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El ermitaño de San Blas de Dúrcal, Vicente Urquízar, junto a la imagen de San Blas. Ideal
La ermita de San Blas de un pueblo de Granada es custodiada por un vecino desde hace décadas

La ermita de San Blas de un pueblo de Granada es custodiada por un vecino desde hace décadas

Vicente Urquízas cuida y da a conocer la ermita consagrada al patrón de Dúrcal, edificada hace 577 años a las afueras de la localidad

Viernes, 17 de enero 2025, 12:31

Un vecino de Dúrcal de 68 años de edad, Vicente Urquízar Jiménez, se convirtió en el ermitaño de San Blas hace 29 años. Vicente y su mujer Mercedes residen en la vivienda contigua y perteneciente al recinto religioso. La misión de Vicente es custodiar la ermita de San Blas, enseñarla y tenerla en perfectas condiciones. Muchísima gente de Dúrcal y otros lugares de España visitan el recinto religioso a lo largo del año. Fray Leopoldo la frecuentó muchas veces cuando acudía a Dúrcal para pedir limosna. Esta ermita ha sido restaurada varias veces durante sus 577 años de vida. Dúrcal se prepara para celebrar sus famosas fiestas patronales en honor a San Blas y a la Virgen del Carmen los días 31 de enero y 1, 2 y 3 de febrero.

Hace años la por entonces ermitaña de San Blas, Trinidad, encontró en la ermita una loza de cerámica con la fecha de la construcción de la ermita que data del año 1448. En este recinto se encuentra también, entre otras esculturas, la imagen de San Isidro Labrador. En 1778 era ermitaño Manuel López. Él atendía también otras ermitas del Valle de Lecrín. En 1919 la ermita de Dúrcal fue utilizada como hospital de campaña durante una gran epidemia de tifus. Desde tiempos inmemoriales ha habido ermitaños y ermitañas de San Blas en Dúrcal. La imagen de San Blas ha sido restaurada hace unos años. San Blas bendito fue médico, obispo y mártir. El nombre de Blas significa 'arma de la divinidad'.

Un año más renacerá en Dúrcal la tradición existente de guardar celosamente un pequeño lazo rojo bendecido en la iglesia por el párroco y pasado por la venerada imagen de San Blas para, en caso de enfermedad de garganta, principalmente, colocarlo en el cuello y así poder sanar más pronto. San Blas es también el patrón de los tejedores y los zapateros. A las fiestas de San Blas de Dúrcal acuden muchas personas de otros lugares para hacer alguna rogativa o para darle las gracias por los favores concedidos. La ermita de San Blas fue edificada a las afueras del pueblo, junto al viejo camino romano de herradura que conducía desde Granada capital a La Alpujarra y la Costa. Por eso tiene su puerta principal mirando hacía la vieja calzada. Años más tarde, en tiempos de Isabel II, fue construida la nueva carretera que pasa por la parte de atrás del recinto religioso.

San Blas impidió hace años que las aguas de una tremenda tormenta inundara parte del casco urbano de Dúrcal y que se incendiara el camión de un transportista, cosario y recadero de Lanjarón, llamado Juan Reyes. A primeros del pasado siglo, Juan Reyes, cuando desde Granada capital estaba subiendo por la carretera cercana a la ermita de San Blas de Dúrcal, su camión cargado con diferentes artículos empezó a arder. Juan Reyes, alarmado, dirigió la vista a la ermita y pidió encarecidamente al San Blas encontrar agua con la que apagar las llamas. Y cuentan que, en ese momento, empezó a llegar agua por la cuneta y por si fuera poco vio aparecer por el caudal dos cubos.

Y gracias a ello, y a los hombres que se acercaron a ayudarlo, el cosario de Lanjarón pudo así apagar el fuego, y desde entonces y hasta su muerte visitó la ermita y las fiestas de San Blas. Cuando desde Granada capital marchaba a Lanjarón y atravesaba el pueblo de Dúrcal, Reyes, paraba su vehículo en el pequeño anchurón de la casa de David Fernández y Carmen López, y se acercaba a ver a unos de sus grandes amigos, el propietario del 'Bar Escámez' donde Mariana, su esposa, elaboraba deliciosas tapas y mantenía el establecimiento muy limpio y decoroso

Blas Jesús de Órtas (hijo de la recordada Carmelilla y nieto de 'Juanillo el Loco') es uno de los encargados de repartir a los vecinos de Dúrcal y de otros pueblos miles de lazos bendecidos por el sacerdote y pasados por las manos de la imagen de San Blas. Otra leyenda dice también que en una ocasión, llovía a cántaros sobre Dúrcal. Tanto, que se desbordó el Barranco Porras. Los vecinos temieron que el fuerte caudal destrozara parte de sus viviendas y fincas. Algunos lugareños se armaron de valor y con picos, azadones y palas quisieron desviar las aguas por encima de la barriada del Darrón, junto al camino real de Nigüelas, pero se quedaron de piedra a ver a un misterioso hombre vestido de obispo que dirigía con la mano derecha el agua a otro cauce menos peligroso que va a parar al paraje rural de 'La Posma'.

