
La Rábita. El viejo y la mar
Crónicas granadinas ·
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Como llevo ya tantos años como cronista oficial de Granada y sus pueblos, y con tantos años, llevo más de 500 páginas como esta de ... los domingos, hablando del «vivo sin vivir en mi», mis alegrías y mis tristezas, mis aventuras y desventuras por todo el mundo, hoy se da el caso de que aquí me paro un instante y les anuncio a grandes gritos que... ¡Ya encontré lo que tanto tiempo busqué!
Y perdonen que lo grite hasta en verso. Navegante de tantos barcos, náufrago de tantos sitios, hombre de las islas, como casi siempre fui, náufrago de mi mismo tantas veces, siempre buscando. Incluso de vuelta de la muerte misma en el mar, que hay que decir la mar, porque la mar es femenina. Les digo que un día 25 de julio, día de Santiago Apóstol, hace ya muchos años, en Corralejo de Fuerteventura, y frente al esqueleto de la gran ballena, estuve a punto de perder la vida, así que volví a nacer en el mar, en la mar, en compañía de mis dos hijos mayores. Aquella marea tan alta me hizo ver la muerte azul y arena, que he contado tantas veces...
Lo dicho, que después de tanto tiempo, hace ya unos meses, Don José, el director de Las Conchas, me invitó a conocer su establecimiento, uno de los hoteles más marineros que he conocido, y que habría alegrado la vida al mismísimo Hemingway. Lindo y limpio, como para quererlo entero. Don José descansa ya en paz, pero con él pude ver aquella alta terraza con toda la mar enfrente, sobre el Paseo de las Palmeras. Ahí me tienen en aquel lugar único, en aquel pueblo multicolor, multisangre, con la mejor fruta del mundo, la mejor verdura, de Europa, allí creada y criada bajo los plásticos. Pues allí sentí el golpe de sangre que necesitaba...
Porque de pronto -la vida es así- la boticaria de La Rábita, el barrio marinero de Albuñol, la señora Tarifa, popularísima y eficaz como nadie, me hace llegar un libro titulado 'La Rábita y el mar'. Me recuerda este pueblo la figura de Don Natalio Rivas, al que tuve el gusto, y el honor de entrevistar para IDEAL hace ya tantísimos años. Volviendo al libro, lo escribió hace tiempo su marido, el físico Don Antonio Luis García Martínez. Me lo he leído, me lo he bebido, de un tirón, en estos últimos días. Quizá buscando la serenidad de mi alma, como cronista que soy en todos los medios de la vida de nuestros pueblos, y me ha sabido a gloria bendita.
Lleva el libro tres ediciones y es una joya, sin género de dudas, y sobre todo, te pone al día, en su historia, de la de este pueblo, único, y último, en que como Dios no lo remedie, y no lo quiero remediar, veré las ultimas puestas del sol, y las llegadas también de mis ya -ay- escasos días de la vida. Porque voy a cumplir los 85, y si llego a los 90, igual se lo debo a este sitio único, aparte de mi pueblo de Píñar, que veo con alegría que ha sido elegido como uno de los diez mejores de Granada para ver mejor las estrellas.
Así que aquí me tienen llamando con urgencia a mi cronista de honor y amor, que es Rafael Vílchez, y le pregunto: Maestro Rafael, ¿es La Rábita, de la Alpujarra granadina? Y él me responde, como siempre poniendo su sabiduría sobre la mesa y el hilo telefónico: «Cierto. Es el último pueblo, en la ribera de la mar, de la Alpujarra marinera, humilde, sencillo y acogedor, todavía sin la marabunta de la gente que va se paso, de los veraneantes.
O sea, pueblo pescador, marinero, agricultor, campesino, de la Alpujarra granadina... Me quedo. Y no digo me lo quedo, porque tengo que volver a ver si me es posible, que siempre espero el milagro, el día de la Virgen del Mar. Ese día, creo que el próximo 8 de agosto, en el que los pescadores sacan a su Virgen hermosa a pasear por ese paisaje. Este entorno todavía no roto, al pie de ese castillo nazarí, por que además, y por demás, este es un pueblo nazarí, como es el pueblo de mi nacimiento. Con un castillo como para guardar la colección mas hermosa de la mar reunida a lo largo de toda una vida recorriéndola.
Don Álvaro de Bazán, el gran almirante de la mar océana, había nacido en el interior, como el protagonista de aquella novela sobre una ballena blanca, o como Don Ernesto, el grande, que había nacido y que murió por su propia mano en Idaho hace ahora unos años. Servidor tuvo la oportunidad de recorrer aquella casa donde vivió y murió, y contar cómo quedaban aún restos de su cráneo en el techo de esa morada, en los montes de Estados Unidos, también cerca de la mar...
La mar la cuenta, humilde, sencilla, grandemente, Don Antonio, como cuenta la historia fascinante de ese ruso que un día llegó desde lejos, y se quedó para siempre en ese lugar único que es la playa que lleva su nombre, y que me recuerda aquella especie de isla donde solo se podría arribar por barco en la que un día entrevisté a John Houston, director de cine, único, aquel de 'La reina de África', bajo los altos árboles del mango y el aguacate. Solo comía de lo que la mar le daba...
Una historia para un serial de la televisión, esa ermita blanca de la patrona de La Rábita, los torreones donde de vez en cuando habían de encenderse luces, para saber por dónde venían los berberiscos... Donde, en días muy claros, aún se ven titilar las luces de Marruecos...
La Rábita y el mar, ese pueblo con un acento en la 'a' primera. Tradiciones, vida y tragedia, como cuando aquel año se salió la mar de su sitio, el agua de los barrancos creció y llego la catástrofe, y así, un día tuvo que llegar y llegó en helicóptero, el Príncipe de España entonces, Don Juan Carlos, que luego se convertiría en nuestro Rey.
Y de aquel dolor, con amor, con fuerza, el pueblo volvió a ponerse en pie sobre sus raíces marinas, pesqueras, campesinas. También volvió a levantarse ese pueblo blanco, del que no dejo de acordarme, y el barco azul tatuado que llevo en mi brazo derecho, desde hace más de 50 años, en Tijuana. Me parece enfilar hasta esa frontera, aún no descubierta del todo...
Gracias. A veces llegan cartas, a veces llegan libros, como este, que me ha enviado la boticaria del pueblo, de apellido Tarifa, como otro pueblo marinero. Este libro que me habla de los maestros que llegan todo el año para enseñar a los alumnos de tantas geografías distintas, pero tan cercanas, como la nuestra...
En sus primeras líneas, después de la dedicatoria a su esposa y compañera dice el autor del entrañable documento: «El municipio de Albuñol se encuentra al abrigo de la Sierra de la Contraviesa, bañado por el Mar Mediterráneo, y es el puerto de entrada de la Alpujarra granadina para aquellos viajeros procedentes de la Costa. Cuenta con dos ramblas, la de Ahijón y la de Aldáyar, que al llegar a su punto de único, configuran la rambla del tranco, que históricamente marcó el devenir de muchos alpujarreños...».
Esperaré a septiembre, a ese día 11, cuando cumpla los 85. Entonces, enviaré mar adentro en una botella que en su día guardó el vino único, profundo, de los barrancos de la Contraviesa, el mensaje de un náufrago, el viejo y la mar, que por fin encontró su isla...
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