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Rafael Guillén estuvo aquí
San Juan de Dios, 36 ·
Familiares, amigos y vecinos arropan la inauguración de una placa, en la casa natal del poeta:«Hay sitios a los que se puede volver sin haberse ido»Secciones
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San Juan de Dios, 36 ·
Familiares, amigos y vecinos arropan la inauguración de una placa, en la casa natal del poeta:«Hay sitios a los que se puede volver sin haberse ido»Parece que hoy, Rafael, Granada quisiera decirle algo, no sé, esta ciudad se ha equivocado tanto tantas veces... Decirle algo que le lloviese por dentro, algo que estuviese dentro de usted sin saberlo, algo que fuese como el descubrimiento de la luz, de la soledad o de ese llanto sin motivo que siempre ha sido el llanto más humano. Parece, Rafael, que Granada quisiera decirle lo que nunca sabrá decirle, algo que sonase, aunque fuera de lejos, como uno de sus poemas últimos.
«Quiso el azar que en esta casa, una pensión, se hospedará un joven llegado de Teruel, el abuelo Jorge; se casara con la hija del dueño, la abuela Dolores; y el resultado de ese amor fuera Rafael Guillén, nuestro padre». Esperanza, hija del poeta, puso voz familiar a la inauguración de la placa que ya luce en el número 36 de la calle San Juan de Dios. La placa brilla junto a una administración de lotería, que rima con nacer; una óptica, que rima con presbicia; un bar de frente, que rima con vivir; y una verja metálica repleta de grafitis sucios que no riman con nada pero, qué le vamos a hacer, eso también es Granada. Allí, en esa confusión del tiempo y del espacio, se reunieron este lunes amigos y vecinos para celebrar al genial poeta. «El acto de hoy, sin embargo –siguió Esperanza–, no es fruto del azar. Es un acto de voluntad para reconocer su obra».
La concejala de Presidencia y presidenta de la Comisión de Honores, Ana Muñoz, repasó el extensísimo curriculum del poeta: «Premio Nacional de Poesía, Premio Internacional Federico García Lorca, Premio...». La retahíla de combates ganados resonaron al mismo tiempo que las campanas de San Juan de Dios, golpe a golpe, verso a verso. «Este es un reconocimiento humilde, pero muy sentido, gracias al impulso popular», afirmó Muñoz.
Con las últimas horas de la tarde, la placa quedó al descubierto y la calle leyó con atención: «Hay sitios a los que se puede volver sin haberse ido. En esta casa nació el insigne poeta Rafael Guillén el 27 de abril de 1933».
89 años, cuatro hijos, siete nietos y miles de versos después, Guillén volvía a esa primera casa. Para alguien que atesora todos sus viajes como capítulos de una gran aventura, debe ser frustrante no recordar ni una sola palabra del primero, el que hizo para llegar a este número 36. Si el tiempo es, como dice Guillén, una cosa circular, la placa tiene su poesía. «Esto es una alegría y un orgullo», dijo el impulsor de la iniciativa, Ángel Luis Benito, que se alegró al imaginar lo que podrá suscitar en el barrio a partir de ahora. «Un barrio que debe seguir teniendo vida en la calle, un referente artístico, musical, cultural... Un barrio amable. Un barrio residencial», reflexionó en voz alta, con cierto aire de reivindicación.
La presidenta de la asociación de vecinos Centro-Boquerón-San Juan de Dios, Cruz Palma, se sumó a las palabras de Benito y habló de Guillén como ese «vecino entrañable». Ella, mirando a los ojos de la placa, confió en que se convierta en una «seña de identidad del barrio; de un barrio que debe ser referencia cultural». El alcalde de Granada, Francisco Cuenca, subrayó cómo «sus poemas son parte de la ciudad que amamos». «Un granadino –dijo sobre Guillén– que ha llevado a lo más alto a esta ciudad. Tenemos que estar orgullosos. Tenemos que creernos lo que tenemos».
Y así, caminando por el aire de Granada, Rafael Guillén habló a los presentes bajo su placa. Pero lo hizo por carta, a través de su hija Esperanza. «La edad me impide asistir a un acto que se celebre a más de dos metros de la puerta de mi casa», se disculpó, provocando una carcajada compartida en San Juan de Dios. «Imagino a un científico y un técnico, en unos años, cuando pasen por aquí y se pregunten 'oye, ¿para qué servía un poeta en aquellos tiempos'?», se preguntó, con esa fina ironía y orgullosa malafollá granaína.
Su hija, antes de marcharse y de dejar allí el nombre de su padre para siempre, leyó un último poema. Ese que habla de la ciudad. Ese que empieza así: «Me tumbaré a lo largo de Granada. Cuatro esquinas de mi niñez, del tiempo detenido, me arrumbaré en los chinos de la antigua placeta...». El aplauso, como las campanas, saltó de casa en casa hasta colarse en la de Rafael. «Estoy agradecido. Conmovido», dijo el poeta, en silencio.
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