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JESÚS LENS
Granada
Viernes, 9 de agosto 2019, 16:30
Pasan unos minutos de las doce de la mañana y salimos a la luz después de estar una hora sumergidos en la penumbra de la cueva de las Ventanas, uno de los monumentos naturales más espectaculares que tenemos en la provincia de Granada. Y ... de los más populares y conocidos. Y aprovechados.
Aunque no se lo crean, da gusto volver a sentir el calor del exterior, que dentro de la cueva hacía fresco por demás. Durante unos minutos, la blanca piel con topos negros de inspiración troglodita que cubre mi cuerpo me ha venido de lujo: quienes sólo visten camiseta, se han quedado helados. Ventajas que tiene esto mimetizarse con el entorno y practicar el célebre 'allá donde fueres…'.
Se celebra el Día de la Prehistoria en la localidad de Píñar y el ayuntamiento ha preparado una amplia batería de actividades para el disfrute de los niños… y de los menos niños, que el concepto de fiesta popular alcanza su más acabada expresión en un pueblo donde la inmensa mayoría de sus vecinos se visten de troglodita para darle color a una jornada divertida y lúdica, pero también formativa.
Vengo con Alfredo Aguilar, autor del reportaje fotográfico que acompaña este texto, natural de Píñar. Nada más entrar al bar Cuenca, junto a la plaza del pueblo, comienza a saludar afectuosamente a amigos y antiguos vecinos. Tras los abrazos y alharacas, preguntamos: ¿y aquí, qué se hace hoy? Los paisanos nos mandan a pertrecharnos al ayuntamiento. Por una parte, cambiamos un puñado de euros en moneda prehistórica, toscamente fabricada en piedra, pero de curso legal… por un día. De inmediato bajamos al taller de corte y confección donde se fabrican los vestidos prehistóricos que luce el vecindario. Las máquinas Singer —o sus antecesoras prehistóricas—no dejan de producir diferentes piezas de pret a porter troglodita.
Se me plantea una duda: ¿me quedo como testigo de los acontecimientos o me convierto en actor? Cinco minutos después, la cuestión está resuelta: luzco un flamante traje prehistórico que colabora a que me ponga en situación. Eso sí: no cedo al consejo de mi sastre, que me plantea cortar un trozo de piel 'y sacar una teta al aire, luciendo al natural la mitad del torso'. Mi capacidad de integración tiene un límite…
Silvia Villalta, teniente de alcalde y concejala de fiestas nos cuenta que se espera la visita de más de 1000 personas en una fiesta que se viene celebrando desde hace unos 10 años y que atrae a gente de toda España.
Para subir a la cueva de las Ventanas, primera parada del día, nos montamos en un tren conducido por Miguel, uno de los conductores habituales de un vehículo que funciona todo el año, para deleite de los escolares que lo utilizan durante el curso lectivo. Los talleres que organiza la granja escuela El Castillo se han convertido en unos de los más demandados por los profesores de los colegios granadinos, dado que el alumnado aprende a tallar sus propias herramientas de sílex, a hacer abalorios y pinturas rupestres con pigmentos naturales… Miguel y sus compañeros 'ferroviarios' van a hacer hoy unos 20 viajes de tren. Y están contentos por el revulsivo que la cueva ha significado para el pueblo.
La primera parte de la visita al interior de la cueva cuenta con figurantes perfectamente integrados en el paisaje. Los chavalitos disfrutan de lo lindo, como si se encontraran en mitad de una película. A medida que nos internamos en las profundidades de la tierra y desaparecen las figuras humanas, solo quedan las reproducciones de momias y ajuares funerarios. 'Mamá, me están entrando escalofríos', reconoce un pequeñuelo, mientras se ajusta las gafas para ver mejor.
Estalctitas, estalacmitas, columnas, sumideros y, al final de la cueva, en todo lo hondo, un sensacional auditorio. ¡Qué sensación tiene que ser escuchar un concierto allí dentro!
Tras salir a la superficie, volvemos a la plaza del pueblo, que rebosa de gente. Los talleres están a pleno rendimiento y una trogloband comienza a hacer sonar sus instrumentos, metiéndole ritmo a la mañana.
Nos acercamos al mercado y, aunque tenemos nuestra moneda de curso oficial en la faltriquera, tratamos de negociar a la antigua usanza, tirando de trueque. Dulce, Adoración, Maria Eulalia, Maria Angustias y Maria del Mar son las cinco mujeres que conforman la asociación Al-Mandari, artistas del reciclaje que lo mismo trabajan con vidrio, lata o tejas viejas. Me quiero llevar un bolso de piel que hace juego con mi flamante vestido prehistórico y un colgante de piedra, pero no tengo nada interesante para dar a cambio. Terminamos llegando a un acuerdo satisfactorio para ambas partes —5 euros de los de toda la vida— y, sobre todo, terminamos echando unas risas.
El grafitero 13ALC se ha reconvertido en artista rupestre y, con sus rastas al viento, le está dando vida artística a un fiero y enorme tigre de dientes de sable mientras la gente, a modo de ceremonia chamánica, baila a su alrededor. La chavalería se arracima detrás de él y alucina con el realismo evocador de su espectacular creación.
Visitamos otros dos talleres de primitivos artesanos donde nuestros antepasados por un día se dan más maña que fuerza: los de cestería y alfarería. A los chavalines les encanta meter las manos en el barro y fabricar vasos y vasijas. Los menos avezados optan por hacer platos, más fáciles de rematar. Canastos, paneras y otros utensilios surgen del arte de trenzar plantas. Hoy, las manos sirven para muchas cosas más que para teclear con el móvil, grabar audios y hacerse selfis.
Nos acercamos al mediodía y empieza a haber gusa. Pero la vida en la prehistoria no es fácil. ¡Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que se cocinaba en una vitrocerámica o en una hornilla de butano! En Píñar, hoy, para preparar las tapas trogloditas hay que empezar por encender el fuego. Y el fuego, antes del tiempo de las cerillas y los mecheros, se encendía por frotamiento.
El máster del fuego, el señor de las llamas, es Celedonio. Un artista, sí señor. Hasta el punto de que le llamaron del programa televisivo Supervivientes para que enseñara a los concursantes cómo encender el fuego por medios tradicionales, de forma que no se murieran de hambre en la isla de sus desvelos.
Celedonio ha creado escuela y es uno de sus discípulos, Antonio, quien nos demuestra cómo encender una barbacoa sin pastillas de gasolina: un instrumento en forma de arco, madera seca, hierba más seca aún, algo de paciencia y mucha maña consiguen prender una hoguera digna de San Juan.
De hecho, el propio Celedonio fue el inventor de esta festividad troglodita: en Píñar tenían una cueva magnífica y accesible a todos los públicos, sin barreras arquitectónicas. Una cueva habitada desde hace 20.000 años en la que todas las culturas han dejado su impronta. Tenían imaginación y empeño en darla a conocer, pero el pueblo no tenía mucho dinero para publicidad.
—¿Y si hacemos una fiesta sobre la prehistoria para animar a la gente a que venga a conocer la cueva?
A pesar de que algunos no le pronosticaron éxito y continuidad a la celebración, aquí estamos hoy, años después, pasándolo en grande gracias a la idea de Celedonio.
Es mediodía. Toca ir despidiéndose. Paramos en casa Pepín y nos tomamos un par de cañas heladas con sendas tapas prehistóricas: pollo a la brasa y una morcilla picante que quita el hipo. Mientras volvemos a Granada, la fiesta continúa en Píñar, entre la piscina, una batucada y la gran fiesta nocturna. ¡Salud, amigos trogloditas!
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