LAURA SANTACRISTINA
Jueves, 6 de noviembre 2014, 01:13
Un aficionado a la arqueología industrial sentiría a partes iguales gozo y tristeza paseando junto a Francisco Rozúa por Láchar. Allí, en dos terrenos diferentes poblados de vegetación, el ya jubilado empresario, atesora la locomotora del primer metro que circuló por Madrid y uno de sus vagones; además también compró el autobús de línea que usó Juan Pablo II para entrar en Granada cuando el 'papamóvil' se averió en 1982. Sin embargo, estas tres piezas históricas se encuentran más cerca de convertirse en vestigios del pasado que de ser piezas de museo.
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Rozúa se enteró en 1987, por mediación de un ingeniero, de que el metro de Madrid iba a renovar la flota y deshacerse de las máquinas originales. Un buen día, su esposa le preguntó qué le iba a regalar por su cumpleaños y él, que ya barruntaba la idea, le contestó ni corto ni perezoso que un tren. Dicho y hecho. Tras dos años de gestiones y 3 millones de pesetas -entre comprarlo, traerlo y colocarlo-, el metro llegó a Láchar en 1990, antes que a ningún otro pueblo de España. Hay quien hace declaraciones de amor y quien, además, las envuelve con cuidado.
La locomotora, una M-1 eléctrica de 45.000 kilos, se utilizó primero en el suburbano de Londres durante 50 años y luego pasó a recorrer la -recién inaugurada en 1919 por Alfonso XIII- red de metro de Madrid. Ahora mismo está aparcada sobre sus propios raíles en un terreno de su propiedad que hay junto a la calle Real del municipio granadino. «Hicieron falta un convoy de cuatro vehículos -uno de ellos especial- y cuatro grúas para poder instalarlo aquí», recuerda el panadero ,quien, al poco tiempo, se hizo también con uno de los vagones. Este se encuentra ubicado en la loma de un cerro que también es de su propiedad a las afueras del municipio, cobijada entre imponentes chopos y flanqueada de palmeras y hiedra. Dentro de esa 'selva', Francisco atesora uno de los primeros autobuses que circularon por Granada, de la empresa Alsina Graells, que además de desplazar a vecinos también sirvió de medio de transporte al pontífice Juan Pablo II en su visita a la capital de 1982.
Las dificultades como impulso
«Yo quería crear un museo de arqueología industrial y grandes transportes», asegura el panadero y precisa que en esa misma época trató de comprar también un avión Boeing 747 que durante 30 años estuvo volando entre Barcelona y Japón. Sin embargo, esta última aventura se complicó, técnica y personalmente. El avión finalmente fue a parar a un país africano donde siguió viajando un tiempo más y él tuvo un accidente laboral que le amputó parte de una mano. El proceso de recuperación fue lento, molesto y doloroso, ya que le injertaron la parte amputada en el estómago durante meses hasta que pudieron volver a coserla a su extremidad.
Sin embargo, este hombre de sonrisa perenne y ágiles movimientos asegura que «las dificultades son un refresco» para él. Y es que de las máquinas de metro originales se percibe la estructura y poco más: «Duraron cinco años en buenas condiciones -dice-. Los grafiteros y otras personas se han dedicado a destrozarlos», confiesa mientras señala las pintadas y el interior de las máquinas completamente destruidos. «Les puse unas lonas para protegerlos y también se las llevaron». Sin embargo, anuncia que una de sus hijas -es padre de siete más- quiere restaurarlos y conservarlos. «Todos los asuntos difíciles, estudiando se vuelven fáciles», afirma mientras detiene su paso y se planta como si quisiera sembrar también sus palabras allí. No en vano es ejemplo de ello ya que tras su jubilación ha cursado cinco años de Bellas Artes, tres de derecho y «decenas de asignaturas optativas de otras carreras».
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Francisco ha estado gobernado por un espíritu emprendedor y poblado de originalidad. Convirtió el pequeño horno de su madre, donde tenía cuatro empleados, en una de las industrias panaderas más importantes de la capital y la Vega. De hecho, señala que estuvo en la UGR dando una conferencia sobre «cómo ganar a la competencia cobrando más». Él lo hizo regalando macetas con cada bolsa de pan de molde que compraba un cliente. Sin embargo, al margen de los negocios, no ha parado de tener ideas: «Las cosas se te ocurren y tienes que hacerlas en ese momento, si no, ya pierden el sentido». Se refiere al proyecto de levantar un castillo «con mazmorras y pasadizos» en el mismo cerro donde ahora están ubicados el vagón de metro y el autobús. O aquel de crear una fundición de espadas de acero como las toledanas. «Me hubiera gustado que esto hubiera sido un parque público donde la gente del pueblo pudiera disfrutar del entorno y el museo», relata el vecino de Láchar. Soñador, romántico y emprendedor.
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