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M.ª Victoria Vázquez Díaz.
Jueves, 19 de octubre 2006, 04:32
Sr. Director de IDEAL: Le agradezco la publicación de esta carta.
Queridísima sor Petra: Me hubiese gustado dirigirle esta carta a Motril, donde quiso pasar sus últimos años. Pero la verdad esta dirección me parece estupenda. Se la dirijo al cielo, donde no me cabe la menor duda que está disfrutando. Me encanta porque «sus niñas», como nos llamaba, tendremos un buen enchufe.
El viernes, día 6, cuando me llamó Trini y me dijo que habías muerto, me dio muchísima pena, pero no me sorprendió por esperada y porque, como le dije a mi querida amiga, un rato antes tuve como una premonición, quizá por la necesidad que sentía de hablar con alguien y pedirte un consejillo. En eso eras maestra. Gran maestra. Ya en el cielo no existen los tratamientos, así que por eso te tuteo, como a los santos y como a Dios.
En la Congregación pasaste por todos los cargos. Hasta fuiste durante muchos años madre general. Pero esto no se te subió a la cabeza. Para nosotros seguías siendo sor Petra. Y eso que, en mis tiempos, una madre general era inaccesible. Hablar con ella era impensable. Pero contigo no ocurrió lo mismo. Has sido una personalidad: activa, culta, sabia, sociable, comunicadora, de grandes decisiones y siempre con la palabra adecuada, con tu léxico extenso y elegante, rico, muy rico.
En Motril siempre he oído decir que eras un pozo de ciencia y de sabiduría. ¿Con cuánto cariño te recordamos todos!
Aquella misma tarde me fui a Motril con Pepe, mi marido. Rezamos mucho ante tu cuerpo sin vida, que reflejaba una gran serenidad, una gran paz. Y es que te fuiste como habías vivido. Y además sigilosamente. Decían las monjas: se nos quedó dormida. Esa es la muerte de los santos.
¿Cuánto nos alegramos! «el grupillo que no me deja», como tú decías, de ir a verte, cuando nos dijeron que se acercaba tu final. Hablamos de todo, nos reímos mucho y recordamos muchas cosas de aquellos tiempos en que de verdad, éramos niñas. Nos sorprendió tu gran lucidez y tu conocimiento de la actualidad. Hasta sacaste tu gran temperamento con aquella frase tan tuya y dicha con fuerza «y yo lo rubrico». Estuvimos un buen rato. Todas lo pasamos muy bien y te hartamos de besos. Serían los últimos en vida. Pero ahora seguimos haciéndolo. Y no creas que te vas a librar de nosotros, al menos de mí.
Me acuerdo cuando me llamabas tantas veces para preguntarme por Pepe. Pues seguro que con tus oraciones colaboraste en que se produjera el milagro. Está bien y sin secuelas. Después me decías: «y el problemilla que me has encomendado no se me olvida, María Victoria». Pues mira, ahora que tan cerquita estás del Señor sigue pidiendo con insistencia, con fuerza. Seguro que se solucionará, si Dios quiere. Ahora también confío en mi sor Petra.
Tu última despedida fue una gran manifestación, indicativa de lo que te amaban. No cabían las flores en el cementerio. Tus sobrinos, con quienes tuvimos la suerte de hablar mucho, se extrañaban de que después de tanto tiempo derramáramos tantas lágrimas. Y es que te lo merecías. Todo eso y mucho más.
Lástima que las palabras tan bonitas y tan sentidas que te dirigió sor Pilar antes de la misa no fueran grabadas. Hubiera sido un bonito recuerdo. Pero no importa. Guardamos muchos e imborrables. Por eso sigues entre nosotros. Y hablando de sor Pilar, la superiora de Motril, que con tanto esmero y cariño te cuidó y te mimó, menuda suerte ha tenido con tenerte a ti en el cielo. Se avecina su delicada operación; pero con toda seguridad dirigirás las manos del cirujano y todo saldrá como todos queremos y ella se merece. Será un bien para ella y para la Comunidad. También a todas las monjas un abrazo pues todas estaban consternadas.
Lo dicho, sor Petra, que no te vamos a dejar, ni tú tampoco a nosotros. Que te pediremos y así vamos a seguir. ¿Ah!, y el «problemilla», por favor, no lo olvides.
Muchos besos. Algún día estaremos todos juntos.
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