![Cecilio, Luisa, Carmen, Ana y Raúl, ante el mural que hay en la calle de la sede de la FSG.](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/202212/16/media/cortadas/FSGitano%2001-kYUF-U1801066956638ltB-984x608@Ideal.jpg)
![Cecilio, Luisa, Carmen, Ana y Raúl, ante el mural que hay en la calle de la sede de la FSG.](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/202212/16/media/cortadas/FSGitano%2001-kYUF-U1801066956638ltB-984x608@Ideal.jpg)
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«Soy hija de unos gitanos vendedores ambulantes que me costearon mi carrera universitaria». Esta es la vida y el esfuerzo de Carmen y su familia por romper estereotipos y cambiar su futuro.
«Me levanté en medio del aula de la Universidad de Granada. El profesor nos había pedido realizar un ejercicio práctico y el protagonista era un gitano que pretendía engañar a una persona. Me indigné. Como no parezco gitano según los estereotipos nadie sabía que lo era. No lo permití». Esta experiencia es reciente y la comenta Raúl.
«A mí no me gusta el flamenco. Eso sí, te bailo salsa, bachata y vallenatos como nadie. Cuando se enteran que soy gitano no se lo creen, porque no doy con el estereotipo». Lo cuenta Cecilio, y dice que le pasa prácticamente cada fin de semana.
Carmen (42 años), Raúl (32) y Cecilio (43) son gitanos, graduados en la Universidad de Granada y trabajadores, formadores y orientadores en la Fundación Secretariado Gitano (FSG), que ahora cumple cuatro décadas de intenso trabajo. Es momento entonces para recordar junto a sus compañeros y compañeras de dónde vienen, el principio, y para radiografiar la situación actual donde hay muchos, muchísimos prejuicios gitanos, todavía.
-¿Cómo ha cambiado todo?
El cambio en cuarenta años ha sido brutal porque se escolarizó a la población gitana. Fue también entonces cuando llegó la Democracia, el auge de asociaciones y entidades que apoyaban la situación y el impulso económico que permitió a muchos gitanos incorporarse al sistema obrero industrial, que junto al comienzo de la normalización de la situación educativa, permitió despegar.
Quien responde es Luisa, de 58 años, madre de tres hijos universitarios y toda una vida luchando por los gitanos y gitanas. Luisa, continúa su relato de cómo empezó todo. «El problema en los años setenta y ochenta es que las zonas más excluidas no cambiaron su situación. Y hoy siguen vigentes problemas como el absentismo y el fracaso escolar».
Más duro todavía, denuncia, es que actualmente hay algo que se arrastra desde esa época que sigue vigente. «Se trata de la existencia de la segregación escolar, como concentración del alumnado migrante y gitano en determinadas clases o centros educativos. Vulnera el derecho a la educación y la legislación y afecta de forma negativa al rendimiento escolar».
Otro factor que definía a los gitanos y sus altas cotas de exclusión social es que la población adulta presentaba altos índices de analfabetismo. «Era un problema que se arrastraba históricamente. Cuando se empezó a trabajar en los años ochenta los gitanos no tenían garantizado su derecho a la educación».
Recuerda entonces que incluso existían dos leyes dirigidas directamente a los gitanos. «Se llamaban de peligrosidad social y la de vagos y maleantes. No se nos consideraba ciudadanos y no teníamos derecho a la educación. Es a partir de la Democracia y la Constitución cuando se nos reconoce como ciudadanos de pleno derecho», rememora Luisa.
Todo empieza a rodar entonces. Este proceso acelera la escolarización generalizada, ligado a la Iglesia sobre todo y a unas escuelas puente de transición para incorporar en dos cursos a los niños y niñas gitanos a las escuelas normalizadas.
Pero hay un problema. En Granada, en esa época de los años setenta y ochenta es cuando se produce la ubicación de parte de población gitana del Sacromonte, la Virgencica y del Chinarral en las nuevas barriadas de La Paz, Casería Montijo y Almanjáyar, zonas muy apartadas del Centro de la ciudad. «La intención de apartar a la población gitana era evidente. Era un mundo aparte», sanciona Luisa. El Alcampo, el centro comercial del distrito Norte de la ciudad, era algo así como la última frontera, sin dibujar pero tácita.
–¿Qué es lo más difícil?
–Lo más complicado no es intervenir con la población gitana, sino con la no gitana. Realizamos una coordinación integral con todos los sectores y aspectos necesario, lo que incluye a los centros educativos y al propio profesorado.
