Para creer lo que hace Pepe García –18 años, flequillo rubio endemoniado y sonrisa 'profident'– hay que verlo. Se coloca el móvil en un hombro, lo atrapa con la barbilla y wasapea a la velocidad de un rayo. En un pestañeo ejecuta un pantallazo y ... lo manda. La habilidad con el teléfono sería una anécdota si cesara aquí la descripción de Pepe. Como también lo sería que tocase el piano con talento o que esquiase con soltura y fuese a probar en unos días cómo es deslizarse por Los Alpes. El mérito extra de todo esto es que este joven tiene un 86% de discapacidad física.
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Pepe casi no ve. «Verá lo justo para apañarse», le dijo el médico a su madre, Pepi, cuando el niño tenía horas de vida y le notaron algo raro. Apañarse para Pepe es no ponerle techo a sus aficiones y querer dedicarse a la música de manera profesional, aunque antes vaya a estudiar ingeniería informática. Pepe no ve por su ojo izquierdo y por el derecho, con muchas trabas y no con todo el campo de visión, pero se desenvuelve de tal manera que si no lo dice, nadie repararía en que es un chaval casi con ceguera que se busca la vida para haber terminado Bachillerato con una media de 9,6. Su discapacidad física, jamás le ha frenado para desarrollarse.
Este joven de Las Gabias es más listo que el hambre. Se le nota en el desparpajo, en la madurez con la que habla y en cómo, en vez de derrumbarse por su discapacidad, ha pensado en todo lo que sí tenía y cómo aprovecharlo. Pepe tiene el brazo derecho más cortito y el izquierdo le acaba a la altura del pecho. Dedos, tiene seis y uno más pequeñito pegado a otro y con esto... con todo esto... es un joven extraordinario que jamás ha dicho 'no puedo' ante nada. Todo lo contrario.
«Si algo se le resistía, empezaba pom-pom, pom-pom, pom-pom hasta que lo sacaba», cuenta su madre orgullosa de su vástago aventajado que tiene un talento innato para tocar el piano. Pepe se sienta y hace música, con sus seis dedos, con el alma pegada a las teclas y así... volcado en el teclado... pega un revolcón por dentro que emociona a cualquiera. «Cuando acabo de tocar el piano me sudan hasta los pies», exclama espontáneo este chico que ideó asistir a clase con el 'ipad', ponerlo en modo vídeo y utilizarlo de lupa. Con la propia tablet hace una foto a la pizarra y luego la analiza en casa... porque dice, aunque sin quejarse, que mucho peor es casi estar ciego que la escasa longitud de sus brazos o la falta de algunos dedos.
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A Pepe, que ha ido al colegio Internacional de Granada hasta que hizo la 'selectividad' –superada con éxito–, sus profesores nunca le tuvieron condescendencia. Es algo que casi repele con su impulso, con su carácter y con su fortaleza que cuelga en su habitación en forma de medallas que ha conseguido esquiando.
En el salón, un piano tradicional y un teclado eléctrico forman el patrimonio musical de Pepe. Jamás pensó en que le faltaban dedos para tocar, ni que apenas veía para esquiar y participar en campeonatos de este deporte. Siempre ha hecho lo que ha querido sin quedarse atrás jamás. Volvemos a sus profesores. En concreto, a Juanfran. «Siempre me ha apoyado. Nunca me han dicho, ni él ni ninguno, que no hiciese tal cosa porque me podía hacer daño. No me he sentido diferente en ningún momento», cuenta el pianista que va a empezar 5º de Profesional en el Conservatorio de Granada. «Si ese día tocaba patinar yo preguntaba que qué le hacía falta a Pepe... me respondían que le llevase rodilleras, que no hacían falta coderas y... a patinar», cuenta su madre, que asegura que una de las claves de que Pepe sea así es que no lo han sobreprotegido.
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Pepe toca una canción compuesta por él que parece la banda sonora de una película con la imagen avanzando por grandes praderas. De repente arrastra los dedos por el teclado y la habitación pega un vuelco musical. Y sigue. Con intensidad golpea las teclas y suena esa música maravillosa. «Empecé con el piano en el colegio, con seis años, porque lo tocaba una amiga, y ahora quiero seguir e intentar ser músico profesional», cuenta este chaval que explica que, en el Conservatorio, le adaptan las canciones y los acordes para que suenen súper parecidas pero en vez de tocadas con diez dedos... con seis. Por cierto, que su canción se llama 'Sueños cumplidos', algo que dice mucho de este soñador que consigue sus metas a golpe de esfuerzo y con constancia.
La música fluye del alma de Pepe pegada al piano de su salón donde desarrolla su memoria prodigiosa que le hace aprenderse de memoria las partituras porque sería imposible verlas con su ojo bueno y tocar a la vez. No se achanta. «En el Conservatorio hemos aprendido ahora 'Claro de luna'. Lo que se aprende en un mes, yo he tardado un año pero la toco», dice Pepe orgulloso, ducho ya en habilidades como ponerse los calcetines.
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Es más, Alejandro Sanz, en su instagram reposteó un vídeo de Pepe tocando una canción del cantante y compositor ( 'Mi persona favorita') y le brindó las palabras que Paco de Lucía le había dedicado a él: «Me siento más cerca de ti que de muchos músicos». Y sigue: «Y hoy, mi querido Pepe, esta frase te la quiero dedicar a ti y añadir un detalle más... merece la pena escribir música solo por el privilegio de que tú la interpretes. Gracias, Maestro Pepe». Al joven de Las Gabias se le llena la voz de emoción al recordar esto y quiere que pongamos su instagram (@pepe_pianista) porque le hace ilusión que la gente lo siga y vea sus vídeos.
Y ahora viene la parte de esquiador –con la ONCE– donde allá que va, hace podio. Por sus dificultades de visión, Pepe esquía con guía (ahora Javier Calvo) y es uno de los dos andaluces que compiten a ese nivel. Con Javi han logrado ser subcampeones de España. «Hay que estar muy sincronizado con el guía y girar cuando te avise con un código y un intercomunicador que llevamos». Pepe empezará ahora ingeniería informática y su madre sugiere que lleve bastón para situarse y no chocar con la gente. Pero él no piensa en eso, solo planea conocerse la facultad de memoria y grabar las clases con la retina de su Ipad.
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Pepe llegó con esta mutación genética que no detectaron en las ecografías. Para sus padres fue un golpe duro asimilar cómo iba a ser su hijo e incluso denunciaron por no haberles advertido de cómo llegaría. «Cuando me lo pusieron encima vi algo muy extraño...», cuenta Pepi, que prosigue con el relato de su nacimiento y de su infancia. Después del shock de los brazos llegó el de los ojos que no abría. Pepi se fue con el niño a casa con este diagnóstico y preocupada. Sin embargo, con meses, muy pequeño empezó a notar que era especial. «Por cómo sonreía ya se le notaba diferente», dice esta madre refiriéndose a lo espabilado que era. «Nos dijeron que no andaría hasta los tres años y lo hizo con dos. Sus primeros escalones los subió en la Torre Eiffel. Subía dos y bajaba tres pero no se rendía», dice Pepi satisfecha de lo brillante que es su hijo y de cómo nunca se ha frenado ni ante las barreras impuestas. Pepe es autónomo, feliz y quiere ser artista. Lo será.
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