Una visita fortuita a Ferreira hizo que Juan Carlos García observase los restos de una antigua construcción en la ladera del municipio. La curiosidad le llevó a preguntar por ella a algunos vecinos y a adentrarse en el terreno, hasta que descubrió que se trataba ... de un molino harinero medieval conocido por todos los residentes de la localidad. «Fue amor a primera vista», reconoce. En ese mismo instante, empezó a trabajar en su adquisición y recuperación para convertirlo en vivienda. «La gente del pueblo me decía que nadie estaba interesado en hacerse cargo de las instalaciones, pero en cuanto lo vi, supe que era la reforma en la que quería trabajar porque, además, se encontraba en el Marquesado del Zenete, una de las zonas donde siempre había querido tener un hogar», explica. Arquitecto de profesión, su afán por recuperar la historia y los edificios seña de identidad de los pueblos de la España vaciada fue, precisamente, lo que le llevó a rehabilitar el molino y a mantener cada uno de los elementos que lo componían para no perder su esencia.
Publicidad
El sonido del agua de una acequia completa una espectacular decoración en la que un enorme engranaje en el que se trataban los cereales conforma la mesa del salón porque, como Juan Carlos indica, «no se podía desaprovechar una maravilla de este tipo». Cuando uno cree que no había nada más singular en su estructura, descubre que el aparcamiento de su coche es un mirador -que él mismo desarrolló y que es visitado por turistas y vecinos de Ferreira- hacia la cara oculta de Sierra Nevada. Pequeños lujos naturales al alcance de muy pocos que hacen que el lugar sea aún más especial.
La infraestructura mantiene el mismo sistema constructivo, aunque se encuentra modernizado para poder vivir. El conocido «Molino de San Antonio», por la imagen que guarda en un rincón justo al lado de la puerta, representa la arquitectura tradicional de Ferreira y todavía, después de 500 años, posee sus originales vigas de madera, la launa de los terrados y la piedra. La instalación tiene también intactas las cuadras en las que se hospedaban los animales e incluso una pequeña habitación en la que residía el encargado de su cuidado junto a estos. A ello se le unen objetos y utensilios propiedad de los encargados del molino expuestos en las estanterías a modo de museo de lo que un día fue la vivienda. «No podemos olvidar a quienes vivieron en él y forman parte de su historia». Una pequeña alberca y diversos cultivos completan el molino nazarí que se ubica a las afueras de Ferreira y que Juan Carlos y su familia tienen como segunda vivienda, aunque también lo ofrecen con posibilidad de alquiler.
La tradición de este pintoresco espacio en Ferreira hacía que sus habitantes se desplazaran hasta el molino de San Antonio para ver la imagen que todavía hoy se conserva en una pequeña hornacina en la parte superior de su fachada principal para hacer ruegos y peticiones. Este era, además, muy querido en el pueblo porque en sus tierras se reunían las mujeres para lavar y coger agua por la acequia que todavía hoy se conserva en él. «Todos los vecinos sabían de su existencia y muchos todavía guardan recuerdos en él», expresa Juan Carlos, el mismo que devolvió la vida al molino de San Antonio y que hizo que su historia volviera para quedarse.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
El Diario Montañés
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.