El valderrubiense José Pérez Rodríguez, con su obra. A. Arenas

La evolución de los secaderos de tabaco de Granada contada con diez maquetas

Un vecino de Valderrubio ha reproducido en los últimos meses estas construcciones típicas de la Vega de Granada

Antonio Arenas

Granada

Lunes, 5 de junio 2023, 00:17

Cuenta el valderrubiense José Pérez Rodríguez, Pepito, de Amor, pues así se llamaba su madre y es conocido por sus paisanos, que su gran secadero cuyo solar con patio incluido ocupa unos 500 metros cuadrados, «casi como el Patio de los Leones lo que equivale ... a un marjal de tierra en la Vega granadina». Construcción en cuyo interior y exterior no queda apenas hueco pues a lo largo de décadas ha ido ocupando suelo, paredes y techo con miles de aperos agrícolas, antigüedades y todo tipo de herramientas de los más variados oficios y quehaceres domésticos que ha heredado de sus abuelos o le han regalado sus paisanos a sabiendas de su interés. Lo último que ha hecho para ocupar su tiempo libre ha sido la construcción de diez maquetas con las que se puede ver la evolución del cultivo del tabaco en Valderrubio, y por ende, en la Vega de Granada.

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«Empecé un día sin pensar, allá por el mes de los Santos, tras hablar con unos vecinos, sobre cómo comenzó el tabaco aquí. A raíz de eso pensé en cómo contar la evolución desde que no había ni secaderos ni nada», explica de una época en la que se empezó a colgar las hojas de tabaco utilizando palos o cuerdas entre los chopos, tal y como reproduce la primera maqueta. «Mientras estaba verde y pesaba no pasaba nada, el problema era cuando se secaba y corría aire por lo que se movía y las hojas se rompían», añade. Estima que esto ocurría hacia los años 20 del siglo pasado, antes de la Guerra Civil, siendo por entonces cuando llegó el cultivo del tabaco a la vega de Valderrubio y que tras el lógico parón de los años de contienda se iniciaría «el boom del tabaco», primero el tabaco negro y años después el tabaco rubio cuyo proceso de secado, «varia el cien por cien y tiene muchísimo trabajo».

Una de las maquetas. A. Arenas

En la segunda de las maquetas los chopos los ha sustituido por entre otro tipo de arbolado como hacía un primo suyo, entre un nogal y un cerezo. Después lo harían con cuatro horcones, un palo con forma de Y, que se colocaban sobre unas piedras para evitar la humedad del suelo. A estos antecedentes de los secaderos explica que se les conocía con el nombre de garibolo que para evitar que fueran derribados por el aire cada vez se construyeron más a conciencia y que serían sustituidos por los chozones, que contaban con una especie de ventanas plegables que permitían su apertura para que entrara el aire. Con el tiempo estos evolucionaría a otro tipo de chozones construidos con maderas y tablas de los chopos que ya contaban con una techumbre fabricada con bidones de alquitrán viejos. Después se comenzaría a construir con ladrillo que contaban con chimeneas para facilitar las corrientes de aire y el secado más rápido. También con ventanas de celosías de ladrillo, más tarde de hierro. Llegado a este punto recuerda que las compañías americanas les obligaron a que delante de las ventanas colocasen unas chapas correderas que les permitiese controlar el aire y la temperatura siendo necesario abrir y cerrar todos diariamente por la mañana, al mediodía y por la tarde.

Antes de pasar a explicar las maquetas dedicadas al tabaco rubio Pepe nos muestra un plano de los más de 30 secaderos que había en Valderrubio, con su localización y nombre del propietario. Igualmente enmarcado un dibujo con hojas secas, flores y semillas de tabaco y de cómo estas se sembraban en las «joyas» distribuidas en los semilleros. Semillas diminutas que se mezclaban con tierra de color o ceniza para saber por dónde se había sembrado. Después durante un mes había que estar regando estas «joyas», para que estuviera siempre húmedas. Cuando crecía había que ir dos veces en semana a quitarle las hojas que se llevaban al secadero para hacer los listones, palos con hojas de tabaco, en tanto que los troncos se aprovechaban en las lumbre de las casas para cocinar y calentarse.

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Seguidamente explica que el tabaco rubio se secaba con fuego para lo que los secaderos, como se aprecia perfectamente en su maqueta, estaban dotados de unos hornos en los que se quemaba leña que podían estar tres días ardiendo dependiendo del tipo de tabaco o de la prisa del dueño. Ello hacía imprescindible que un hombre estuviera pendiente exclusivamente del control de la temperatura del secadero. «Primero se metía el listón y se dejaba abierto para que 'sudara' un poco, luego se metía un poco de calor, se cortaba y luego se volvía a meter más calor hasta que se secaba la hoja y la brizna. Todo ello con mucho cuidado pues si una hoja seca caía sobre un tubo de los que había en el suelo podía arder el secadero», de lo cual fue testigo en alguna ocasión. Secaderos éstos dotados de una doble puerta para evitar las corrientes de aire y con un bidón con agua para meter humedad, además de unas ventanas inferiores y superiores. Una vez enfriado el secadero se sacaban los listones y se llevabas a las checas, habitáculos con suelo de arena- donde se vertía agua para aportar humedad. Próxima a las checas estaba la habitación donde «entraban las mujeres de noche y salían de noche» clasificando las hojas para hacer «las manillas y los fardos», listos para enviar a la fábricas donde se picaba y liaba el tabaco.

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