Entre estas dos localidades de Granada y Almería, en la desaparecida estación de Hijate, discurre la frontera entre las dos provincias. Se trata de un territorio que busca su futuro en el cultivo de pistachos y las energías renovables, una tierra que perdió el tren pero se resiste a perder el futuro
Juan Jesús Hernández
Jueves, 4 de agosto 2022, 00:44
En la estación de Hijate, la carretera A-334 cruza un 'camino verde' que recorre lo que antes era la línea de ferrocarril, y sobre la calzada dos líneas blancas separan a la izquierda la provincia de Granada y a la derecha, la de Almería. Bajo el asfalto del arcén sobresalen los restos de dos trozos de vías por las que un día circulaban los trenes que iban o venían de Barcelona, Valencia o Granada, y cargaban mineral de hierro en la estación de Serón para transportarlo después al puerto de Almería. En el horizonte, sobre las pequeñas lomas del terreno, se perfila una larga hilera de molinos de energía eólica que parecen una ironía de modernidad en una zona que perdió el tren pero se resiste a perder el futuro.
Antes de la estación de Hijate dejamos atrás Baza y nos encontramos con Caniles, el último pueblo que mira por el norte de Granada al oeste de Almería. Si ha pensado que el nombre de Caniles tiene algo que ver con la construcción de casetas para perros olvídelo –aunque haberla hay fábrica–. El nombre le viene del término 'canalis', de origen latino que describe un lugar entre los ríos Gallego y Guadalopón y los canales construidos artificialmente para el regadío de las tierras.
Paseo García Lorca, en Caniles.
r.l.p.
Si no ha visitado antes Caniles se sorprenderá. No es una localidad pequeña y aunque ha perdido población, mantiene algo más de 4.100 habitantes en diez núcleos. Está cerca de la A-92 norte y alimenta una actividad industrial pequeña pero muy potente que apuesta por la innovación agrícola o el aprovechamiento de recursos naturales.
La calle Nueva nos deja en el Paseo García Lorca, en realidad un largo parque que distribuye el tráfico hacia la ermita de San Sebastián y el barrio San Marcos, de casas-cueva, que cuenta entre sus residentes con varias familias inglesas de jubilados que acudieron atraídos por las exclusivas condiciones de las viviendas trogloditas. Sin que nadie sepa muy bien por qué ni cómo se produjo, hace unos años la demanda del mercado británico superó toda las expectativas y los precios por las cuevas como segunda o primera residencia se dispararon, pero tras el Brexit algunos han regresado a su país y el interés ha desaparecido. Lo cuenta Santiago Corral, que gestiona el café Kiosko, mientras atiende una mesa con un matrimonio y una niña pequeña que visitan la comarca como turistas.
Fábrica plantas aromáticas.
r.l.p.
Al final del paseo en el que se preparan actividades infantiles con castillos hinchables y talleres de manualidades, toma el fresco Luis Fernández, que a sus 84 años se queja de haber perdido la vista pero asegura que la cabeza «todavía habla». Luis fue uno de los cinco molineros que llegó a tener Caniles. El suyo lo movía el agua de la acequia Guaguil con grandes ruedas de piedra francesa con la que se llegaba a sacar 50 kilos de harina a la hora que, en parte, vendía después por las casas para que las familias cociesen su pan.
Hoy los molinos de Caniles son enormes y sirven para producir energía. De eso sabe mucho Antonio Martínez Caler, el que fuese nueve años alcalde del municipio por el PSOE y presidente de la Diputación Provincial granadina. A Caler lo encontramos cerca del Paseo, asegura que está alejado de la política desde hace 11 años, y confiesa que hace lo que le gusta, que en buena parte es estar en su pueblo; no quiere ni pide nada más. «Una vez el presidente Chaves me dijo que por qué no visitaba Caniles y yo me precipité al decirle: «Si allí no hay 'ná'». La verdad es que sí que había y que en la actualidad hay mucho más porque Caniles «ha progresado adecuadamente». El empleo que proporciona la actividad agrícola y comercial de Almería, la innovación agrícola con nuevos cultivos como el pistacho o el brócoli y las energías renovables apuntalan el paulatino desarrollo de la zona.
Manuel Membrive.
. r.l.p.
Caler, convencido de que las renovables son el presente y el futuro de la franja que une a Granada y Almería, plantea la necesidad de un plan para las energías renovables en la zona ponga orden y evite el error de 'pegar bocados' a la tierra con pequeñas instalaciones que perjudican a los propietarios.
