Granadinos en el cementerio de San José cambiando las flores de las lápidas. Ramón L. Pérez

Un paseo por el cementerio con la paz de tener los «deberes hechos»

Los granadinos acuden al camposanto de San José a visitar a sus familiares en una jornada emotiva pero cada vez con menos tradición

Laura Ubago

Granada

Miércoles, 1 de noviembre 2023, 14:54

Algunas lápidas del cementerio de Granada tienen pegado un vinilo de nubes con la foto del fallecido encima como si estuviese ya en el cielo. Otras, bastantes, tienen un cartel amarillo adosado que les advierte que están en situación irregular, con la confianza de que ... lea este aviso algún familiar desde fuera. Las imágenes curiosas se agolpan en el camposanto de San José en el día por excelencia para visitarlo, que no el más multitudinario. Los tiempos cambian.

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Con el cielo físico más azul que nunca, en esta jornada de miércoles de Todos los Santos, el paseo por el cementerio granadino presentaba belleza por todos los rincones. Silencio. Paz. Alguna interrupción de una voz contabilizando cuántos familiares tenían allí: el tito Paco, la tita Lola... y así hasta una larga lista. Sobre las once de la mañana no había ningún bullicio. Cada familia, de manera discreta y salpicada, trabajaba en la recomposición floral del nicho de su difunto. A media mañana la carretera ya era una procesión de coches deseando aparcar en una acción que se vuelve complicada en estos días.

El cementerio de Granada es tan grande, con sus patios, con sus calles, con sus tumbas de personales ilustres con el Señor del Cementerio (la imagen de la escultura de un Cristo muy conocida) que es difícil que haya aglomeraciones. En uno de sus extremos, una familia enterraba a un fallecido mientras que el resto cambiaba las flores de personas que perdieron hace años. «Llevamos quince días a tope. El domingo fue impresionante. Hoy es un día para pasear, la gente llega ya con los deberes hechos», cuenta un operario de Emucesa. Los deberes son ese intercambio de flores artificiales. Se quitan las descoloridas por los días y se ponen unas resplandecientes, que esperan que el tiempo les pase por encima.

De refuerzo están este miércoles trabajando Alejandro, Eloy y Elisa, a los mandos de Zaida, que se encargan de portar las escaleras y colocar las flores en las tumbas más altas. A más de 5 metros están los nichos superiores donde estos jóvenes siguen las instrucciones de los familiares sobre cómo colocar los adornos, que suelen ser más extensas que precisas. «Es un trabajo como otro cualquiera», sonríen acostumbrados.

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En un día de Todos los Santos con menos gente de la habitual, estos trabajadores, operarios de refuerzo que colocan las flores también dan la clave. «Esta tradición es de gente mayor y cayeron muchos con el covid», apuntan mientras uno de ellos, Alejandro, se marcha escalera en mano a colocar un centro floral en una tumba alta.

Dentro de la dureza, el cementerio de Granada mostraba este miércoles lo bonito de la vegetación, de las vistas, de ese momento de recogimiento al que pusieron música, «para el recuerdo» los componentes de la Joven Orquesta Sinfónica de Granada. Un concierto con lleno total y con aplausos largos y agradecidos.

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Susana en lo alto de la escalera, con su madre y su hermana. R. L. P.

Una familia unida

Entre la gente resaltan Susana y María, dos hermanas, con las escaleras en mano. Les sigue Carmen del Rosario, o «la Charo», su madre, que se emociona y se recompone con la misma rapidez. Son una familia unida, que cuida e «inculca» esta tradición. Llevan una bolsa grande con flores de tela que forman centros pinchadas en un corcho verde. Las hace la propia Charo, que se da mañana con la costura, en la cocina y con esta manualidad que descubrió un buen día que sabía hacer con soltura. Las flores de este año son blancas con reflejos rosas. Se las están poniendo a Martirio, que murió con 71 años, después de que Charo la cuidase durante 22 años. Era su prima y se hizo cargo de ella y de su vida con dificultades.

Porque esta familia, los Hernández Martínez, sienten esa necesidad de arroparse. De estar. También le han puesto flores al padre de la familia y a un hermano. Aquí a Charo se le llenan los ojos de lágrimas y se le quiebra la voz. Su hijo, Enrique, con 13 años se murió de la noche a la mañana. Un dolor de cabeza que terminó en infarto cerebral se lo llevó y su hermana María (que tenía 15) se hizo mayor de repente. Su padre, vendedor ambulante, tenía una depresión y su madre, siguió adelante porque no había más remedio. Y todo eso les unió y este miércoles, 38 años después de la muerte de Enrique, allí están sus hermanas y su madre poniéndole flores y lanzando esos besos al cielo.

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