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PEPE MORENO
Sábado, 15 de enero 2022, 00:36
Un perro que ladra porque no está acostumbrado a ver extraños. Un gato toma el sol encima del único coche que hay aparcado. El Ayuntamiento cerrado, el consultorio médico cerrado y el bar cerrado. Este es el panorama que hay en Cástaras, el que ha sido el último fortín de Granada en sucumbir al coronavirus.
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Hasta este viernes, se trataba del único municipio de la provincia que no había registrado ningún contagio por covid desde que empezó la pandemia. Los castareños han tardado casi dos años en ver un positivo entre sus vecinos desde que se detectara el primer caso en España.
Las poco más de 200 personas que hay censadas en Cástaras, aunque en invierno viven unas 30, han resistido seis olas de la pandemia y distintas variantes hasta que el único bastión que tenía Granada ha caído.
Juan, un profesor de secundaria y aficionado a la pintura que disfruta en Cástaras de su retiro de jubilado pone en valor este punto de la provincia a más de 1.000 metros de altitud y con orientación sur. «Los que hemos estado aquí en tiempos de covid hemos sido unos afortunados. Por los contagios y por la tranquilidad que da el pueblo», confiesa.
«El estilo de vida aquí es como el de los jubilados. Los que estamos más ágiles vamos del huerto a casa y de casa al huerto. A la buena vida», dice con felicidad Juan, que en el año 2.000 descubrió Cástaras y se enamoró para siempre del lugar y su paisaje pictórico.
A las doce del mediodía una furgoneta blanca toca la bocina mientras baja la cuesta que llega a la plaza principal del pueblo, la de la iglesia. Es el pescadero, que viene a vender el género. Acuden todos los fieles que escuchan la llamada. Son tres personas.
Uno de los que sale de su vivienda es Francisco, que ronda los cincuenta años y confiesa ser uno de los más jóvenes del pueblo. «El secreto de Cástaras es la distancia que tenemos con Granada y que casi no hay gente», subraya este vecino, que tras 20 años viviendo en la capital ha dedido volver al pueblo porque «está en la gloria con su huerto y sus gallinas».
Hubo dos momentos críticos en el municipio. El primero fue en verano, cuando familias que emigraron a distintos puntos de España vuelven para reencontrase con sus raíces. El otro durante esta Navidad, cuando las familias se juntan en el pueblo o en Granada capital. Ha podido ser este el 'talón de Aquiles' para registrar su primer positivo.
La tranquilidad es la mayor virtud de este municipio. A muchos granadinos les costaría adaptarse a este estilo de vida, pero durante el confinamiento, los castareños fueron unos privilegiados. «Por aquí hemos tenido algo más de libertad que en Granada. La gente salía en primavera a la plaza, manteniendo la distancia de seguridad, e iba a sus respectivos huertos para plantar los productos de la temporada», dice el ya jubilado Juan, que confiesa que si pasaba la Guardia Civil -que lo hacía- llamaba la atención a quien viese en la calle.
Cástaras ha puesto este viernes fin a su resistencia no armada contra el virus. La alcadesa del municipio castereño, Yolanda Cervilla, se alegra de haber sido el último pueblo en 'caer', pero ya vaticinaba los hechos. «Los positivos ya se veían cercanos, empezábamos a conocer gente que ha pasado la covid», subraya la regidora. Y es que pueblos cercanos como Almegíjar o Torvizcón ya registraban positivos desde hace tiempo.
Cervilla coincide con sus ciudadanos a la hora de desvelar el secreto que ha hecho de Cástaras la última fortaleza contra la covid de Granada. «La gente se cuida mucho, guarda la distancia de seguridad, somos pocos habitantes y se hace vida al aire libre», subraya. Una proeza, la de aguantar casi dos años, de la que pocos pueden presumir en estos tiempos.
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Inés Gallastegui | Granada
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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