Pone como ejemplo el último caso con el que ha estado trabajando, aunque matiza que hay muchísimos más. «Tenemos un alumno de Pinos Puente que comenzó uno de nuestros programas en quinto de Primaria y ahora está en la UGR estudiando Ciencias Políticas». «¿Por qué es un caso de éxito? Por todo el proceso de intervención realizado a través de las diversas etapas».
Y aquí y ahora es cuando se desvela la importancia y el trabajo de la Fundación Secretariado Gitano. Su modelo es útil. Funciona. La intervención se realiza con el alumno, con la familia, con el profesorado, con los centros educativos y con otros recursos y servicios implicados. «La garantía es que hacemos una intervención integral», explica Luisa.
«Normalmente se hace de forma particular con la gente que está en desventaja», prosigue. «Pero aquí hay que trabajar con todos los implicados porque las actitudes negativas inciden. Lo más difícil es la intervención con los que no son gitanos, repite, porque no reconocen que se estén dando situaciones de desigualdad o que haya situaciones de antigitanismo. Todo hay que trabajarlo».
Ana Romero lleva desde el cambio de siglo en la FSG, y defiende su existencia. «La comunidad gitana es diversa, desde situación económica a social o religiosa, urbana y rural, y todas estas miradas caben en la FSG».
Añade a continuación que hay estudios que demuestran la desigualdad. «No estamos todos en la misma línea de salida, así que hace falta compensarles. Y se hace con programas de promoción. Ahí hemos dado un salto. Hace 40 años, las entidades eran de asistencia. Estaba bien. Pero no partimos de ahí, sino de plantearnos programas innovadores para las personas que apuestan por mejorar su vida».
Explica entonces los tres programas principales que desarrollan en Granada, ya consolidados. El programa Acceder se creó en el año 2000 para promover la incorporación efectiva de la población gitana al mercado laboral, y ha ido evolucionando y adelantándose a los retos que supone un mercado al laboral cambiante, tal es el caso de la transformación digital y la apuesta decidida de muchas empresas en contratar a personas gitanas.
Además, existe el programa Promociona, que tiene como objetivo que los jóvenes gitanos finalicen la Educación Secundaria Obligatoria y continúen estudiando; y el programa Calí, cuyo objetivo es impulsar la promoción y la igualdad de las mujeres gitanas.
–¿Ser gitano hoy supone alguna discriminación?
–Sí. A la vista está, en el día a día. Te pongo un ejemplo, expone Cecilio. Una coordinadora de uno de los programas comentó el otro día: 'Fuimos a la playa y nos metidos toda una familia en el apartamento como gitanos'. Pero esto me sucede todos los días con las empresas. ¿Quieres un ejemplo? Pues uno de una empresa que sabe que trabajo en FSG me dijo: 'Tráeme cuatro chicos, pero que no parezcan gitanos'. Me indigna. Porque se cargan nuestro trabajo por el hecho de la estigmatización.
Estigmatización es una de las palabras clave. Lo explica Cecilio. «En el momento en que se enteran que soy gitano me dicen que no parezco, les digo que mis abuelos son gitanos y ya se los imaginan dando palmas. Y no le vi dar palmas a mi abuela ni bailar en toda la vida».
Tercia Raúl al respecto. «Es así. He trabajado con chicos y grandes, y para muchos de ellos he sido la primera persona gitana con formación superior que conocían. Me veían como referente al tener dos titulaciones universitarias, pero en contraprestación no tengo mucho arte. No doy el tipo de gitano. ¿El tipo para quién? Mi abuelo era rubio con los ojos azules y yo tengo los ojos verdes. Mi abuela fue pionera. Migró a Alemania a trabajar sola. Yo soy gitano porque lo soy. Pero qué es ser gitano es una pregunta con muchas respuestas».
Raúl explica que los estigmas, la discriminación, es fruto del desconocimiento. «Jamás he leído en ningún libro de texto nada de los gitanos. No se habla de nosotros nada. Hay más de la cultura mesopotámica y de los esquimales que de los gitanos». Por estas razones asegura que la FSG es necesaria. «Es un agente de cambio. Apuesta por la promoción de la comunidad gitana desde la educación y el empleo».
La experiencia de Carmen como usuaria primero y trabajadora después es enriquecedora. «Somos los gitanos invisibles, porque somos los primeros que hemos estudiado. En la FSG buscabas alguien que te comprendiera y te ayudara. Y la FSG va a mejor, no se estanca, evoluciona. Se adapta a los cambios». Como ellos mismos. «Si no exigimos no avanzamos. Queremos ser otras cosa que limpiadoras o cocineras, los gitanos y gitanas queremos ser médicos y empresarios».
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Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
Inés Gallastegui | Granada
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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