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El personal del hospital Virgen de las Nieves, junto a Juan Manuel, en el centro, en la capilla que durante la segunda ola se transformó en UCI. FOTO Y VÍDEO: JAVIER MARTÍN
Especial IDEAL | Covid cinco años después

«Pasé 105 días en la UCI y cuando salí tenía miedo de cerrar los ojos»

El paciente que pasó más tiempo ingresado conversa con el jefe de Cuidados Intensivos del Virgen de las Nieves en la capilla que se transformó en una UCI

Javier Morales

Granada

Viernes, 14 de marzo 2025, 00:13

A la altura de cada reclinatorio hay seis enchufes. Una franja 'azul hospital' queda intercalada bajo las vidrieras y redunda en la sensación de que la estancia, presidida por un Cristo y una Virgen, no es solo un lugar de culto. Hay más signos. Detrás de unas tapas blancas se esconden unas tomas de oxígeno.

A los pocos segundos es fácil adivinar que la capilla del Virgen de las Nieves es más que eso: una UCI escondida y dispuesta para funcionar como tal en cuestión de horas. En febrero de 2021 allí no sonaba el eco propio de una iglesia, sino el zumbido de las máquinas, quizá ese pitido intermitente tan reconocible; el que al alargarse enfatiza el punto final.

La segunda ola del coronavirus arrollaba a Granada en pleno invierno. La relajación tras el confinamiento y la desescalada estival de 2020, las vacunas a la vuelta de la esquina, el regreso a las aulas y el regreso del ocio nocturno fueron los ingredientes de un cóctel fatal. En noviembre llegó a haber 888 ingresados por covid en los hospitales de Granada de forma simultánea. La presión se trasladó unos días después a las unidades de cuidados intensivos, con 136 enfermos encamados en estado crítico. De los que pasaron por la UCI del Virgen de las Nieves, el 80% pudo contarlo.

«Te despiertas y no puedes hablar. No te puedes mover porque pierdes la musculatura. Todavía me duele el pecho al respirar»

Juan Manuel Ortega

Paciente covid

Juan Manuel Ortega es uno de ellos. Entra a la capilla y saluda con voz rasgada apoyado en una muleta –físicamente– y en su mujer –de corazón-. Fue el paciente que más tiempo pasó ingresado en una UCI por covid: 105 días entubado, rodeado de cables, sedado y con la sensación de estar en una pesadilla salpicada de instantes de realidad. De ahí la ronquera, la cojera y la conexión con su mujer, que no deja de decir que «fue un valiente» mientras observa la conversación con el intensivista José Miguel Pérez Villares.

Él es el jefe de servicio de la UCI del Virgen de las Nieves y, nada más entrar, muestra en su móvil la imagen que acompaña a este texto: un Sagrado Corazón tintado en una vidriera, tres sanitarios protegidos por lo que parece una máscara de buceo adaptada, máquinas, goteros, cables y una sábana verde. Debajo, se entiende, un enfermo covid pelea por seguir respirando en la capilla.

«Estábamos llegando al límite de nuestra capacidad», recuerda el médico. Los sanitarios intentaban ir un paso por delante del patógeno microscópico que truncó 2.800 vidas en Granada. «Cuando nos acercábamos a ese límite hablamos con el capellán (Diego Antonio Molina) y le pedimos abrir aquí una UCI». En un fin de semana de trabajo coordinado, día y noche, estaba todo listo. Había camas, oxígeno, electricidad, un control a las puertas... En una semana entró el primer paciente a ocupar una de las 16 plazas disponibles. Allí iban, insiste el médico, a sobrevivir: «Hacíamos un buen trabajo». Pero los sanitarios intentaban postergar al máximo esa entrada en UCI, a la ventilación mecánica, la sedación... El pitido, intermitente.

«¿Qué sensación tenemos? De que os habéis olvidado de nosotros. Necesitamos recursos»

José Miguel Pérez Villares

Jefe de servicio de la UCI

Antes de todo eso, Juan Manuel empezó a notar síntomas muy claros. Ocurrió en el Día del Padre. Cólico, fiebre, dificultad respiratoria... Ambulancia, radiografía, covid. Pasó por las urgencias, por la unidad de respiratorios, y de ahí a la UCI en su séptimo día de hospital. Se abre ahí un paréntesis que llega hasta julio.

En ese paréntesis, los médicos, incluso con sus propios móviles, tablets –luego las cedió el Colegio de Médicos– y cualquier medio a su alcance hacían de enlace entre el paciente y sus allegados. «Llegamos a tener a 73 pacientes con ventilación mecánica a la vez, y había que hacer cada día 73 llamadas de por lo menos diez minutos», rememora Pérez Villares. 700 minutos de teléfono cada día. «Tenía pánico de entrar a mi despacho porque había que organizar camas, turnos, y estaba escuchando a mi gente hacer una llamada, y otra, a veces llorando con un familiar, a veces dando una mala noticia. El teléfono sonaba las 24 horas».

