Edición

Borrar
Momento en que el atleta paralímpico Antonio Rebollo disparó la flecha de fuego que encendió el pebetero. Albert Olivé
El día que Rebollo encendió el pebetero

El día que Rebollo encendió el pebetero

Lo que llevo en mi maleta ·

Fue hace 28 años. Los Juegos Olímpicos del Oro de Fermín Cacho y de la Roja, los de Barcelona, situaron a España en la senda de la modernidad. Días de vino y rosas a los que siguió una crisis de caballo

Jorge Pastor

Granada

Sábado, 25 de julio 2020, 00:30

Eran las ocho y cuarto de la tarde de un 8 de agosto de 1992. Un día caluroso y húmedo en Barcelona. El Estadio Olímpico rugía. Cientos de millones de espectadores, delante del televisor para vibrar con la gran final de los 1.500 metros. Sonó el pistoletazo de salida. Los doce atletas, entre los que se encontraba el gran Noureddine Morceli, completaron rápido los primeros 200 metros, aunque al poco la carrera se tornó lenta y táctica, lo contrario de lo previsto. Fermín Cacho, la gran esperanza del equipo nacional, buscaba con la mirada al argelino Morceli. El segundo cuatrocientos siguió por los mismos derroteros, pero la película cambió a partir del mil, con la gloria del triunfo a algo más de una vuelta. Los primeros que metieron la directa fueron el keniano Joseph Chesire y el alemán Jens-Peter Herold. Cacho estaba bien situado, pero tropezó y casi se cayó. Susto mayúsculo. Chesire, en un mano a mano con Herold en la calle dos, obstaculizó el ataque de Cacho que, todo pundonor, consiguió doblegar a sus rivales y ganar el Oro con una marca de 3.40.12.

Esa imagen del soriano Fermín Cacho levantando los brazos es, posiblemente, la imagen icónica de los mejores Juegos Olímpicos de la era moderna. Los de Barcelona. Los de España. Dos semanas, entre el 25 de julio, tal día como hoy veintiocho años atrás, cuando el tirador Rebollo atinó con su flecha para encender el pebetero, y el 9 de agosto, en que la Ciudad Condal se mostró a la humanidad como punta del iceberg de un país que ya miraba al futuro con el marbete de moderno. España, que llevaba inmerso en un proceso de transformación desde que siete años antes se firmara el tratado de adhesión a la Comunidad Económica Europea, no sólo era capaz de organizar el mayor evento deportivo en Barcelona, sino que a mil kilómetros de distancia, en Sevilla, ese mismo verano glorioso, se celebraba también una Exposición Universal, a la que se podía llegar en tren de alta velocidad desde Madrid y en autovía, la A-92, desde el resto de Andalucía. Fueron días de vino y rosas a los que siguió una crisis de caballo. Después de tanto gasto, la recesión se instaló en España en 1993 con una tasa de desempleo de casi el veinticinco por ciento y un volumen de deuda pública cercana al setenta por ciento del Producto Interior Bruto.

Fue el coste de oportunidad, como dicen los economistas, de un 1992 inolvidable. Fueron los Juegos Olímpicos donde vimos a aquel Dream Team de Michael Jordan, Magic Johnson, Larry Bird, Charles Barkley o Patric Ewing. El mejor equipo de baloncesto de todos los tiempos –nunca más los americanos han juntado un ramillete de figuras así–. Los Juegos en que Freddie Mercury y Montserrat Caballé entonaron el 'Barcelona', aquella canción que erizaba la piel, y Los Manolos el 'Amigos para siempre'. Los Juegos en que el gimnasta Vitaly Scherbo subió seis veces –sí, seis– a los más alto del podio representando al Equipo Unificado –lo que quedaba de la Unión Soviética–. Los Juegos en que Kiko Narváez marcó el 3 a 2 a los polacos en la finalísima del Camp Nou –inolvidable aquel abrazo eterno de los Guardiola, Luis Enrique y Alfonso–. Y los Juegos, me van a permitir la licencia, en los que un becario llamado Jorge Pastor sintió por primera vez el enorme privilegio y la enorme responsabilidad de sentirse periodista.

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

ideal El día que Rebollo encendió el pebetero