![«Perder la ayuda significaría tener que marcharme de mi pueblo»](https://s3.ppllstatics.com/ideal/www/pre2017/multimedia/noticias/201701/08/media/cortadas/107316303-kgWH-U2111865133905JF-575x323@Ideal.jpg)
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Laura Gautier
Domingo, 22 de enero 2017, 01:26
Cuenta la gente de Albuñol que la famosa serie de televisión 'Mar de plástico' escogió esta localidad costera de casi 7.000 habitantes para rodar mucha de sus escenas. Aquí, una enorme lengua de invernaderos dibuja el camino entre el pueblo y la playa, dejando constancia de que es esta la actividad económica que vertebra y sustenta la zona. Pero las historias que transcurren entre estos cultivos no tienen nada que ver con casos de misterio o de asesinato, sino con trabajo. O más bien sobre cómo conseguirlo.
Más de 360 personas, según los datos que baraja el Ayuntamiento de la localidad, pidieron durante el pasado mes de diciembre acogerse a las ayudas del PFEA, una prestación que en esta localidad solicitan sobre todo los inmigrantes que trabajan bajo plástico recogiendo productos como el tomate cherry. Con ella, los trabajadores consiguen entre 15 días y dos meses de trabajo que, en Albuñol dedican a arreglar calles, cauces y llevar a cabo otras obras de mejora que les permite completar las jornadas de trabajo necesarias para solicitar el subsidio agrario, que asciende a un total de 426 euros y que se cobra durante un máximo de seis meses.
En muchos casos, la seguridad de contar con este trabajo temporal y, por tanto, aspirar a solicitar ese subsidio implica la garantía de poder sacar una casa o la familia adelante, pero también la tranquilidad de seguir viviendo en el pueblo. Ése es el caso de Rubén, que con apenas 25 años ya lleva cuatro completando las jornadas de trabajo necesarias con los «arreglillos» que le salen en el Ayuntamiento de Rubite con el PFEA, cuya idea era emplear este año a un total de 14 personas.
«Si echas 15 o 20 días pues ya es algo que tienes. Con eso puedo pedir el subsidio y puedo vivir», cuenta este joven que vive con su abuela y que mira la posibilidad de quedarse sin esta opción con miedo. «Para mí, perder esa ayuda significaría tener que marcharme de mi pueblo. ¿Qué podría hacer aquí si no?».
Y es que en esta localidad escondida entre montañas en la que apenas quedan alrededor de 450 personas, se sobrevive básicamente gracias a la agricultura que, según cuenta Rubén, tampoco da para mucho. Este callejón sin salida supone un lastre para que las nuevas generaciones consigan empleo y estabilidad para quedarse. «Los pocos jóvenes que vivimos aquí nos dedicamos al campo, pero éste es un campo muy pobre que no da para todo el año. Apenas tenemos los dos meses de verano para la recogida de la almendra y eso no te da para vivir por mucho que quieras».
También en el terreno de la incertidumbre se mueve Natalia Rodríguez, que lleva cinco años trabajando durante 15 días con el PFEA como peón, «o haciendo lo que haga falta», mientras busca debajo de las piedras jornales en el campo. «Lo que hacen los hombres, lo hago yo. Me muevo por donde sea», resume con soltura y determinación esta mujer que saca adelante su casa con el subsidio agrario que le traen los trabajos municipales del antiguo PER y una pequeña pensión que le ha quedado a su marido después de haber sufrido un accidente. «Con esos 426 euros de ayuda comíamos y llevábamos todo para adelante pero, si ahora me quitan el PER, ¿entonces qué hago?». «Si ya de por sí es complicado echar jornales, si me quitan esos 15 días la verdad es que no sé cómo lo voy a hacer», resume contrariada.
Daniel, por su parte lleva ya tres años trabajando en Rubite como oficial de primera, también con el PFEA. Lo hace durante dos meses al año, momento en el que arregla calles o incluso realiza remodelaciones en sistemas de saneamiento del agua. Para él, perder estos dos meses también traería como consecuencia la pérdida del subsidio agrario, que consigue cobrar durante seis meses. La noticia de que es posible que este año se quede sin este tiempo de trabajo ha sido toda una sorpresa, ya que contaba con esa cantidad para engordar el poco dinero que entra en casa gracias al sueldo de su mujer, que desempeña su labor en el servicio de ayuda a domicilio de la localidad. «Me tengo que buscar la vida porque también tengo un hijo pequeño de seis años. Para mí, desde luego, perder esa posibilidad sería una faena».
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