Él es quien nos alerta del enorme potencial de los recursos naturales, que explican la razón de un Centro de Interpretación Micológica en una zona de sierra en la que se llegan a recoger dos millones de kilos de níscalos, que se vende después entre los 6 y 7 euros el kilo, o una fábrica de plantas aromáticas y esencias que sirven después de base para condimentos de gastronomía, perfumes o productos de droguería y rebotica. Su propietario, Antonio Sánchez, aprendió el oficio de su padre, que a su vez lo aprendió de una empresa sevillana que tenía 'calderas' repartidas por la Sierra de Baza en las que hace décadas de procesaban las hierbas para evitar la penosidad del transporte.
Plantas aromáticas
Hoy han desaparecido y en su lugar toda la actividad se concentra en la empresa de Antonio, una inmensa nave donde se amontonan toneladas de tomillo que como el romero, salvia, mejorana o lavanda se procesan, se tratan y finalmente algunas se destilan como aceites esenciales.
La línea de molinos, en la frontera que separa Caniles de Serón.
r.l.p.
Es una iniciativa económica en la que trabajan unas cuarenta personas, muchas de ellas jornaleros que recorren la sierra para 'cosechar' las plantas y venderlas a la fábrica a 50 céntimos/kg, que permite conseguir un jornal de unos 50 o 60 euros diarios. Por la nave pasan anualmente unos 200.000 kilogramos de hierbas aromáticas.
Otra de las sorpresas nos la da una empresa de viveros, Zuaime, que montaron un grupo de jóvenes que participaron en una escuela taller con tanto acierto que solo de plantas de pistacho abastecen a Arabia Saudí, Portugal o Italia y a buena parte del territorio español con más de 500.000 plantas anuales. El cultivo gana terreno en la comarca por su alta rentabilidad y es ya más popular que los almendros o el olivar. El secreto está en el clima porque el pistacho quiere frío, calor y humedad y de eso en el norte de Granada tienen a partes iguales y en abundancia. Bueno, en el norte de Granada y en el norooeste de Almería, al que llegamos camino de Serón.
Estación ferroviaria de Serón.
r.l.p.
Desde la carretera se ve como se levanta imponente su castillo de la época nazarí, construido en el siglo XIII. Desde sus torres y en especial desde la que se edificó en el siglo XX que marca el punto más alto del municipio, se pueden rastrear como en 360 grados los paisajes del Valle del Almanzora y parte de la provincia de Granada. Su camino de acceso no es el mejor posible porque hay que discurrir por calles estrechas y empinadas que recuerdan las trazas urbanas de barrios árabes como el Albaicín. Llama la atención una leyenda que reza: «A Serón hay que leerlo a pie», que es sin duda una sugerencia poética muy atractiva porque la localidad despliega encantos y recursos para disfrutar, pero sobre todo en los barrios altos que se descuelgan del castillo es aconsejable hacerlo con buen calzado, en los meses menos cálidos del año, con buenas piernas y sin prisas, y todo eso nos llevará, por ejemplo al Centro de Historia de Serón, necesario para entender el papel que ha jugado en diferentes épocas hasta la actualidad, o a la iglesia de la Anunciación, del siglo XVII, de estilo mudéjar y monumento nacional desde 1983.
En la plaza del pueblo, donde varios vecinos hacen cola para comprar pollos asados en un furgón, uno de ellos nos recomienda visitar el viejo barrio de la estación del tren, en el que algunos de sus antiguos edificios han sido reconvertidos para uso lúdico y cultural. Lo hacemos y el hallazgo es la imagen del olvido, del tiempo detenido, del recuerdo de lo que fue un lugar de vida cuando los trenes llegaban o salían en dirección a Valencia, Granada o Barcelona. Es una estación grande en la que sorprende que existan numerosos edificios y dos andenes con vías que hacían de intercambiador para que las máquinas que cargaban el mineral pudiesen dar la vuelta en dirección al puerto de Almería. Allí habita ahora la nostalgia y es fácil imaginar el trasiego de gente y la partida de trenes. Fácil de imaginar y doloroso porque en este caso cualquier tiempo pasado no fue mejor, fue mucho mejor.
Indicador Fabriquilla del Oro.
