Ha transcurrido el tiempo suficiente como para desclasificar esta historia de la tramoya política. Me la cuenta alguien que pasaba por allí. En la antesala de los presupuestos generales del Estado para 1989 se hablaba de la Bailén-Motril y de la transformación de la ... 340, desde Cádiz hasta Barcelona. Ambas autovías habían quedado descartadas en el plan nacional, aunque se reservaban 25 millones de las antiguas pesetas –siempre tan espléndidos– para «realizar un estudio de cara a 1991». Y en esas sucedió que, el 14 de diciembre de 1988, el Gobierno de Felipe González vivió la mayor huelga general de la democracia, que unió a las dos centrales sindicales contra la reforma del mercado laboral. Llamaron a consultas a los secretarios provinciales del PSOE y les comunicaron qué proyectos se aparcaban para financiar eso que llaman 'paz social'. Entre las infraestructuras perjudicadas estuvo la autovía de la Costa, que no se inauguró hasta la primavera de 2009; dos décadas después. El último tramo de la A-7 no se abrió hasta 2015.
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Hablo con dos dirigentes de partidos distintos que han gestionado gran parte de los últimos 25 años; sobre todo, en los momentos donde correspondían las decisiones más críticas. Por ejemplo, cuando los líderes provinciales de PSOE y PP pactaron –porque entonces se cerraban acuerdos– que el futuro AVE fuese por Antequera y no por Jaén. «No se hacían trazados sobre trayectos que no existieran antes. Nunca se planteó por Jaén; que era un empeño de los líderes de IU. Si llegamos a optar por Jaén, probablemente, no tendríamos AVE todavía», rememora uno de los protagonistas.
El cambio de centuria sorprendió a Granada a destiempo y pagó su particular 'efecto 2000'. «Entramos en el siglo sin resolver problemas esenciales de infraestructuras que otras provincias ya habían terminado», recuerda uno de los dirigentes entonces en activo. Ese lastre marcó la evolución de esta tierra, donde –además– los debates se eternizan hasta la exasperación; ya sea por empecinamiento o por puro vicio. «Mientras aquí estábamos en las discusiones políticas, Málaga ya iba por delante». «Nos quedamos mirándonos el ombligo y nos roban la cartera», resume otro interlocutor. No es un reproche, ni es provechoso sestear en el agravio. Conviene aprender del camino que otros ya han recorrido. «La velocidad de crecimiento de Málaga supera a la nuestra, pero también la de Sevilla».
Las cosas han cambiado. Se ha vuelto el tiempo amarillo sobre su fotografía –que diría Miguel Hernández–, y Granada no es la misma ciudad ni provincia que aquella de ínfulas comedidas y aspiraciones frustradas que se asomaba al nuevo milenio. Hay metro, un AVE –o parecido–, autovías que vertebran la Costa… Pero también es cierto que ha pasado un cuarto de siglo. Ya sería demasiada penitencia hibernar en el pasado y que circulasen motocicletas con sidecar. También se han descartado proyectos ambiciosos, como el cierre del anillo o el teleférico a Sierra Nevada –víctimas de la confrontación política–; o el gran espacio escénico, una obra que en estos momentos no encaja en la contabilidad de las administraciones.
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El problema no es que en los tiempos que habitamos ya no se acometan proyectos faraónicos. El peaje es que no se hicieran estas infraestructuras cuando el dinero hasta se despilfarraba en aeropuertos sin aviones. A Granada le penalizó más que a otras provincias la crisis de 2008, porque ya arrastraba un déficit de comunicaciones del siglo pasado y muchos proyectos estaban en aquel momento en un punto crítico. Cayó la variante de Loja –aún sin resolverse– y el AVE, que se había replanteado desde cero para dotarlo de doble vía, se quedó en una línea limitada que atraviesa un túnel decimonónico. En aquellos años también se tomaron –o se secundaron con silencio cómplice y disciplina de partido– decisiones desafortunadas que ahora coartan el desarrollo. Por ejemplo, respaldar el Corredor Mediterráneo únicamente por el interior de la comunidad en lugar de unir el litoral para conectar Motril con Almería y Málaga. Habría sido la solución más factible para llevar el tren a la Costa.
La crisis también cercenó la celebración del Milenio del Reino de Granada, una efeméride que iba a servir de paraguas para acabar todos los proyectos pendientes y que, al final, quedó en un pretexto para patrocinar partidos de fútbol o la prueba ciclista de la Titan Desert. Recupero la frase del entonces presidente del PP, Sebastián Pérez: «Lo de las bicicleticas es una chufla en Granada entera. ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Un concurso de cucañas? ¿Una carrera de sacos en Argelia? ¿O un campeonato de flanes en Antequera?».
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Un cuarto de siglo después, Granada afronta una oportunidad similar con la candidatura a la Capitalidad Cultural y, en poco más de un mes, la celebración de los Goya. Se dan las circunstancias para afianzar el liderazgo cultural que históricamente ostentó esta provincia y, además, poder convertirlo en crecimiento económico.
Un cuarto de siglo después hay lugar para el optimismo, siempre que se acometan los proyectos y avancemos antes de que llegue la próxima crisis. El acelerador de partículas o las iniciativas en torno a la inteligencia artificial pueden transformar el modelo productivo, pero no lo harán ni por inercia ni por sí solos. Hace falta un plan estratégico que aglutine el consenso y que implique a todas las instituciones.
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Recupero las notas en la libreta de la charla que mantuve hace algunos años con Gregorio Jiménez, uno de los protagonistas de este trabajo editorial. «La ciudad no tiene un proyecto, se quiere reinventar cada cuatro años».
Gregorio fue el primer presidente del Consejo Social de la capital, un foro que transita a ratos entre la reflexión, la queja y la indiferencia. Trajo a una consultora internacional que había trabajado en la transformación de Bilbao o en ciudades de EE UU. Y se hizo un plan estratégico. «Se quedó en la estantería. Alguien me preguntó '¿esto sirve para algo?'. Depende de lo que quieras hacer para la ciudad».
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Un plan estratégico, si no trasciende del papel, no es más que un pretexto para justificar subvenciones. Pero esta provincia necesita un diagnóstico y unas líneas de acción para afrontar el próximo cuarto de siglo. Una solución para un PTS que nació constreñido y que, 25 años después, al fin afronta su ampliación. Una estrategia para convertir la Alhambra en un motor de crecimiento más allá de los 2,6 millones de visitantes, que están limitados por aforo. Abordar con atrevimiento el futuro de la estación de esquí de Sierra Nevada, que todavía respira de la inercia del Mundial del 95. Convertir la despoblación en un reto para atraer nómadas digitales y afianzar población.
Para que, además de historia, Granada tenga futuro. Y presente.
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