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La pérdida de olfato es uno de los síntomas característicos de la Covid-19 Ramón L. Pérez
«Perdí el olfato por el virus y no me enteré de que se me quemaba la comida»

«Perdí el olfato por el virus y no me enteré de que se me quemaba la comida»

Personas que han sufrido uno de los síntomas más característicos de la Covid-19 narran la extraña e irritante experiencia de no poder captar los aromas

Carlos Morán

Granada

Viernes, 8 de enero 2021, 23:59

Aviso: la introducción que sigue a continuación puede herir la sensibilidad de las personas muy escrupulosas. Jorge supo que el coronavirus corría por su sangre el día que cogió sus calcetines usados, se los llevó a la nariz y no olió nada. Una PCR confirmó poco después que, efectivamente, estaba infectado. Pasó la cuarentena sin ningún otro problema añadido y recuperó el olfato. Ahora ya no se atreve a acercarse a las napias sus calcetines usados.

Silvia se levantó una mañana de octubre y descubrió que el café no sabía a nada. Enseguida le vino a la mente que esa ausencia era uno de los síntomas más característicos de la Covid-19, pero como no había experimentado ninguna otra manifestación sospechosa, pensó que era un catarro de los de toda la vida. Sin embargo, la laguna no desapareció en las horas siguientes y, tras someterse a la prueba de detección del patógeno, pasó a formar parte de la ya enorme lista de positivos.

Aunque el olfato no es un sentido tan esencial como la vista, lo echaba de menos y se sentía extraña. Quería volver a ser la de antes. Y, mientras se mantenía apartada de su familia, llevaba a cabo investigaciones de andar por casa para comprobar si el quebranto persistía. «Me ponía en la nariz el bote de Vicks VapoRub –un ungüento para la congestión nasal que contiene mentol– de los niños y nada. Así que pasé a algo más fuerte. Cogía una botella de lejía, me la ponía a un centímetro de la nariz y nada. La comida, nada. Y nada es nada», explica un tanto exasperada al recordar su peripecia.

Silvia no tuvo ningún otro padecimiento: ni fiebre, ni fatiga extrema, etcétera, una circunstancia que, como es natural, supuso un alivio para ella y los suyos. Porque la Covid-19 también es eso: incertidumbre y ansiedad ante la posibilidad de sufrir la versión más grave de la enfermedad.

Silvia, al igual que Jorge, 'solo' tuvo que aprender a vivir sin olfato durante unos días. Y sabe cómo es el perfume de la nada, pero no puede describirlo. La nada es nada. No hay palabras para definirla. Es casi una cuestión filosófica. Pero irrita.

Después de los ensayos con la lejía, Silvia optó por una medida menos drástica para medir la evolución del problema. «Usé una colonia que conozco muy bien. La olfateaba todos los días hasta que, menudo alivio, comencé a percibir algo». Era el principio del fin de la nada. Aunque todavía las cosas no han vuelto del todo a su ser. «Es raro, pero los olores son diferentes. Es como si al cerebro le costase encajar cada aroma con el recuerdo de ese aroma que tenía guardado en la memoria. No sé muy bien cómo explicarlo...».

En los inicios, Elo también creyó que la súbita y molesta pérdida del olfato se debía a un inofensivo catarro. Pero no, era el coronavirus. Y le dio más guerra que a Jorge y a Silvia. Algún día tuvo fiebre. Otros, fue incapaz de levantarse de la cama porque un pesado cansancio le impedía moverse.

Pero lo superó y tiene anticuerpos. Lo supo cuando su nariz aún tenía dificultades para distinguir esa madeja de fragancias que también es la vida. «Me di cuenta de que iba mejor gracias a la sal. Fue lo primero que me empezó a saber a algo», rememora su reencuentro con una relativa normalidad.

Helena tuvo que esperar más para poder 'olfatear' con fundamento. Esa capacidad huyó de ella a principios de octubre y hasta hoy no la ha recobrado completamente. Cayó en la cuenta de que algo iba mal cuando su madre le llenó el plato de 'potaje mareao', que le encanta, y se lo comió sin pena ni gloria: «No sabía ni olía a nada».

No obstante, aprovechó el encierro obligado para aprender a distinguir las texturas de los alimentos. «Por ejemplo, un pan crujiente, un humus cremoso...», dice. Así se consoló Helena durante el rígida restricción del olfato que le causó el coronavirus. No fue el único efecto del contagio. «También se me caía el pelo y eso me deprimía muchísimo. Pero ya me está saliendo», comenta alegre.

Peor fue el disgusto que se llevó Remedios (no es su verdadero nombre) por culpa de la pérdida de olfato que provoca la Covid-19 en la mayoría de los infectados. «Estaba cocinando y, como no olía nada, no me enteré de que se me estaba quemando lo que tenía en el fuego. Estuvo a punto de liarse una buena», informa. En la casa quedó un aroma a chamusquina que ella nunca percibió.

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