Manuel Membrive, vecino del barrio de la Estación, se queda con la mirada perdida hacia lo que hoy es una vía verde para pasear o hacer deporte, sembrada a izquierda y derecha de edificios ferroviarios como el cocherón, donde dormían las máquinas, que hoy se usa como local para celebrar fiestas sociales; la terminal de viajeros, reconvertida en restaurante para los fines de semana, y uno de los almacenes, que se adaptó un tiempo como ludoteca.
Horror en la estación
Sin que tenga nada ver con la armonía y el estilo uniforme de los viejos edificios ferroviarios, en el centro de la estación se ha montado un Centro de Interpretación del Aire (como suena), un observatorio astronómico y un pequeño planetario. Son edificios modernos, pequeños y blancos, que desentonan por completo con la historia y las construcciones del lugar. Un esperpento para ese lugar que muchos vecinos no comprenden. Y los de fuera tampoco.
Junto al tráfico de pasajeros, la estación de Serón tuvo una extraordinaria actividad en la carga y transporte de mineral que llegaba a través de cables aéreos en un trayecto de 12 kilómetros desde la mina de Las Menas, un poblado enclavado en la sierra de los Filabres en el que llegaron a trabajar 2.900 personas. Muchas de ellas se desplazaban a diario a pie por la sierra desde pueblos como el propio Serón, Alcóntar o Bacares.
Planetario y oservatorio en Serón.
r.l.p.
En las minas se extrajo hierro desde finales del siglo XVIII hasta 1968. Manuel lo recuerda bien aunque era un niño. De hecho con 11 años empezó de aprendiz mecánico en un taller situado encima de la hilera de gargantas gigantes por las que se vaciaba el mineral en los vagones. Aprendió bien y se marchó como especialista a una empresa internacional. Ha permanecido 26 años en industrias de Chile o Arabia –en este último país participó en la construcción del AVE– montando y manipulando maquinaria especial capaz de cosas que parecen imposibles.
El último tren en el que subió iba a Tíjola, tenía 10 años, y acompañaba a su madre. Entonces era normal moverse en tren para ir a Baza, a Granada o Almería. Hoy su mayor deseo sería ver de nuevo pasar el tren por ese lugar. Sabe que es un sueño difícil si no imposible.
Antes de abandonar Serón sería imperdonable no pasarse por algunas de sus tiendas de productos cárnicos que hacen de este pueblo una referencia para el buen jamón o los embutidos de calidad desde 1880. Saborearlos después en casa mantendrá el recuerdo de uno de esos lugares acogedores a los que siempre se quiere volver, aunque no se pueda llegar en tren.
El oro de 'el dorado'
El legado nazarí en poblaciones como Caniles y Serón ha sido notable y los vestigios que se pueden encontrar dan prueba de ello. Algunos visibles y altivos, como el castillo de la localidad almeriense, otros, como la fabriquilla del oro, más difíciles de encontrar. Esta industria fue utilizada por los árabes para lavar y decantar oro que extraían de una mina. Entre 1855 y 1866 Caniles experimentó una frenética actividad que se parecía y mucho a El Dorado. Se constituyeron diversas sociedades mineras que numerosos anuncios auríferos de los que se conservan los expedientes mineros de 477 de ellos para Caniles. El complejo está separado varios kilómetros del pueblo y llegar hasta él no es fácil por un camino de tierra y piedras. Un rótulo turístico anuncia su presencia pero lo que encontramos son varias construcciones casi destruidas que provoca rabia por su abandono.
En Serón, además de su castillo el Reino nazarí de Granada dejó la leyenda de 'La novia Serón', hechos que ocurrieron en 1440 que relatan la emboscada de muchachos de Lorca a una comitiva en la que viajaba una guapa mora, hija del alcaide de Serón, que se dirigía a Baza para casarse con el alcaide de esa ciudad.
Leyenda o no, está también el famoso 'robo del santo' en Caniles, que tiene su origen en una epidemia que enfermó al pueblo salvo a los vecinos de la calle San Sebastián, donde se encuentra la ermita del santo. La cosa es que se creyó que los supervivientes de esa calle había sido obra de San Sebastián y el resto de vecinos decidieron robar la imagen para protegerse. La tradición acabó porque en el día de San Sebastián los lugareños se disputan el santo en una pelea 'de caballeros' que sucede a las cinco de la tarde. Los que se hacen con la cruz al grito de ¡viva San Sebastián! Serán los que paguen las próximas fiestas. Al menos el Ayuntamiento ayuda con los gastos para que no sea éste el único caso en el que robar cueste dinero al 'ladrón'.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.