Hacia el final de aquel paréntesis, en el caso de Juan Manuel, las noticias que llegaban a través del teléfono empezaron a ser positivas. Valga el adjetivo, porque lo que hay después del paréntesis –y el paciente lo explica siempre desde el agradecimiento por poder contarlo– no es un paseo. «Te despiertas y no puedes hablar porque tienes las cuerdas vocales tocadas. No te puedes mover porque pierdes la musculatura. Todavía me duele el pecho al respirar. Tienes que reaprender». Tuvo que dejar su trabajo y su vida cambió.

Los sanitarios cuidan a un paciente en la UCI de la capilla, en 2021. R. L. P.

La descripción, desde el punto de vista del médico, es similar. Llegas al hospital con miedo, ves cómo tus compañeros de habitación mueren o van a la UCI, te rodean sanitarios a los que apenas ves los ojos, no sabes si alguien en tu familia ha caído enfermo, no ves la luz del sol, tomas conciencia de lo mal que estás y luego... Te duelen los pies, has perdido la voz, no sabes comer... Y los recuerdos. «Muchos de los recuerdos son raros», hacen memoria entre los dos. Hay mucha medicación y se confunde lo onírico con lo real. «Me tiré siete u ocho días que me daba miedo quedarme dormido». El paciente intenta contener las lágrimas y el intensivista le consuela con un gesto. «Cuando salí tenía miedo de cerrar los ojos por si no me despertaba», cuenta. «Pero te despertaste. Pero te despertaste», hace patente el jefe de la UCI, dándole la mano.

El paciente vio la luz ahí. El resto de la población, con la llegada de las vacunas. «Han salvado millones de vidas. La gente no es consciente de eso», relata el galeno. Y añade: «Es lo que nos salvó, y lo que nos sigue salvando. Todavía seguimos ingresando a pacientes de covid. Ya no es estacional. El año pasado ingresamos en intensivos a 15 o 17 covid. La enfermedad sigue estando ahí».

Un lustro después

La charla llega cinco años después del estallido de la pandemia. «¿Qué sensación tenemos nosotros, los profesionales sanitarios? De que se han olvidado de nosotros. De alguna manera os habéis olvidado de nosotros. Hubo mucho aplauso, mucha promesa de la sociedad. El lobo se ha ido y vendrá otro, pero ahora mismo nadie se acuerda de nosotros, de los recursos que necesitamos, a nivel nacional e internacional», expone Pérez Villares, entre la rabia y la frustración.

Entiende el mecanismo del olvido, el escudo con el que nos protegemos de 'lo de 2020', pero insiste en que tienen más experiencia, pero en cuanto a recursos, una nueva pandemia supondría empezar de cero.

La capilla estaría lista en unas horas, si se diera esa situación. Allí se despiden el paciente, su mujer, el médico y los periodistas. Antes de salir, en un último vistazo, la mirada se detiene en los enchufes y las franjas azules. En el Sagrado Corazón. Y casi se escucha el zumbido de las máquinas, quizá ese pitido intermitente, tan reconocible.

Un hospital que se reinventó

Durante la pandemia, el Virgen de las Nieves, como todos los hospitales y centros sanitarios de la provincia, se reinventó para dar prioridad a los pacientes covid sin olvidar al resto de patologías. Antes de la entrevista, algunos de los profesionales que participaron en aquella transformación hacen balance de la pandemia y los meses posteriores. María del Mar Jiménez, intensivista y jefa de sección de la UCI, se emociona al recordar la primera ola, que fue «como tirarse a una piscina vacía». Ella, acostumbrada a trabajar en la UCI que conoció como médica residente, de pronto se encontró con un servicio totalmente transformado. «Iba a mi casa y lloraba en el coche. Ahora, estas semanas de marzo para mí son difíciles». María José Navarro, supervisora de enfermería de la UCI, recuerda los «dos meses y medio sin descansar un solo día» para atender a los pacientes y a los propios compañeros. Manuel Liñán, director médico, recuerda la «solidaridad, el respeto y el trabajo en equipo». «Se puso de manifiesto la importancia de tener una sanidad pública, el valor de tantos profesionales a nivel multidisciplinar». «Todos estuvimos volcados en el covid sin perder de vista otras patologías, sin dejar a nadie atrás». José Luis Navarro, director económico, también coincide en aquella «alineación total» entre todo el personal del hospital: «Todos los profesionales iban a una». Juan Machado, encargado del registro de los pacientes, pasó meses metiendo datos en largas jornadas.

Diego Antonio Molina, el capellán, «habla de dolor y de esperanza». «Me gustaba que la capilla fuera un lugar de esperanza en el que se salvaron vidas con Jesucristo en el centro».

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