Dicen que la distancia hace el olvido, pero los 8.797 kilómetros que separan Seattle de Granada para Marta Álvarez significan todo lo contrario: el recuerdo. Pocas veces conocerán a alguien que hable de una ciudad con la pasión con la que describe esta granadina ... a la suya. Y es que, pese a que sus tan solo 24 años ya ha vivido en Roma, Bolonia, Manchester, Los Ángeles y Kenia, ella mantiene viva la cercanía de quien nunca se ha ido. «Echo de menos cada rincón de Granada», confiesa.
Marta reside actualmente en la mayor urbe del estado de Washington, donde ejerce como profesora auxiliar de español en un colegio de inmersión. Graduada en Pedagogía por la UGR, el año pasado estudió el Máster de Psicopedagogía en Madrid y ahora, además, cursa a distancia un título de Enseñanza de la Lengua Española. En el camino quedaron distintos periodos de prácticas y centros educativos y otra etapa más en el MADOC. No queda aquí la cosa, ya que también ha sido Au-pair en Los Ángeles y voluntaria en un proyecto de Aprendizaje-Servicio en Kenia. Durante todo ese tiempo, esta docente asegura que ha sido «feliz viajando y aprendiendo de todos estos lugares», si bien incide en que «jamás» va a sentirse «tan en casa» como cuando vuelve a Granada. «El resto de mi vida, sin duda alguna y por inmensa suerte, está y siempre estará allí, a orillas de La Alhambra», desvela.
«Por más que conozco, por más que experimento y que me adapto a otras ciudades, nunca, jamás, he encontrado nada mejor que Granada. Yo amo mi ciudad, extraño cada lugar de ella»
La condensada trayectoria vital de Marta no ha tenido, hasta el momento, mayor influencia que la de su «preciosa tierra». «Por más que visito», añade, «por más que conozco, por más que experimento y que me adapto a otras ciudades, nunca, jamás, he encontrado nada mejor que Granada. Yo amo mi ciudad, extraño cada lugar de ella». En este sentido, la joven destaca que cuando necesita tranquilidad, «no hay nada en el mundo» que le guste más que ir a uno de los tantos miradores de la ciudad, para relajarse y «apreciar la felicidad». No en vano, como bien sostiene, «Granada es romántica, es arte, es belleza, es cultura, es emoción y es magia».
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Como pueden imaginar en este punto, la lista de calles y costumbres que Marta añora de Granada es bastante amplia. Abarca desde «las castañas en Puerta Real en invierno hasta comprobar en septiembre que las calles se llenen de estudiantes, pasando por pasear en Semana Santa y ver el Cristo de los Gitanos y disfrutar del Corpus». Además, a su juicio, «es único encontrar arte en cada esquina del Albayzin, pasear por el Realejo, Calle Elvira, Carrera del Darro, Plaza Nueva o Plaza Bib-Rambla. Y la plaza de las Pasiegas, un lugar pequeño pero con enorme belleza», precisa. Sin olvidar, claro está, el Paseo de los Tristes, su «lugar favorito en el mundo». «¿Hay algo más bonito que tener una cita ahí?», se pregunta.
«Vine porque para ser alguien en el mundo laboral debo saber inglés, y si puedo compaginar eso con experiencia laboral en mi campo, pues mejor que mejor»
La melancolía no impide que Marta trate de encontrar su lugar en el mundo, ese al que ya ha dado alguna que otra sacudida. Ahora su trayecto ha encontrado una parada en Seattle, a donde llegó gracias a un programa que la seleccionó para venir. ¿Cómo es su vida allí? «Al principio todo me parecían buenas condiciones con respecto a España», recuerda. Sin embargo, la realidad es muy distinta. «Cobro un salario casi nulo para el ritmo de vida que llevan y lo extremadamente caro que es todo», revela. Y agrega: «Vine porque para ser alguien en el mundo laboral debo saber inglés, y si puedo compaginar eso con experiencia laboral en mi campo, pues mejor que mejor».
«Salir una noche al centro pude suponer gastarte unos 70 euros. ¡Igualito que en mi Graná! Con 15 eurillos voy cenada con 3 tapas y 3 cervezas»
El ocio tambien implica estar pendiente del bolsillo. Según descubre «ir aquí a cenar y un par de cervezas después puede suponerte 50 dólares, más Uber, porque, claro, para qué vas a tener buen transporte público», ironiza. «Total», agrega, «que salir una noche al centro pude suponer gastarte unos 70 euros. ¡Igualito que en mi Graná! Con 15 eurillos voy cenada con 3 tapas y 3 cervezas», dice entre risas. «Por no hablar de un plato alpujarreño o una tapa de boquerones en Amuñécar», suspira.
Incertibumbre y una idea clara
«¿Futuro? ¿Qué es eso?», responde Marta cuando se le pregunta por sus planes para los próximos años. «No tengo ni idea», reconoce, aunque admite que está «aterrorizada» por lo que pueda venir. «Realmente», aclara, «me gusta la educación y apoyar a los niños, ser útil en su aprendizaje, que se sientan cómodos conmigo y ser un apoyo para ellos, no sólo a nivel académico, sino también personal. Pero no sé hasta qué punto me llena trabajar en un colegio o en un instituto». Por eso no descarta que pueda acabar opositando o abriendo su ropio gabinete psicopedagógico y de orientación. «O quizás termine en una ONG trabajando», puntualiza. Sea como sea, sí que tiene algo claro. «Lo que tengo decidido es que mi futuro me espera en Granada». Cómo no, su tierra. Siempre su tierra.