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Antonia, Francisco, Rafaela, Gabriel, Paco 'el Capirote' y Pepe 'el Negro' posan en una de las plazas que hay en el Chaparral. Jorge Pastor

Los primeros del Chaparral

Los colonos más longevos celebran los 60 años del poblado que surgió tras el terremoto de Albolote | Aquel pequeño pueblo de 300 habitantes mira al futuro con la expectativa de alcanzar los 5.000 vecinos a la vuelta de diez años

Jorge Pastor

Granada

Sábado, 23 de diciembre 2017, 00:29

La vida cambió en Albolote un 19 de abril de 1956. Sucedió pasadas las seis y media de la tarde. Según cuentan los periódicos de la época, un terremoto de magnitud cinco, por aquel tiempo devastador, arrasó gran parte del municipio. Causó cuatro muertos en la zona, medio centenar de heridos y destrozos y hundimientos en más de un centenar de hogares. «Dios sabe lo que hubiera sido de la ciudad de haber continuado unos segundos más. Demos gracias al Todopoderoso de que así no ocurriese», decía la crónica de IDEAL. Franco vino días después a inaugurar el embalse del Cubillas y visitar Albolote, donde se entrevistó con el alcalde. En aquella reunión se acordó la expropiación de la Granja del Chaparral, propiedad del marqués de Ibarra, para dividirla en parcelas y que después del trágico seísmo, los vecinos de Albolote tuvieran tierra para labrar y ganarse el pan.

Quince de noviembre de 2017. Sesenta años después. Diez de la mañana. Algunos de los primeros pobladores del Chaparral, el matrimonio formado por Antonia y Francisco, Paco 'el Capirote', Gabriel, Rafaela y Pepe 'el Negro', todos octogenarios y nonagenarios -alguno casi centenario-, son protagonistas de un encuentro entrañable a las puertas de la Casa de la Cultura del Chaparral. No se lo esperaban. De hecho la mayoría tardó incluso en reconocerse. Hasta que Gabriel (96 años), cogido del brazo de su hijo Gabriel, se acercó a Paco 'el Capirote' (94 años), sentado en su silla de ruedas, y le espetó cerca del oído: «¡Hombre, Paco, dónde hemos llegado!» Y el ambiente se distendió. Y surgieron las risas. Y afloraron los recuerdos. El Instituto Nacional de Colonización les dio casa, tierra, semillas, una vaca, una yegua y cuatro décadas para pagarlo todo. Así empezó la historia del Chaparral, un pueblecito de apenas 300 habitantes que hoy suma ya 1.400 gracias a las urbanizaciones que se han construido en su entorno y que, de materializarse los nuevos proyectos inmobiliarios que ya se están gestando, multiplicará su población por cuatro en la próxima década.

Pero hoy tocaba hablar para la prensa. Y rememorar aquellos años en que empezaron de cero en el Chaparral. Rafaela González (85 años) refiere que «el pueblo ha cambiado mucho, para bien y para mal». Para bien porque ahora hay más vida. Y para mal porque «han permitido que se hagan bloques junto a las viviendas antiguas, rompiendo esa estética uniforme de fachadas encaladas con puertas y ventanas de madera de color verde». Francisco (94 años), su hermano, lamenta que falta trabajo y «un consultorio médico en condiciones». «Antes también estábamos más unidos y se veía más alegría en el Chaparral». Antonia (89 años) asiente a todo lo que dice su esposo Francisco. «Quedamos ya muy pocos de los comienzos y me ha dado mucha alegría verlos a todos», afirma Antonia, quien también añora el compañerismo y la buena armonía de aquellos años.

Gabriel (96 años) es el primero de los primeros del Chaparral. Gracias a su formación como mayoral, el Instituto de Colonización le ofreció Madrid y Zaragoza. Pero él, que venía de Alhama de Granada, prefirió algo más cercano, el Chaparral. Su función era importante para la comunidad. Su finca tenía un carácter experimental. Tenía la responsabilidad de 'ensayar' los cultivos más propicios para el lugar. Los mismos que posteriormente tendrían que implantar el resto de colonos. Garbanzos, remolacha, olivos y tabaco. Proliferaron los secaderos, hoy abandonados, en las inmediaciones.

