La libreta del director

El tango del espigón

Dos décadas han hecho falta para colocar esta semana la primera piedra de la defensa de Playa Granada. Veinte años no son nada; tan solo, la media habitual que tardan en concretarse los grandes proyectos en esta provincia

Quico Chirino

Granada

Sábado, 19 de octubre 2024, 23:58

El lunes por la mañana se colocaron las primeras piedras del espigón de Playa Granada; uno de los cinco previstos –los pendientes y necesarios serían ... más–. «Hoy es un día muy importante. Llevamos veinte años esperando este momento», resumió la alcaldesa de Motril, Luisa García Chamorro, con letra de tango, mientras perdía febril la mirada en la sombra errante de las promesas. Veinte años no es nada; tan solo, la medida recurrente de lo que tardan los proyectos en Granada.

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Ese mismo lunes por la noche, una tromba de agua cubrió de fango las tuberías sin estrenar de la presa de Rules, terminada hace dos décadas y convertida en piscina bajo el burlón mirar de las estrellas que nos observan con indiferencia.

Estamos habituados a vivir con ese miedo al encuentro con el pasado que siempre vuelve. En la campaña electoral de 1989 aparecieron las primeras propuestas para convertir la carretera Bailén-Motril en autovía. Pero no fue hasta la primavera de 2009 cuando pudo adivinarse el parpadeo de las luces de los coches que a lo lejos bajaban a la Costa en doble carril. Otros veinte años. El mismo soplo de vida que se llevaron las obras del AVE, desde los estudios originales de finales de los noventa hasta la inauguración en 2019. Es normal que el granadino viva con el alma aferrada al trastorno de las mentiras.

Solo nos queda alimentarnos de la esperanza, aunque el olvido –que todo lo destruye– haya matado la ilusión.

«NOS VAMOS A MORIR»

El alcalde de Almuñécar me enseña una fotografía de la playa de Cotobro, con un escalón que supera el metro de altura y la orilla convertida en un pedregal estrecho. Este espigón no está ni contemplado. Bastaría con una escollera.

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Juan José Ruiz Joya ha perdido la cuenta del dinero gastado en reponer arena desde que empieza el rastro de los trasvases en 2014. Probablemente supere los dos millones de euros; o se quede corto. En noviembre, se invertirán cerca de 300.000 euros en otro chapuz en Cotobro y la playa del Muerto que, a poco que venga un temporal, no aguantará hasta el próximo verano. También me habla del problema acuciante de la sequía para los agricultores sexitanos, que aún no saben cómo se financiará el siguiente tramo de tuberías de Rules. «Nos vamos a morir», resume visiblemente preocupado –y Juanjo fue boina azul en la antigua Yugoslavia–.

Anoto que pronto habrá movilizaciones llamativas ante la falta de alternativas para combatir la sequía.

AQUELLAS ENCICLOPEDIAS

Acudo en Barcelona a la gala del Premio Planeta. Se han presentado mil setenta originales. Siempre he pensado que, en este país, algunos han escrito más libros de los que han leído. Doce proceden de Granada. El presidente del grupo, José Creuheras, celebra que este año se «romperá el techo histórico» de venta de libros. Hay una parte de la sociedad reposada, pero la que llama la atención es la que hace más ruido.

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«La lectura es esencial para formar a ciudadanos libres», apunto la frase del rey Felipe VI. La obra ganadora, de Paloma Sánchez-Garnica, lleva por seudónimo 'Buenas noches y buena suerte', un guiño al periodismo con la frase de Edward R. Murrow, el presentador que asumió el riesgo de contar la verdad y ser víctima de una caza de brujas. El periodismo siempre ha sido incómodo. Es lo que distingue a un reportero de un tiralevitas.

Muchas generaciones crecimos entre libros. Algunos concebidos para ser expuestos, con el lomo de pasta dura y letras doradas, como parte del decorado de muebles amplios y recios repletos de abalorios que nunca se usaban. Reflexiono sobre el dato que aporta Creuheras: en el año 2000, la mitad de los ingresos de Planeta provenían de la venta de enciclopedias; cuando el conocimiento se podría abarcar en unos cuantos tomos.

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Hubo un tiempo en que la vida consistía en buscar respuestas. Ahora, se esfuma en hacer preguntas.

ENCUENTRO EN EL EIXAMPLE

La Torre de Alta Mar es un restaurante en la Barceloneta, con unas vistas espectaculares a 75 metros de altura. El interior representa un barco y me siento en la mesa del capitán. Justo en ese momento me percato de que tal vez le haya quitado el sitio a alguien bastante más importante que yo; pero no hay marcha atrás. Pregunto por la cerveza y me sirven una Alhambra roja. En la segunda recuerdo que tiene más de siete grados. Tampoco hay marcha atrás. De alguna forma –a poder ser, decente– descenderé los 75 metros.

El dueño es Óscar Manresa, que baja todos los años por aceite a Jaén. Será casualidad, pero cualquier conversación que abro me conduce a Andalucía. Me cruzo por el Eixample con un matrimonio mayor y el acento hizo el resto. Él se llama Antonio Sorroche; más de medio siglo en Cataluña pero de origen entre almeriense y granadino. Fue inspector del Ayuntamiento de Barcelona y director de Mercado. Me repite por tres veces los mismos versos en una esquina que en ese momento me parece Puerta Real. «De casta de reyes vengo, dulce sangre me acompaña y del mismo nombre que tengo hay una capital en España». La granada, Antonio –le digo. Y sonríe complaciente.

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Tiene 96 años, espigado y fresco como un jueves de Corpus. ¿Cuál es la receta para estar tan bien? «Haber hecho el bien y muchos favores», responde. Larga vida a Antonio Sorroche. Por nuestro bien y sus favores.

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