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Hay dibujos animados en la tele del salón. La pequeña Rania, de siete años, descansa en el sofá, arrebujada en el costado de Omar, su padre. Maysa, de catorce, está en su habitación, en la planta de arriba, haciendo vida de adolescente con el móvil entre las manos. Los últimos rayos del día rebotan por las calles de Cájar hasta colarse por la ventana del comedor, iluminando ligeramente el Corán que descansa en la repisa. «El Ramadán es uno de los cinco pilares del Islam», explica Omar. «Tiene una parte práctica: abstenerse de comer, beber y tener relaciones sexuales desde el alba hasta la puesta del sol. Es una manera de entrenarse a la paciencia, a la moderación y a la solidaridad. Luego está la parte espiritual, la más importante, nos vaciamos de lo que nos distrae en este mundo para purificarnos y despejarnos».
Hace una semana, el miércoles 14 de abril, comenzó el Ramadán, el mes del ayuno para los musulmanes. Un mes en el que las recompensas espirituales se multiplican por el esfuerzo, los actos generosos y la abstinencia. Un mes que, como todo lo demás, se ha visto profundamente alterado por la pandemia, las medidas preventivas y la nueva normalidad. Omar Arroud El Masmoudi (Tetuán, 1980) llegó a Granada hace 23 años, para estudiar Ingeniería de Caminos en la UGR. Aquí se casó con Chaimaa, tuvieron dos hijas y abrió su negocio de telefonía móvil, en Emperatriz Eugenia. «Hace dos años decidimos que las niñas bajaran a estudiar a Marruecos, a un colegio español, en Tánger. La madre es farmacéutica y, bueno, estamos en proceso de separación. Y, en vacaciones, suben o bajo yo, para vernos».
En Semana Santa, Maysa y Rania subieron a Granada para estar con su padre. Sin embargo, el 30 de marzo Marruecos cerró fronteras con España y Europa, por la cuarta ola, y las niñas no pudieron volver a casa. «Esta es la nueva normalidad –reflexiona Omar–. Es el primer ayuno de Maysa. La idea es pasarlo en familia, hacer reuniones y cenas numerosas, queríamos pasarlo juntos en Marruecos. Pero este mundo cambiante también afecta al Ramadán, claro». Al ver que el cierre de fronteras se alargará hasta finales de mayo, ha matriculado a sus hijas en un colegio de Cájar y en el Instituto Trevenque, de la Zubia. «Esperad, que os lo cuenta ella. ¡Maysa! ¿Puedes bajar!?». «¡Voy!».
Anochece en Cájar y los estómagos de la familia ya huelen la ruptura del ayuno. Bueno, todos menos Rania, que no lo hace porque es muy pequeña. «Las niñas hacen el ayuno cuando llega la primera regla y los chicos con su primera eyaculación», indica Omar. Maysa baja las escaleras a toda velocidad y saluda muy sonriente antes de sentarse en el sofá, junto a Rania. Este lunes empezó en el instituto, pero, dice, no se le ha hecho demasiado raro porque ya conocía a muchos compañeros. «Es que yo estuve en Primaria con ellos, cuando vivíamos aquí», apunta. Las hermanas echan de menos a mamá, «a mami», y hablan con ella todos los días. Maysa lleva bien el ayuno, su primer ayuno de Ramadán, algo inolvidable de por sí que viene subrayado por la extraña situación que les rodea.
Se acerca la hora y Omar propone avisar a Yahia. «¿Subes a por Yahia, Rania?». Yahia, de 29 años, es el primo hermano de Omar. Estudia gestión de alojamientos turísticos, en la escuela de hostelería Hurtado de Mendoza. Baja con una elegante chilaba negra y una sonrisa acogedora. «Mira qué bien estamos aquí, compartiendo este tiempo con mi pequeña familia». Entonces, con todos en el salón, Omar empieza a traer bandejas y jarras a la mesa. «Una tapita, para romper el ayuno», indica. Hay chubakias y baklavas, dulces hechos con miel, almendras y hojaldre. También dátiles, agua, zumo y leche. «Pura energía, ahora no hay que llenarse mucho. Tomamos algo y hacemos el rezo antes de cenar».
Los rezos típicos del Ramadán se hacen por la noche. El primero, nada más romper el ayuno. El segundo, en teoría, en la mezquita. «Echamos de menos el segundo rezo, es el punto de encuentro. Íbamos al Zaidín o a la mezquita mayor del Albaicín. Y los fines de semana hacíamos rupturas en grupo, de veinte o treinta personas, nos invitábamos de una casa a otra y pasábamos la noche juntos hasta el amanecer... Ahora, con el toque de queda y la limitación de personas se pierde la mitad del Ramadán, la parte social».
La familia se coloca de rodillas sobra una alfombra que apunta a la Meca y mueven armoniosamente los brazos y las manos mientras recitan la oración. Antes, se han lavado las manos, la cara y los pies. Cinco minutos después, terminan, se relajan un instante en el sofá y, tras una palmada, preparan la cena. ¿Qué es lo típico que se come ahora? «Me gusta insistir en esto: no hay una cultura islámica, el islam absorbe la cultura de la sociedad en la que vive. Cenamos lo normal, lo que se cenaría en cualquier casa de Granada. Esta noche, patatas asadas y pescado», detalla Omar.
La cena es a las nueve menos cinco aunque, en la última parte del Ramadán, será sobre las nueve y media, porque los días son cada vez más largos. Al ser tan cortas las noches, no da tiempo a otra comida hasta el amanecer, así que se levantan temprano, a las cinco de la mañana, y hacen un desayuno amplio: «Tostadas, leche, frutas, batidos, dátiles... Hay que aguantar el día», sonríe Omar, tras mirar a sus hijas. «Es raro todo esto. Pero también lo estamos disfrutando. Tenerlas aquí, aunque sea así, es alegría». Ellas pasan su Ramadán lejos de casa, como si fuera un ayuno de mamá. La recompensa será exponencial.
Hay un dicho del profeta, en el Corán: «El que da de romper a un ayunante tiene su misma recompensa sin quitarle nada al otro». Esa idea, la de compartir sin esperar nada a cambio, está muy presente durante el mes del Ramadán. Omar es miembro de Aljibe, una asociación cultural granadina que nació hace seis años para acompañar a los refugiados sirios que venían a la provincia. «Llevamos dos años haciendo reparto de lotes de comida para familias necesitadas, musulmanas o no, y comida preparada para la ruptura del ayuno», explica Omar. Aljibe cuenta con un piso donado en el que viven seis chicos tutelados, refugiados sin hogar venidos de Marruecos, Senegal, Costa de Marfil y Sierra Leona. «Una familia les acaba de dar una sorpresa y les ha preparado un auténtico festín para la ruptura del ayuno». Durante el Ramadán, la asociación reparte cada viernes lotes de comida para familias, principalmente en la Zona Norte. «El año pasado atendimos a 400 familias, la mitad musulmanas y las otras no, todas en condiciones de necesidad».
Aljibe ofrece acompañamiento, interpretación, clases de árabe y cultura islámica. Hace tres años, organizaron una ruptura del ayuno multitudinaria en el Triunfo, que provocó cierta polémica; por lo que trasladaron el evento al Palacio de Congresos. «Queríamos acercarlo a la sociedad granadina, con talleres para que se entendiera qué es el Ramadán».
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