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Sergio González Hueso
Granada
Jueves, 3 de septiembre 2020
Cuando don Antonio se propuso decorar el retablo de su iglesia jamás imaginó a santos extasiados de perfil huesudo, arrugas y caras tristes. «Uy, qué va, no quería nada de eso», dice al teléfono. Su intención no era otra que defender una imaginería cristiana de estética contemporánea. En contacto con el 'aquí y el ahora', algo moderno y que permitiese a los dueños del futuro saber, por ejemplo, «cómo llevaban los muchachos la barba en esta época», apunta en una charla informal en la que de repente se ha visto envuelto tras llamarle IDEAL.
No es para menos, de la noche a la mañana se ha convertido en un santo. Y no, no es una frase hecha. Su transformación en San Fandila en el altar de su parroquia es ya carne de tertulia en Guadix, donde aún se preguntan de dónde sacó don Antonio el arrojo para transformar el retablo de San Miguel en un pabellón de caras conocidas. Pero será mejor que empecemos por el principio. Antonio Fajardo es párroco de la Iglesia de San Miguel de Guadix desde hace nueve años. Se acuerda de la fecha exacta en la que se hizo cargo por primera vez de un templo que estaba desprovisto de cualquier ornato. Fue un 28 de septiembre. Y aquel mismo día se le metió en la cabeza decorar su iglesia, la que tantos fieles tiene desde que se levantó piedra a piedra con sudor cristiano.
De aquello han pasado ya unos añitos. Son muchas las vicisitudes históricas que ha tenido que vivir la iglesia de San Miguel hasta tener a un San Fandila muy parecido a don Antonio. Casi todas contrarias a su destino: desde guerras a saqueos. Un sinfín de sucesos como aquella rebelión de los moriscos que jugó un papel decisivo para interrumpir abruptamente las primeras obras. El proyecto era ambicioso: levantar sobre los restos de una mezquita un gran templo para procesar el culto cristiano. Pero todo se paró debido a la guerra, que hirió de muerte la economía de un pueblo que no pudo hasta varias décadas después retomar este proyecto, que ha llegado inconcluso a nuestros días.
La iglesia, ya de configuración más modesta, siguió su particular vía crucis con la desamortización de Mendizábal. Y hasta fue transformada en silo de cereal durante la Guerra Civil. Pero sobre todo sufrió daños y fue expoliada. Adiós a sus pinturas, imaginería o retablos. Se quedó sin alma.
«¡Estaba vacía! Daba mucha impresión ver sus paredes lisas», exclama el párroco, que no lo pensó dos veces cuando se hizo cargo de su gestión: había que recuperar el esplendor de antaño. Y hecho está. Ha sido solo hace unas semanas cuando ha podido culminar su empresa, y el resultado le ha sorprendido hasta a él mismo:«No sabía que el pintor me iba a retratar a mí en el retablo, ahora me da vergüenza mirarlo», bromea el sacerdote, que no es el único reconocible en los nuevos cuadros que custodian la iglesia.
Junto a él aparecen José Luis y José Manuel, dos vecinos del pueblo, jóvenes y devotos, que suelen echar una mano en la parroquia. Ellos encarnan a San Torcuato y San Pablo, respectivamente. El cuarto en liza es San Pedro, que no es otro que el propio artista de la obra. Quizá su nombre no les suene (o sí), pero seguro que recuerdan un polémico cartel de Semana Santa en Málaga en el que la Virgen de los Dolores pasa por delante de una pared en la que hay un grafiti. José Antonio Jiménez fue quien escogió a los modelos, incluido a don Antonio. Fue hace cinco años cuando le hicieron el encargo. Visitó Guadix y se empapó de la idea que tenía el párroco.
«Que no se me malinterprete, pero lo que yo quería era escribir una página de nuestra historia. Dejar constancia de cómo somos en la actualidad para que nos entiendan mejor en el mañana. No quería modelos repetitivos, ¿dónde está escrito que el arte sacro tiene que ser neogótico o que los santos tienen que ser ancianos?», se pregunta el sacerdote, que le dejó vía libre al artista:«Es que sin libertad no hay creación», añade.
Con esa máxima del Papa Francisco de que la Iglesia necesita «a santos en vaqueros», se puso Jiménez a currar. Se lió a hacer fotos a gente por el pueblo, se las llevó a su taller y empezó a probar. La elección del cura fue relativamente fácil, «pues San Fandila era un párroco de Guadix, y así yo solo conocía a don Antonio, así que lo retraté», cuenta el artista. Respecto al resto, Fajardo tiene su teoría: «Parece que al pintor le gustan los modelos muy raciales, así, como típicos del pueblo», dice. Y la cuarta imagen es la de él mismo, la de Jiménez, fruto del orgullo que siente por su obra. «Es el conjunto más importante que tengo, por lo que decidí pintarme», señala él, que también firma el impresionante Calvario que completa el altar. Otra obra que tampoco sigue el canon tradicional. «La virgen ni está llorando ni mira a Cristo. Mira al pueblo», cuenta don Antonio.
Evidentemente estos cambios de paradigma estético no han sido entendidos por todos. Algunos vecinos hablan directamente de que el párroco se ha retratado junto a sus amiguetes en un gesto de lo más narcisista. Pero el pintor cree que hay mucha ignorancia respecto al arte. «Murillo o Caravaggio usaban modelos de la calle para sus cuadros. Es algo habitual en la pintura», indica el artista.
El cura prefiere quitarle hierro a la críticas. «Esto es como todo, siempre hay gente que aprovecha para atacar», dice el sacerdote, que habla de «cinco o seis comentarios» aislados. Nada comparado con lo que ve cada día. «Esto de la iglesia es muy democrático, a quien no le gusta no viene ni deja en el cepillo; como la gente sigue viniendo, entiendo que ha gustado», expone su teoría, que no es óbice para que reconozca que esto de rezarle a personas conocidas ha sido «raro» para muchos. «Pero es que la representación no es para rezar sino para ilustrar la fe», recuerda él, que sabe perfectamente que nunca se puede agradar a todo el mundo. Ni aún formando parte del santoral.
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Lucía Palacios | Madrid
María Díaz y Álex Sánchez
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