La diferencia entre los pescadores y los peces es que los primeros sobreviven en tierra firme.
El verano no deja un exceso de melancolía, sino de kilos. Las botellas de vino han caído esta sobremesa como un strike a los bolos. También han podido ser diez. Y me acerco hasta el escalón de Playa Granada con la osadía elevada por el tinto. ¿O habrá sido por el brut nature? Debí aplicarme la máxima de no mezclar bebidas que no sepas pronunciar.
Leo en el periódico que en este puente de la Virgen el escarpe ha alcanzado el metro, aunque visto de cerca pareciera de mi altura. Algo más del metro. En otro momento de mi vida habría saltado sobre el precipicio como Armand Duplantis en París, pero opto por asomar una pierna al vacío para buscar el apoyo de una piedra y luego la otra, sin disimular el crujido de la cadera. Hace tiempo que asumí que ya no puedo mantener el decoro en una playa.
Al tacto de los pies noto una arena que repele el agua como los gatos. Me cuenta Javi Martín que la han traído de fuera y que, cuando pase el verano, la corriente la devolverá a la orilla. Entonces, Playa Granada será otra vez amplia y serena. Justo cuando ya no queden turistas. Muy oportuno.
Cómo hemos tolerado durante tantos años esta afrenta y dislate. Un paraíso tropical cercenado por las promesas y los incumplimientos
Pese al escalón, la orilla menguante y la cara oculta de su arena, el momento me resulta maravilloso. Es tanta la calma que me pregunto cómo hemos tolerado durante tantos años esta afrenta y dislate. Un paraíso tropical cercenado por las promesas y los incumplimientos.
Y a los filibusteros no se los llevó el temporal.
OCHO MESES; OTRA VEZ AL LÍMITE
Recupero de la libreta la frase del catedrático Miguel Losada –artífice del proyecto de ampliación del puerto a principio de siglo–, que hace más de dos décadas alertó de que las playas verían «menguada su superficie» cuando se acabara la presa de Rules y se cerrase el grifo del Guadalfeo.
Se movilizaban los vecinos de Torrenueva; probablemente, los mismos que este verano se rebelan contra la implantación de los parques marinos. Un 3 de abril de 1999, alrededor de trescientos torreños –con más arrojo que los espartanos– se manifestaron en la N-340 durante una hora para exigir el arreglo de las playas; tal y como recogía un proyecto del Ministerio de Medio Ambiente de 1997. Iban ataviados con capirotes de Semana Santa para representar su particular 'pasión'.
El Gobierno garantiza ahora que, cuando este verano se despida en lontananza, entrarán las máquinas para construir, al fin, el espigón de Playa Granada. Será en octubre, con un plazo de ejecución de ocho meses. Hace justo un año, la versión oficial fue que la saturación de trabajo de la Abogacía del Estado impedía sacar a concurso una obra que desde julio de 2023 se podía haber encargado.
Ocho meses por delante. Cualquier retraso provocará que el verano de 2025 también transcurra al borde del precipicio. Por eso, porque IDEAL siempre ha sido azote e incordio, estaremos pendientes de la entrada de las máquinas. Otro verano con escalón sería para manifestarse de penitencia, como aquella primavera del 99.
Porque nos habrían tomado por tontos de capirote.
DUDAR DE LA VERSIÓN OFICIAL
Sostiene un viejo axioma periodístico que si alguien dice que llueve y otra persona replica justo lo contrario, la obligación del reportero es asomarse a la ventana para comprobar si caen chuzos de punta. Los periodistas crédulos se convierten en meros propagandistas.
Las administraciones y el poder institucional –entiéndase, político– están confabulados para convertir a los medios de comunicación en simples propagadores de su verdad oficial.
La verdad interesada es descaradamente sospechosa. Y los periodistas debemos vivir apostados en las ventanas y en las esquinas. Observadores insobornables; como diría Antonio Ramos, los notarios de la actualidad, los primeros en levantar acta de los hechos. Incómodos e impertinentes, hasta recibir presiones.
Me preocupa quedarme dentro de poco sin enemigos.
La verdad interesada es descaradamente sospechosa. Y los periodistas debemos vivir apostados en las ventanas y en las esquinas. Observadores insobornables
Y eso hemos hecho este domingo en la edición de IDEAL. Ensuciarnos las suelas de los zapatos. Frente a la verdad oficial, aquella que sostiene que barrancos y ramblas están limpios ante la inminencia de las tormentas, demostrar con periodismo que alguien no hizo su trabajo. Las fotografías son concluyentes; incluso, en una época en la que se acostumbra a negar la evidencia.
Empieza un nuevo curso. No estamos en esto para caer bien. Somos periodistas.
EL ESPÍRITU DE LOS COLORAOS
Acudo con Miguel Cárceles a la feria de Almería, donde mi amigo Jesús Vigorra pronuncia el pregón de los Coloraos; el homenaje a los liberales fusilados el 24 de agosto de 1824, de espaldas y de rodillas, por intentar restablecer el régimen constitucional en España. Fernando VII mandó que los dejaran muertos y sin sepultura; pero alguien echó algo de tierra sobre sus cuerpos. A veces, la dignidad consiste en eso; en un puñado de tierra.
Entre los 22 mártires estaba Ramón Manzano, sargento primero de Milicias, de profesión escribiente, de 35 años y natural de Caniles. Las últimas palabras de aquellos aventureros fueron «libertad o muerte». Su hazaña apenas consta en los libros; porque la historia no es más que una construcción parcial de lo vivido. Y, a menudo, los derrotados no tienen ni gloria ni nombre.
Vigorra reivindica la vigencia del espíritu de los Coloraos, la libertad de pensamiento frente a las calumnias y las noticias falsas, que son «grumos en el cerebro» que dificultan el entendimiento entre nosotros.
Y anoto la frase de Ana María Matute en 'Olvidado rey Gudú': «Algunas victorias no son ni gloriosas ni recordadas; pero algunas derrotas pueden llegar a ser leyendas, y de leyendas pasar a victorias».
Siempre me atrajo la poética de los perdedores. La dignidad antes que la gloria.
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