Aquel hombre, como por arte de magia desapareció al instante y enseguida apareció el sol radiante. Aquellas personas vieron en aquel milagro la mano de San Blas y recorriendo un corto camino de herradura se dirigieron hacia la ermita y tras pedir permiso a sus ermitaños y entrar en ella comprobaron que la vestimenta de la imagen del Santo estaba completamente empapada en agua. Los lugareños miraron al techo y por las paredes y se percataron de que no existían grietas ni gotera alguna. En 1992, la ermitaña Trini (fallecida) y su esposo José 'El Pauleño' encontraron una vieja placa de cerámica cuando se reparaba un tabique de la ermita que dice la fecha de terminación de la misma: 1448. Uno de los mantos que lleva San Blas se lo regaló doña Gloria, esposa del teniente general Alberto Serrano Montaner. Este matrimonio está enterrado en el cementerio de Dúrcal.

Fray Leopoldo de Alpandeire solía acercarse a rezar a la ermita de San Blas cuando visitaba Dúrcal y Nigüelas para pedir limosna. El santo fraile era muy querido y respetado en Dúrcal y el viaje lo realizaba, principalmente, en el tranvía. Dorotea Padial (ya fallecida) heredó de su madre Ana Morales un rosario que se lo había regalado Fray Leopoldo. Una vez estando Fray Leopoldo en Dúrcal, visitó la mansión del marqués de Campo Hermoso para pedir limosna. Entonces -según el ilustre profesor, escritor, pintor, historiador… Antonio Serrano- al darse cuenta el marqués de que el fraile de Alpandeire tenía fiebre y no se encontraba bien, le dijo que se quedase en su morada hasta que curase. El encargado de sanarlo en tres días fue el generoso médico local don Evaristo Pérez Carrillo. Este facultativo sufría ataques de epilepsia. Y un día se acordó del fraile estando todavía vivo, y le dijo «Fray Leopoldo, yo te curé, y tu me tienes que curar a mi», y desde entonces no sufrió más ataques.

Antiguamente los mayores tenían por costumbre decir: «todos los días comemos pan y cebolla y en el día de San Blas una buena olla». En aquella época se solía sacrificar el mejor gallo casero para cocinarlo con arroz o hacerlo en pepitoria para las fiestas de San Blas. La gente se lo pasaba a lo grande asistiendo a los sermones y a las procesiones de San Blas y la Virgen del Carmen. Muchos matrimonios y parejas de novios a pesar del frío, bailaban en la plaza. En las casas se solían degustar también pestiños, roscos y otros productos caseros acompañados de copitas de aguardiente y vino mosto del terruño.

Nació San Blas en Sebaste, ciudad de Armenia, en la segunda mitad del siglo III, de padres nobles y honrados, que inculcaron máximas saludables. Por naturaleza era dulce, modesto, prudente y honesto de costumbres, llamaba la atención del pueblo. Deseosos sus padres de que fuese no sólo de conciencia recta pero también hombre útil al estado, le procuraron sólida instrucción filosófica, en la que salió tan consumado, que era la admiración de los sabios.

Cuentan que uno de los milagros llevados a cabo por San Blas cuando lo trasladaban desde Monte Argeo a la cárcel de Sebaste fue el siguiente: una mujer de las cercanías tenía un hijo único que, al comer pescado, se tragó una espina con tan mala suerte que vino a quedar atravesada en la garganta. El niño iba a morir y la madre, loca de dolor, no sabía ya que hacer. En esta coyuntura acertó a pasar por allí San Blas y, enterada la madre de los milagros que obraba, tomó al niño en sus brazos, corrió en busca de San Blas y, llena el alma de fe, colocó a sus pies al niño, rogándole con lágrimas que lo curara. Enternecido San Blas hasta las entrañas, impuso las manos al enfermo, hizo la señal de la cruz en la garganta y suplicó a Nuestro Señor que diera salud al pobre niño. El niño quedó curado inmediatamente.

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