Paco 'el Capirote' (94 años) acudió a la cita junto a su hija Paqui. «Yo vine al Chaparral con tan sólo cinco años», recuerda Paqui, quien tampoco olvida aquellas tardes jugando con las amigas a los cromos o la rayuela, o ya más talludita, tomando una coca cola y escuchando a Georgie Dann en la discoteca del Chaparral, «que la tuvo y muy animada». ¡Qué tiempos! Pero estamos aquí y ahora. Y aquí y ahora, según Paqui, faltan alternativas de ocio para los jóvenes. «Y también empleo». Cerca de Paco 'el Capirote', observando en silencio toda la escena, Pepe 'el Negro' (94 años). Su cuidadora lo saca todas las mañanas a dar un paseo. Hoy es un día especial.

Por allí también estaba María Isabel, hija de Francisco y Antonia. «Tuvieron ocho hijos y trabajaron como unos fieras para que no nos faltara de nada», comenta María Isabel, quien portaba una antigua foto en blanco y negro donde se podía ver a su padre tirando de un ronzal atado a una yegua. María Isabel explica que la primera potra había que dársela al Instituto de Colonización que se la entregaba, a su vez, a otra familia concesionaria de una parcela. El Instituto también se llevaba el treinta y un por ciento de la cosecha. De esta manera saldaban cuentas. Así durante cuarenta y dos años. El sistema se retroalimentaba.

Rosa María Madrid es concejala de muchas cosas en el Ayuntamiento de Albolote. También es la encargada del Chaparral, donde se crió y donde conoce a todo el mundo. «Para mí esto significa mucho, mi vida está vinculada al Chaparral y soy plenamente consciente de sus necesidades», asegura. Para ella el Chaparral de su infancia era el Chaparral que olía a flores. «Ha cambiado mucho desde entonces». María Rosa lamenta la proliferación de edificios dentro del casco urbano que poco o nada tienen que ver con esos inmuebles encalados, todos iguales. Los parcelistas con más prole tenían derecho a construcciones de doble planta con patio grande -algunas hasta siete habitaciones-. Los huertistas, con menos vástagos, accedían a casas más pequeñas. Era obligatorio plantar algún árbol insectívoro, sobre todo acacias, que repelieran las moscas y mosquitos que atraían los animales.

Retos de futuro

Ahora el gran reto de Rosa María, como alcaldesa pedánea y como chaparralera de pura cepa, es mejorar los servicios. Por lo pronto, que el ambulatorio cuente con más personal. Hace falta un pediatra por ejemplo. El colegio también se ha quedado pequeño. Se diseñó en su día para un centenar de escolares -cuando se fundó el Chaparral había siete por aula- y ahora se contabilizan más de cuatro cientos. Rosa María también tiene especial empeño en que el reloj del Ayuntamiento funcione algún día. Lo intentará en este año y medio que aún queda de legislatura. Ganas e ilusión desde luego no le faltan. «Tenemos asignaturas pendientes, pero el Chaparral es un lugar ideal, cálido y tranquilo, donde residir a apenas quince minutos de la capital», subraya.

Una localización idónea para los que ya han echado raíces y para los que posiblemente lo harán en los próximos años. Las excavadoras funcionan ya a pleno rendimiento en los sectores C3 y C4 de Albolote, una superficie de 417.906 metros cuadrados situada en las inmediaciones de la carretera que une el Chaparral con Calicasas. Está previsto que se hagan de forma progresiva, en función de la demanda, un total de 1.200 viviendas, la mayor parte de ellas unifamiliares, aunque también se reserva un treinta por ciento para erigir pisos de protección oficial. Ahora mismo se están acometiendo los trabajos de desmonte, trazado de viales, saneamientos, canalizaciones de aguas residuales y para el abastecimiento, tendidos eléctricos y dotación de demás suministros básicos.

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