo, se mete con otros niños y busca el choque constantemente. Sus notas son para echarse a llorar. Pablo no sabe qué le pasa. Su familia tampoco. Pablo no es feliz.
Diana comparte aula con Pablo, pero son como la noche y el día. Ella es un mar en calma. Se acomoda en la última fila y siempre está abstraída. Todo el mundo se ha olvidado de que existe. Su rendimiento escolar es pésimo. Y, como Pablo, tampoco es feliz.
Aunque parezcan polos opuestos, Diana y Pablo son las dos caras de una misma moneda: el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), una alteración que es más frecuente de lo que se piensa (puede afectar a más de un cinco por ciento de la población) y que está infradiagnosticada, es decir, que muchas de las personas que la padecen nunca se someterán a tratamiento, explica Juan Ángel Quirós, presidente de la Federación Andaluza de Asociaciones de ayuda al TDAH (Fahyda). Sin la terapia, psicológica y farmacológica (cuando sea necesario), hay hiperactivos que acaban teniendo una vida desdichada: fracaso en los estudios y en las relaciones sociales, conductas temerarias, aislamiento... «Existen estudios que afirman que un porcentaje no desdeñable de los internos en prisiones pueden tener el TDAH», indica Juan Ángel.
Esa es la parte más fea de la historia, pero también hay un lado luminoso. Enrique es el ejemplo perfecto. Con solo nueve años, su comportamiento era exasperante. Ni en casa ni en la escuela sabían qué hacer con él. Era un incordio que, a los ojos de los demás, nunca daba una a derechas. Por fortuna, descubrieron que era hiperactivo. Seis años de tratamiento después, nadie dijo que normalizar la vida de un TDAH fuera fácil, está a punto de acabar una ingeniería.
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