![Pablo y Amaya (izquierda) viajan este miércoles en el metro sin mascarilla, al igual que el resto de pasajeros.](https://s1.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/202302/08/media/cortadas/WhatsApp%20Image%202023-02-08%20at%2014.54.27%20(1)-kESD-U190574818776jhG-624x385@Ideal.jpg)
![Pablo y Amaya (izquierda) viajan este miércoles en el metro sin mascarilla, al igual que el resto de pasajeros.](https://s1.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/202302/08/media/cortadas/WhatsApp%20Image%202023-02-08%20at%2014.54.27%20(1)-kESD-U190574818776jhG-624x385@Ideal.jpg)
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Este miércoles 8 de febrero de 2023 es el primero en 1.001 jornadas en las que la mascarilla no es obligatoria en el transporte ... público en todo el país. Atrás queda el 4 de mayo de 2020, día en que se tuvieron que repartir en Granada 282.000 protecciones para que se pudiera cumplir la medida que declaraba obligatorio el uso de la mascarilla en el transporte público.
Se llamó entonces «la nueva normalidad», expresión que huele a naftalina y que cayó en desuso con una rapidez vertiginosa. Aquella jornada de mayo de 2020, en la capital granadina, voluntarios de Protección Civil y personal de Transportes Rober repartieronn 12.000 mascarillas en las paradas principales de autobús y metro.
Entonces, mil días atrás, las mascarillas eran codiciadas. Hoy, primer día en que entra en vigor la norma que permite el uso del transporte público sin ellas, ni un solo aviso, cartel o información hace referencia a la entrada en vigor de la nueva normativa. De hecho, en las estaciones del metropolitano de Granada, ni tan siquiera han retirado los carteles que alertan de la obligatoriedad de llevar la mascarilla puesta.
La jornada del martes 7 de febrero, víspera de la aplicación de la medida y de la suspensión de la obligatoriedad de llevar la mascarilla en el transporte público, transcurrió de forma sosegada. En la estación de autobuses, por ejemplo, los usuarios recorrían la estación sin llevarla puesta. En los andenes, con la llegada de los autobuses, aflroaban los cubrebocas, ya que los viajeros las llevaban puestas en el interior de los coches y al bajar al andén se las iban quitando.
En los autobuses que salían por la tarde, a Córdoba o a Málaga, revisores y conductores las llevaban puestas en los andenes mientras recogían billetes y controloban los maleteros. En el interior, todo el mundo las llevaba puestas.
En el exterior de la estación de autobuses, la gente esperaba los taxis, los autobuses urbanos y al metropolitano. Había pitos y flautas. Muchas gente esperaba con la mascarilla puesta y otros la llevaban prendida de la muñeca. Eso sí, una vez en el interior, todo el mundo la llevaba puesta, como dicta la normativa, justo hasta la jornada de hoy miércoles.
Este miércoles las mascarillas han empezado a volar. Pero poco a poco. Se constata a las claras en la parada del autobús urbano a la altura del número 38 del Camino de Ronda. Son las 12.10h y para el 5. El conductor la lleva puesta. En el interior del coche, todo el pasaje también, salvo una joven con carpeta de apuntes en su regazo. La mayoría son personas mayores. En la parada, Isabel, ya jubilada, espera con la mascarilla puesta.
-Buenas, ¿sabe usted que hoy ya no es obligatoria la mascarilla?
-La verdad es que no lo sabía
-¿Y la va a seguir llevando?
-De momento sí, es que no me fío, y ya estuve muy malita
Pasan unos minutos y se detiene un coche de la línea U3. Algo ya ha cambiado respecto al anterior. Ahora, el conductor ya no lleva la mascarilla. Obligación, desde este miércoles, no tiene. Se repite la escena anterior. Dos abuelos suben con la mascarilla puesta y, en el interior, el pasaje al completo la lleva puesta salvo una pareja de jóvenes. Es la tónica general a esta hora del día y con este tipo de pasajeros.
La parada del metropolitano de Alcázar del Genil está muy tranquila sobre la una de la tarde. Los trabajadores cuentan su experiencia. «Los porcentajes de viajeros que llevan la mascarilla puesta es de un 30%». Es decir, que hasta un 70% ya prescinde del uso de los cubrebocas. Todavía, hay mucha gente que prefiere seguir llevándola puesta.
Las razones son variadas. La primera es que hay poc ainformacióny mucha gente no conoce la nueva medida. Para empezar, los altavoces del metropolitano no informan de la nueva medida. Tampoco se han retirado los carteles que informan que la medida es obligatoria. Y están ubicados en las máquinas expendedoras de billetes.
Sí llama la atención que los trabajadores de la estación no la llevan puesta. Desde los vigilantes jurado hasta los peones de limpieza. «Es una maravilla después de tanto tiempo», acierta a responder uno de los trabajadores que limpiaba una gran cristalera. «Nunca nos terminamos de acostumbrar a la mascarilla. Era un engorro», resume el sentir general de lso trabajadores.
Pero no todos opinan de la misma manera. En el interior de uno de los vagones con dirección a Armilla, pasa la revisora y comprueba que todos los clientes están provistos del correspondiente billete. Lleva la mascarilla puesta. «Es voluntario llevarlo, y yo la llevo. No quiero ni contagiarme yo ni contagiar a nadie de mi familia», explica su decisión.
Los que sí están contentos son los vigilantes del metropolitano. «Se acabaron las broncas. Es un alivio para todos», explican el resultado de esta primera jornada sin mascarillas. «Mucha gente, sobre todo entre la juventud y los turnos nocturnos de los fines de semana, ya había decidido no llevarla puesta. Y había tensiones y broncas; disputas y peleas. Ahora ya han desaparecido».
Cuentan entonces de ocasiones en las que se recriminaba a alguien por no llevar la mascarilla puesta y que se negaba a bajarse del vagón. Entonces, se detenía, y muchos pasajeros criticaban al pasajero sin mascarilla y le gritaban que se bajara porque el retraso perjudicaba a todos. «O cuéntaselo a uno de los compañeros, que está pendiente que le operen del ojo por una agresión que sufrió al pedirle a un caballero que se pusiera la mascarilla».
A la tranquilidad ante la ausencia de incidencias al no ser obligatorio ya el uso de la mascarilla se suma además la felicidad por el mero hecho de no tener que llevarla. Pablo y Amaya, dos hermanos que viven en Cájar, así lo manifiestan. «Imagínate la de tiempo que la hemos tenido que llevar puesta durante todos estos años», explican. De Cájar bajamos en autobús y luego nos movemos en metro por la ciudad, así que todo el día con la mascarilla puesta, y con los nervios de que no se te olvidase».
Reconocen que, pese a la nueva norma, la llevan encima. «No terminamos de acostumbrarnos a no llevarla después de tanto tiempo. Estamos contentos, pero creo que durante todavía mucho tiempo vamos a llevar siempre una mascarilla en el bolsillo». Por si las moscas.
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