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Sandra Martínez
Martes, 7 de febrero 2023, 00:14
A sus cien años y dos meses, José todavía recuerda el día en el que salió a bailar con su mujer, Dolores. Esa misma tarde, se hicieron novios. Poco después, se casaron y así, hasta el día de hoy. Más de 80 años después, siguen juntos y viven en la misma casa en la que criaron a sus dos hijos y donde han disfrutado de sus seis nietos y ocho bisnietos.
Aunque se conocían de toda la vida, como es costumbre en los pueblos, no se hicieron novios hasta la adolescencia. «Me la llevé y a los dos meses nos casamos», explica haciendo referencia a la forma en la que antiguamente una pareja de novios se escapaba para, posteriormente, pedirse en matrimonio. Alejados de lujos, recuerda cómo las bodas de la mayoría de la gente del pueblo consistían en hacer una olla de arroz o algún guisado y compartirlo con toda la familia, porque lo importante era el amor y la unión. «Teniendo lo esencial, no hacía falta nada más», expresa sobre una historia de amor que sigue viva casi 80 años después.
Las fotos de graduaciones y bodas adornan el interior de la vivienda, mientras que José relata cómo fue su vida. «Mis hermanos y yo nos criamos en un cortijo de aquí del pueblo y empezamos a trabajar en el campo a los 10 o 12 años», una labor que siguió realizando y que le permitió alimentar a sus hijos siempre con la ayuda de su esposa.
La memoria de José y Dolores todavía les permite vislumbrar los bailes en las verbenas durante las conocidas fiestas de San Cayetano en el pueblo y los pasodobles que entonaban en las casas de amigos cada uno con sus parejas. «Había una unidad y una vida en el pueblo que no se ha vuelto a ver», añade. Entre el sonido de las guitarras y las bandurrias, conquistaban a la que querían que fuese su novia, un estilo de vida que a José le sorprende que ya ni exista ni se deje ver entre los jóvenes.
Más de 7.000 personas habitaban entonces en el municipio, compuesto también por otros ocho anejos –Rambla de Valdiquín, Cenascuras, Las Viñas, Las Juntas, Royo del Serval, Estación de Gorafe y Los Corrales–, a día de casi vacíos. «Nos juntábamos jóvenes de todos los puntos y así pasábamos los veranos. Ahora no queda ni una cuarta parte de lo que fuimos», expresa José. Una vida que, como indica con nostalgia, se ha transformado en otra muy diferente, en la que ya las familias están esparcidas. «Los hijos acaban en una ciudad y los nietos en otra. Antes estábamos todos en el pueblo y eso hacía que tuviésemos mucha más unidad», aclara.
Dolores y José también conocieron grandes señas de identidad del pueblo, como el palacio del Duque de Gor, derribado tras la Guerra Civil. De esa época recuerdan ver cómo los maquis se escondían entre las montañas de los alrededores. Nunca faltaron tampoco a los conocidos encierros de Gor, una tradición de 400 años.
El pasado diciembre, José celebró su cien cumpleaños junto a toda su familia en Gor, una cifra redonda que, según el protagonista, se esconde detrás de una vida dominada prácticamente por la ausencia de alcohol –tan solo alguna copa de vino o aguardiente de vez en cuando– y una alimentación basada en productos frescos de la tierra y carnes picantes típicas de Gor que ellos mismos producían. «La familia entera se alimentaba buena parte del año con lo que sacábamos de las matanzas», asegura su hija Carmela, que también vivía la tradición junto a sus padres. «Y nada de platos, comíamos todos de la misma sartén», añade.
Al calor de la chimenea, Dolores, cerca de los 100 años también, después de una vida entera dedicada a ser ama de casa y tejer para sus hijos y nietos, celebra con alegría todo el tiempo que lleva casada con José. «Aquí seguiremos los dos juntos los años que nos queden», sentencia.
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María Díaz y Álex Sánchez
Carlos Valdemoros | Granada y Camilo Álvarez | Granada
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