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Los vecinos de Gor pasean de calle en calle mientras ven cómo en cada casa del pueblo están sus propietarios. Persianas subidas o incluso puertas abiertas dan fe de que los inquilinos han vuelto y que lo harán, al menos, hasta el próximo mes de ... septiembre. «Es lo que tiene vivir el verano en Gor», señala Mercedes, una de las residentes que también viene de fuera. El pueblo multiplica por siete su población durante julio y agosto. Así era hace décadas y así sigue siendo a día de hoy. Antes, incluso, este crecimiento se experimentaba en algunas de pedanías. «Llegábamos a tener 10.000 habitantes entre el pueblo y los anejos», confirman.
La cercanía de sus vecinos, la baja temperatura durante las noches y el sinfín de actividades que organizan las asociaciones del pueblo hacen que nadie se quiera perder un verano en la localidad. Guillermo, de apenas 12 años, llegó hace unas semanas a Gor y no se marchará hasta el próximo mes de septiembre. Vive en Sevilla, pero sus abuelos residen en el pueblo. Y a esa compañía no hay nadie que le gane. Su día a día se basa en salir a jugar con sus primos y amigos. Se acercan a los caños del pueblo, disfrutan y juegan con el agua hasta bien entrada la noche, cuando regresan a casa solo para cenar y avisar a sus abuelos de que estarán un rato más por la plaza. «La libertad de la que aquí disponen no es comparable a una ciudad», cuentan los abuelos.
La población de la localidad empezó a emigrar a ciudades más grandes durante la década de los 70 y los 80, pero ellos mismos, sus hijos y nietos, vuelven cada verano o muchos fines de semana durante el invierno al que es su hogar. Buscan sus raíces, disfrutar de las casas de sus padres y abuelos y volver así, en cierto modo, a su infancia. La afluencia de gente en el pueblo ha hecho que incluso organicen una escuela de verano en la que las monitoras atienden tanto a los niños del pueblo como a los que vienen a pasar las vacaciones. Las actividades desde primera hora de la mañana entretienen a los más pequeños, pero también llenan de vida sus calles. «Es una alegría ver a tantos niños en el pueblo», detallan. El invierno en el municipio es frío y duro. Nada tiene que ver con los meses de verano, donde sus mayores -procedentes de Islas Baleares, Cataluña y otras capitales andaluzas- se sientan en las escaleras de la plaza, lo que ellos mismos denominan 'el parlamento' para charlas y debatir cualquier hecho que suceda en el pueblo. «No hay cosa mejor que hacer que sentarse a hablar con los vecinos», aseguran. Si hay en Gor un momento importante en su calendario son las fiestas de San Cayetano. El pueblo se une y se llena más que nunca para celebrar el día de su patrón. Procesionan la imagen, bailan los pasos tradicionales de la fiesta y, al día siguiente, tienen lugar sus conocidos encierros, que corren desde los más jóvenes hasta los más mayores. Los vecinos cuentan que a Gor se le conoce por ser el pueblo de las camas calientes porque cuando los abuelos se levantan, sus nietos más jóvenes se acuestan en los días de fiestas. «No queda ni una cama libre», sentencian. Gor vive este año otro verano de lleno absoluto.
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